En el marco de una audiencia celebrada en el Palacio Apostólico Vaticano, el Papa León XIV recibió a los miembros de la Asociación Nacional de Municipios Italianos (ANCI), a quienes dirigió un discurso centrado en el sentido del poder como servicio y responsabilidad. En su intervención, el Pontífice contrapuso la lógica del poder deshumanizado, simbolizada en la figura de Herodes y la matanza de los inocentes, con la autoridad entendida como atención a la dignidad de la persona y al bien común.
León XIV llamó a los responsables públicos a escuchar a los más frágiles, afrontar los desafíos sociales —como la crisis demográfica, la pobreza, la soledad y el auge del juego de azar— y promover una alianza social para la esperanza, subrayando que la acción política debe orientarse a una promoción humana integral que tenga en cuenta también la dimensión cultural y espiritual de las comunidades.
Dejamos a continuación el mensaje completo de León XIV:
Eminencia, queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos.
Me alegra encontrarme con todos vosotros, que representáis a la Asociación Nacional de Municipios Italianos. Vivimos este encuentro en el tiempo de Navidad y al concluir un año jubilar: la gracia de estos días ilumina ciertamente también vuestro servicio y vuestras responsabilidades.
La encarnación del Hijo de Dios nos hace encontrarnos con un Niño, cuya mansa fragilidad se enfrenta a la prepotencia del rey Herodes. En particular, la matanza de los inocentes que él ordenó no significa solo la pérdida del futuro para la sociedad, sino que es manifestación de un poder deshumanizado, que no conoce la belleza del amor porque ignora la dignidad de la vida humana.
Por el contrario, el nacimiento del Señor revela el aspecto más auténtico de todo poder, que es ante todo responsabilidad y servicio. Para que cualquier autoridad pueda expresar estas características, es necesario encarnar las virtudes de la humildad, la honestidad y la capacidad de compartir. En vuestro compromiso público, en particular, sois conscientes de cuán importante es la escucha, como dinámica social que activa estas virtudes. Se trata, en efecto, de prestar atención a las necesidades de las familias y de las personas, cuidando especialmente de los más frágiles, para el bien de todos.
La crisis demográfica y las dificultades de las familias y de los jóvenes, la soledad de los ancianos y el grito silencioso de los pobres, la contaminación del medio ambiente y los conflictos sociales son realidades que no os dejan indiferentes. Mientras tratáis de dar respuestas, sabéis bien que nuestras ciudades no son lugares anónimos, sino rostros e historias que deben custodiarse como tesoros preciosos. En este trabajo, uno se convierte en alcalde día tras día, creciendo como administrador justo y fiable.
A este respecto, que os sirva de ejemplo el venerable Giorgio La Pira, quien, en un discurso a los concejales municipales de Florencia, afirmaba: «Vosotros tenéis conmigo un solo derecho: el de negarme la confianza. Pero no tenéis derecho a decirme: Señor alcalde, no se interese por las personas sin trabajo (despedidos o desempleados), sin casa (los desahuciados), sin asistencia (los ancianos, los enfermos, los niños). Es mi deber fundamental. Si hay alguien que sufre, yo tengo un deber preciso: intervenir de todas las maneras, con todos los medios que el amor sugiere y que la ley proporciona, para que ese sufrimiento sea o disminuido o aliviado. No existe otra norma de conducta para un alcalde en general y para un alcalde cristiano en particular» (Escritos, VI, p. 83).
La cohesión social y la armonía cívica requieren ante todo la escucha de los más pequeños y de los pobres: sin este compromiso, «la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, en una formalidad, pierde representatividad y se va desencarnando, porque deja fuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su propio destino» (Francisco, Discurso, 5 de noviembre de 2016). Tanto ante las dificultades como ante las oportunidades de desarrollo, os exhorto a convertiros en maestros de dedicación al bien común, promoviendo una alianza social para la esperanza.
Al término del Jubileo comparto con gusto con vosotros este importante tema, que mi amado predecesor, el Papa Francisco, indicó en la Bula de convocación. Todos, escribía, «necesitan recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir o malvivir, con adaptarse al presente dejándose satisfacer por realidades únicamente materiales. Esto encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos agrios e intolerantes» (Spes non confundit, 9).
Nuestras ciudades conocen, por desgracia, formas de marginación, violencia y soledad que piden ser afrontadas. Quisiera llamar la atención, en particular, sobre la plaga del juego de azar, que arruina a muchas familias. Las estadísticas registran en Italia un fuerte aumento en los últimos años. Como subraya Cáritas Italiana en su último Informe sobre pobreza y exclusión social, se trata de un grave problema educativo, de salud mental y de confianza social. No podemos olvidar tampoco otras formas de soledad que padecen muchas personas: trastornos psíquicos, depresiones, pobreza cultural y espiritual, abandono social. Son señales que indican cuánta necesidad hay de esperanza. Para testimoniarla de manera eficaz, la política está llamada a tejer relaciones auténticamente humanas entre los ciudadanos, promoviendo la paz social.
Don Primo Mazzolari, sacerdote atento a la vida de su pueblo, escribía que «el país no tiene necesidad solo de alcantarillas, de casas, de carreteras, de acueductos, de aceras. El país tiene necesidad también de una manera de sentir, de vivir, una manera de mirarse, una manera de hermanarse» (Discursos, Bolonia 2006, p. 470). La actividad administrativa encuentra así su plena realización, porque hace crecer los talentos de las personas, dando consistencia cultural y espiritual a las ciudades.
Queridísimos, tened, pues, el valor de ofrecer esperanza a la gente, proyectando juntos el mejor futuro para vuestras tierras, según la lógica de una promoción humana integral. Mientras os agradezco vuestra disponibilidad para servir a la comunidad, os acompaño con la oración, para que, con la ayuda de Dios, podáis afrontar eficazmente vuestras responsabilidades, compartiendo el compromiso con vuestros colaboradores y conciudadanos. A vosotros y a vuestras familias os imparto de corazón la bendición apostólica y os expreso mis mejores deseos para el año nuevo. ¡Gracias!
