
El 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, la Iglesia recuerda a los niños asesinados por Herodes, víctimas del miedo al nacimiento de un rey. Dos mil años después, la violencia contra los inocentes adopta otras formas, más asépticas, más técnicas, más invisibles, pero no menos reales. Hoy, millones de vidas humanas se truncan deliberadamente antes de nacer, ya sea por el aborto directo, por mecanismos farmacológicos que impiden la continuidad de un embarazo incipiente, o por la eliminación silenciosa de embriones humanos creados en laboratorio.
Este texto no pretende polemizar, sino poner cifras y situar este drama no como una parte más de una túnica inconsútil, sino como el centro del debate antropológico contemporáneo.
España: más de cien mil abortos legales al año
En 2024, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad, en España se practicaron 106.172 abortos legales. Esto supone una media de más de 290 vidas humanas truncadas cada día. La cifra no es excepcional ni coyuntural: desde hace años, España se mantiene en el entorno de los cien mil abortos anuales, con una tendencia creciente.
Europa y el mundo: millones de abortos cada año
Si ampliamos la mirada, la dimensión se vuelve difícil de asimilar. En el conjunto de Europa, las estimaciones demográficas sitúan el número de abortos en torno a 3,3 millones al año. España no es una anomalía, sino parte de un patrón continental de normalización del aborto como solución ordinaria.
A escala global, la cifra es aún más estremecedora. La Organización Mundial de la Salud y diversos institutos demográficos coinciden en que se producen alrededor de 73 millones de abortos inducidos cada año en el mundo. Esto equivale a más de 200.000 vidas humanas truncadas cada día, año tras año.
Estamos ante una realidad sin precedentes históricos: ninguna guerra, ningún régimen totalitario, ninguna catástrofe natural ha eliminado tantas vidas humanas de forma tan continuada y silenciosa.
La píldora del día después: el eslabón menos visible
Junto al aborto quirúrgico o farmacológico, existe un fenómeno mucho menos debatido, pero masivamente extendido: el uso de la píldora del día después.
En España se dispensan cientos de miles de unidades al año (estimaciones habituales sitúan el rango en torno a 700.000–800.000), y se trata de un fármaco ampliamente normalizado, de venta sin receta y socialmente percibido como un “anticonceptivo de emergencia”.
Desde el punto de vista médico, la píldora del día después actúa principalmente inhibiendo o retrasando la ovulación. Sin embargo, la literatura científica describe que, cuando la ovulación ya se ha producido, dificulta o impide la implantación de un embrión ya concebido.
No hay una cifra cerrada ni un consenso absoluto, pero estimaciones prudentes sitúan ese posible efecto en un rango aproximado del 5% (dependiendo del momento del ciclo y del fármaco). Aplicado a volúmenes de consumo muy altos, incluso un porcentaje reducido podría traducirse en miles de embriones que no llegan a implantarse cada año.
Es una pérdida estadísticamente invisible, pero moralmente relevante.
La reproducción asistida: embriones humanos sin destino
El tercer gran ámbito del drama es la fecundación in vitro.
Solo en España se realizan más de 167.000 ciclos de FIV al año (según registros recientes). Cada uno de estos procesos implica la creación de varios embriones humanos, de los cuales normalmente solo uno —en ocasiones dos— es transferido al útero. El resto queda congelado, descartado por criterios técnicos o almacenado durante años en una nevera industrial.
No existe una cifra oficial pública consolidada que indique cuántos embriones se destruyen cada año en España. Pero los datos de actividad y la práctica clínica permiten una conclusión inequívoca: decenas de miles de embriones humanos al año no llegan nunca a ser transferidos, y una parte significativa termina siendo descartada, abandonada o destruida.
En Europa se realizan más de un millón de tratamientos de reproducción asistida al año. En el mundo, varios millones. La consecuencia inevitable es la existencia de centenares de miles, probablemente millones, de embriones humanos cuya vida queda suspendida o truncada.
La gran herida de nuestro tiempo
El aborto, la píldora y la eliminación embrionaria no son fenómenos aislados ni marginales. Tampoco son una simple pieza más dentro de otros debates morales. Constituyen, juntos, la gran herida antropológica de nuestro tiempo.
Nunca antes la humanidad había producido y eliminado tantas vidas humanas en su fase más vulnerable. Nunca antes había sido tan fácil negar la condición humana del otro precisamente cuando más depende de nuestra protección.
Pero el Día de los Santos Inocentes no es solo un día de denuncia. Es también un día de esperanza. Esperanza en que la verdad, dicha con claridad y sin estridencias, vuelva a ocupar el centro del debate. Esperanza en que la ciencia y la técnica se pongan al servicio de la vida, y no al revés. Esperanza en que una cultura que hoy descarta a sus inocentes pueda volver a reconocerlos, acogerlos y defenderlos.
Porque una civilización no se mide por su poder ni por su progreso, sino por cómo trata a quienes no pueden defenderse. Y ahí, precisamente ahí, se juega el futuro moral de nuestro tiempo.