En la noche más santa del año, los católicos alemanes sintonizaron la tradicional Christmette transmitida en directo por la cadena pública ARD desde la iglesia de St. Maria en Stuttgart. Lo que esperaban era la adoración reverente del Niño Dios en el pesebre. Lo que vieron fue una aberración: en lugar del tierno Infante Jesús, la figura retorcida de un adulto recostado en paja, envuelto en una membrana húmeda y translúcida que simulaba un saco amniótico, retorciéndose como una criatura grotesca salida de una película de terror.
La «instalación artística» –obra de la joven artista Milena Lorek– pretendía, según el celebrante, Thomas Steiger, mostrar la «vulnerabilidad real» de la Encarnación: Jesús naciendo sin idealizaciones. «So viel Mensch war nie!» («¡Nunca hubo tanto hombre!»), proclamaba el lema de la misa. Pero para miles de fieles escandalizados, esto no era teología profunda: era una profanación blasfema que convertía el misterio gozoso de Belén en un espectáculo repulsivo y demoníaco.
En redes sociales, la indignación explotó. Usuarios compararon la figura con un «alien», un «feto gigante» o incluso una escena satánica. «¿Esto es la Iglesia católica o un ritual pagano?», se preguntaban muchos. Y no es para menos: ¿desde cuándo la fe necesita recurrir al horror corporal para «actualizarse»? La tradición milenaria nos presenta al Verbo hecho Niño, luminoso y adorable, que atrae a pastores y reyes. No a un ser informe y viscoso que provoca náuseas.
Este incidente no es aislado. En la Alemania católica –esa misma que impulsa el «Camino Sinodal» con bendiciones a parejas homosexuales y debates sobre el celibato– abundan los experimentos litúrgicos que priorizan el «arte contemporáneo» y la «inclusividad» sobre la reverencia debida a lo sagrado. St. Maria en Stuttgart ya había albergado acciones climáticas disruptivas en misa. Ahora, con esta «krippe» modernista, cruzan una línea roja: desfigurar al Salvador para complacer al zeitgeist progresista.
Mientras la diócesis de Rottenburg-Stuttgart guarda silencio ante las críticas, los fieles se preguntan: ¿quién autorizó transmitir esta aberración a todo el país, financiada con los impuestos de los ciudadanos? ¿Es esto evangelización o auto-sabotaje de la fe?En tiempos de secularización galopante, la Iglesia no necesita «provocar» con performances grotescas. Necesita volver a lo esencial: un Niño Dios que conquista corazones con su inocencia y divinidad, no con repugnancia. Porque si hasta la Natividad se convierte en un espectáculo de horror, ¿qué queda de la alegría de Navidad?¡Basta de experimentos litúrgicos que alejan a los fieles! Que el Niño Jesús de Belén, tal como lo conocemos desde hace dos mil años, vuelva a reinar en nuestros pesebres y en nuestras misas.
