Burke: «En la Encarnación, Él ha unido nuestra naturaleza humana a su naturaleza divina»

Burke: «En la Encarnación, Él ha unido nuestra naturaleza humana a su naturaleza divina»

En una extensa entrevista concedida a The Catholic Herald con motivo de la Navidad, el cardenal Raymond Leo Burke ha ofrecido una reflexión de fondo sobre la fe, la liturgia, la misión de la Iglesia y el momento eclesial actual, marcado —según reconoce— por confusión doctrinal, tensiones internas y una cultura crecientemente hostil al cristianismo.

Lejos de reducir la Navidad a un símbolo cultural o sentimental, el cardenal estadounidense sitúa el centro de la celebración en el misterio de la Encarnación: Dios hecho hombre, vivo y presente en su Iglesia. Para Burke, esta verdad fundamental es la fuente última de la esperanza cristiana, incluso en medio de guerras, conflictos civiles y graves crisis morales que afectan al mundo contemporáneo.

Navidad, fe y perseverancia

El purpurado subraya que el contexto actual puede inducir al desaliento incluso a los creyentes más comprometidos, pero recuerda que el cristiano no está llamado a huir del mundo, sino a permanecer en él con esperanza y valentía. En palabras del cardenal, la misión consiste en “luchar el buen combate”, perseverar y anunciar con la propia vida la verdad de la Navidad: que Cristo ha venido, permanece con nosotros y volverá glorioso al final de los tiempos.

En un tono más personal, Burke evoca sus recuerdos de infancia ligados a la Misa de Medianoche, vivida en familia y con solemnidad litúrgica. Aquellas celebraciones —afirma— marcaron profundamente su fe y siguen siendo el modelo de cómo la Iglesia transmite el misterio cristiano no solo con palabras, sino mediante la belleza del culto.

El cónclave y la elección de León XIV

El cardenal también se refiere a su participación en el reciente cónclave que eligió al papa León XIV, al que describe ante todo como un acto litúrgico, profundamente enraizado en la oración. Burke destaca el sentido de responsabilidad que experimentaron los cardenales electores, especialmente en un Colegio numeroso y poco cohesionado tras años sin consistorios extraordinarios.

Sin entrar en detalles confidenciales, expresa su confianza en la acción del Espíritu Santo, recordando que su presencia exige también la obediencia humana. Sobre el nuevo pontífice, señala una afinidad natural derivada de su origen estadounidense, aunque subraya que León XIV es también fruto de una larga experiencia pastoral en América Latina, lo que le confiere una identidad eclesial amplia y compleja.

La liturgia tradicional y los jóvenes

Uno de los ejes centrales de la entrevista es la liturgia. Burke defiende con claridad la visión de Benedicto XVI sobre la coexistencia de las dos formas del rito romano, recordando que la forma tradicional, usada durante siglos, ha nutrido la vida espiritual de innumerables santos y no puede ser considerada un vestigio del pasado.

El cardenal observa además un fenómeno que considera decisivo: el creciente interés de jóvenes católicos por la liturgia tradicional. Lejos de buscar novedades o espectáculo, muchos jóvenes descubren en la tradición una fuente de verdad, belleza y estabilidad espiritual. A su juicio, recuperar la “sabiduría litúrgica” de Benedicto XVI podría devolver a la Iglesia una necesaria paz litúrgica y abundantes frutos pastorales.

Una generación que busca lo que se perdió

Burke no se muestra sorprendido por el giro conservador de muchos jóvenes, especialmente de la llamada Generación Z. A su entender, se trata de una reacción natural ante una sociedad moral y espiritualmente vacía. Tras experimentar los límites de una vida vivida “como si Dios no existiera”, los jóvenes buscan algo sólido, y lo encuentran en la tradición viva de la Iglesia, en su doctrina, su moral y su culto.

Este redescubrimiento —añade— interpela también a padres y abuelos, que redescubren la responsabilidad de transmitir un tesoro que durante décadas fue descuidado o diluido.

Fe, política y misión de la Iglesia

Finalmente, el cardenal advierte contra la tentación de reducir la fe a categorías políticas o sociológicas. La Iglesia —afirma— no es un programa político ni un movimiento ideológico, sino el instrumento de la obra salvadora de Cristo. La acción social y política del cristiano debe brotar de la fe vivida plenamente, no sustituirla.

Cuando la fe se convierte en ideología, pierde su fuerza transformadora. En cambio, cuando se vive en la liturgia, en la moral y en la caridad, se convierte en verdadera levadura en la sociedad. Para Burke, el gran desafío actual es una catequesis sólida, no sentimental, capaz de formar conciencias y de mostrar que la fidelidad a la ley de Dios es fuente auténtica de libertad y alegría.

La entrevista concluye con una nota distendida, cuando el cardenal confiesa su predilección por el Coventry Carol. Pero el conjunto de sus palabras deja un mensaje claro: sin tradición, sin liturgia y sin claridad doctrinal, la Iglesia se empobrece; cuando las recupera, renace, especialmente entre los más jóvenes.

Dejamos a continuación la traducción de la entrevista completa realizada por The Catholic Herald:

Catholic Herald: Eminencia, llega la Navidad y en su centro se encuentra el misterio del Verbo hecho carne. Mientras la Iglesia se prepara para celebrar la Natividad en un momento marcado por la ansiedad cultural y la tensión eclesial, ¿qué cree usted que los católicos están especialmente llamados a recordar, o quizá a recuperar, hoy?

Cardenal Burke: Creo que estamos llamados ante todo a recordar la verdad simple y fundamental de que Dios Hijo se ha hecho hombre. En la Encarnación, Él ha unido nuestra naturaleza humana a su naturaleza divina. Ha sufrido, ha muerto, ha resucitado de entre los muertos, ha ascendido a la derecha del Padre y está vivo con nosotros ahora, presente en la Iglesia y activo en el mundo.

Por esa razón, los católicos deberían estar llenos de esperanza. Al mismo tiempo, debemos resistir la tentación del desánimo, o incluso de abandonar la vivencia de nuestra fe católica y de la vida cristiana. El mundo de hoy presenta tantas pruebas, guerras y conflictos civiles, junto con problemas morales muy graves. En tales circunstancias, incluso buenos cristianos pueden desanimarse o sentirse tentados a retirarse del mundo por completo.

Pero sabemos que Nuestro Señor está con nosotros. Estamos en el mundo y estamos llamados, con esperanza y con valentía, a perseverar. Como nos exhorta san Pablo, debemos “luchar el buen combate”, mantenernos firmes y ser heraldos de la verdad de la Navidad en todo lo que decimos y hacemos: que Cristo ha venido, que permanece con nosotros y que estará con nosotros hasta que regrese en gloria en el último día.

CH: Si me permite pasar de lo universal a lo personal por un momento: cuando piensa en su propia infancia, ¿hay alguna tradición o recuerdo navideño en particular que haya permanecido con usted, algo que todavía marque la manera en que vive hoy la fiesta?

CB: Cuando pienso en mi infancia, hay un recuerdo que destaca con mucha claridad: ir a la Misa de Medianoche. Siempre había una gran expectación en casa. Yo era el menor de seis hijos y, gracias a Dios, fuimos criados por padres católicos devotos.

Siempre abríamos los regalos en Nochebuena antes de ir a Misa, como puede imaginar, algo en lo que los niños piensan bastante [ríe]. Y luego íbamos juntos a la Misa de Medianoche. Siempre era muy hermosa, incluso en nuestra comunidad rural. La iglesia local, la música, la ceremonia, todo ello dejó una profunda impresión en mí. Esas celebraciones de la Misa de Medianoche siguen siendo mis recuerdos navideños más queridos.

CH: Sin vulnerar la confidencialidad del cónclave, ¿podría reflexionar sobre su experiencia de participar en la elección del papa León XIV? ¿Qué le impresionó más del ambiente espiritual de ese momento y cómo influyó en su sentido de responsabilidad como cardenal elector?

CB: Como sabe, el cónclave en sí mismo es fundamentalmente un acto litúrgico. Los cardenales visten el hábito coral completo, como corresponde, y todo el proceso está enmarcado por la oración. Comenzamos celebrando juntos la Santa Misa y, durante el propio cónclave, en la Capilla Sixtina, rezamos las horas del Oficio Divino.

Al comienzo mismo del cónclave hay también una exhortación formal. En esta ocasión fue pronunciada por el antiguo predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa. Lo que más profundamente me impresionó fue la gravedad de la responsabilidad que se nos confiaba: la tarea de elegir a un sucesor de san Pedro.

Esa gravedad se sentía de manera especialmente intensa debido a las circunstancias particulares de este cónclave. El Colegio de Cardenales se había vuelto muy numeroso, trece por encima del número normativo de 120, del cual el papa Francisco había dispensado para crear cardenales adicionales. Al mismo tiempo, no habíamos celebrado un consistorio extraordinario en más de diez años. Esos consistorios suelen ser las ocasiones en las que los cardenales se conocen mejor entre sí y ejercen su función de consejeros del papa, a veces descrita como una especie de “senado papal”.

Como resultado, muchos de nosotros no nos conocíamos bien. Ese hecho intensificó el sentido de responsabilidad, y fue algo que muchos cardenales comentaron. Yo mismo lo sentí con mucha fuerza. Aun así, confiamos, y seguimos confiando, en la presencia del Espíritu Santo en el cónclave. Y, por supuesto, como solemos decir, una cosa es que el Espíritu Santo esté presente; otra es que los cardenales le sean obedientes. Confiamos en que esa obediencia se haya dado.

CH: Cuando fue elegido Benedicto XVI, recuerdo haberme sentido especialmente cercano a él, no solo porque era alemán, sino también porque lo habíamos seguido durante años y no era un nombre nuevo para nosotros. ¿Siente usted una cercanía similar con el papa León XIV por ser estadounidense?

CB: Verá, circularon algunas historias en las redes sociales que sugerían que nos reuníamos con frecuencia o que yo era especialmente cercano al papa León. Eso simplemente no era así. Lo había conocido una vez brevemente después de que concluyera su mandato como prior general de los agustinos, y luego una vez más aquí en Roma, después de que se convirtiera en prefecto del Dicasterio para los Obispos.

Dicho esto, sí siento una afinidad natural con él. Se crio en el sur de Chicago, en el Medio Oeste, de donde yo también procedo, aunque yo vengo de un entorno agrícola y él de la ciudad, y es varios años más joven que yo. Aun así, compartimos algo del mismo trasfondo cultural y eclesial.

También es importante recordar que, aunque el papa León nació y se crio en Estados Unidos y recibió allí su primera formación en el seminario, pasó aproximadamente treinta años en el Perú, tanto como misionero como después como obispo. En ese sentido, está profundamente marcado también por la vida eclesial sudamericana. Creo que muchos de los cardenales sudamericanos lo consideran muy suyo, del mismo modo que yo lo considero norteamericano. Su experiencia tiende un puente entre ambos mundos.

CH: Muchos católicos, y no pocos jóvenes católicos, siguen preocupados por el lugar de la Misa tradicional en latín en la vida de la Iglesia hoy. ¿Cómo valora usted su papel y qué enfoque pastoral considera más fiel tanto a la tradición como a la unidad eclesial?

CB: Creo que el papa Benedicto XVI proporcionó la orientación y la legislación más correctas para la relación entre el uso más antiguo del Rito Romano y el uso más reciente, lo que a menudo se llama la forma ordinaria del Rito Romano. Su principio rector fue que ambas formas debían celebrarse en su integridad y conforme a su propia naturaleza como culto divino.

Como dejó claro el papa Benedicto en Summorum Pontificum, la forma más antigua del Rito Romano, que estuvo en uso durante aproximadamente quince siglos, desde el tiempo del papa san Gregorio Magno e incluso antes, alimentó la vida espiritual de innumerables santos, confesores, mártires, grandes teólogos, grandes escritores espirituales y de todos los fieles. Este patrimonio nunca puede perderse. En toda su belleza y bondad, es un tesoro que la Iglesia debe conservar y promover siempre.

Lo que vemos hoy es muy elocuente. Muchos jóvenes, que no crecieron con este uso más antiguo, lo descubren más tarde en la vida y lo encuentran profundamente nutritivo desde el punto de vista espiritual, tanto para ellos como para sus familias. Mi esperanza, por tanto, es que la sabiduría del papa Benedicto XVI sea recuperada, por así decirlo, y que pueda haber de nuevo un uso más amplio de ambas formas del Rito Romano, siempre celebradas con reverencia, siempre entendidas como la acción del propio Cristo, que renueva sacramentalmente su sacrificio en el Calvario. Estoy convencido de que esto traerá grandes bendiciones a la Iglesia.

CH: Bajo Benedicto XVI, muchos católicos sintieron que hubo algo así como un periodo de “paz litúrgica”. ¿Quizá podamos esperar eso de nuevo?

CB: Sí, efectivamente. Esa paz se experimentó en muchos lugares y puede ser restaurada.

CH: Estudios recientes sugieren que la llamada “Generación Z”, aquellos nacidos aproximadamente desde mediados de la década de 1990 hasta mediados de la de 2010, es más conservadora religiosa y moralmente que las generaciones anteriores. Esto se evidencia en el aumento de la asistencia a la iglesia, no solo en Estados Unidos sino a nivel internacional. En Inglaterra, por ejemplo, los católicos practicantes superan ahora en número a los anglicanos practicantes. Han pasado quinientos años, pero hemos vuelto. ¿Cómo interpreta usted este fenómeno? ¿Le sorprende?

CB: No me sorprende en absoluto. Esta generación ha crecido en una sociedad moral y espiritualmente en bancarrota. Han visto los frutos de vivir como si Dios no existiera, de vivir, como decía san Juan Pablo II, según lo que nos apetece en cada momento en lugar de según lo que Dios nos pide.

Los jóvenes han experimentado el vacío de ese modo de vida. Y por eso buscan algo sólido, la verdad, la belleza y la bondad. Naturalmente, se sienten atraídos por la tradición viva de la Iglesia: la fe transmitida desde los Apóstoles, el culto divino de la Iglesia y su enseñanza moral.

Mi propia generación tuvo la bendición de crecer en un tiempo de mayor estabilidad en estos ámbitos. No fue una época perfecta, nunca lo es, pero el culto divino, la enseñanza moral y la claridad doctrinal se daban en gran medida por supuestos. Con el tiempo, muchos de estos tesoros fueron descuidados o abandonados, para empobrecimiento de las generaciones posteriores.

Ahora los jóvenes quieren recuperar lo que se perdió. Veo esto como una expresión de la gracia bautismal, la obra del Espíritu Santo que mueve el corazón que anhela conocer a Dios, amarlo y servirlo. Como rezaba san Agustín a Nuestro Señor en sus Confesiones: “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

CH: Lo que me llama la atención es que este redescubrimiento entre los jóvenes también crea una especie de responsabilidad que fluye hacia atrás. Padres y abuelos se dan cuenta de repente de que poseen algo precioso, algo que la generación más joven desea, y de que tienen el deber de transmitirlo.

CB: Absolutamente.

CH: Muchas personas leen entrevistas como esta con un espíritu polémico, especialmente cuando surgen cuestiones de Iglesia y política. ¿Cómo puede la Iglesia responder mejor a los jóvenes católicos hoy sin reducir la fe a categorías políticas o sociológicas? Al mismo tiempo, los cristianos deben vivir en la sociedad, comprometerse con la vida pública y ser, como dice Nuestro Señor, la sal de la tierra. ¿Cómo debe lograrse ese equilibrio?

CB: La Iglesia debe comenzar siempre por lo que es: el instrumento de la obra salvífica de Cristo. La fe nunca puede reducirse a un programa político o a un movimiento sociológico. Al mismo tiempo, la fe necesariamente da forma a la manera en que vivimos en el mundo, a cómo actuamos en la sociedad, a cómo buscamos la justicia y a cómo defendemos la dignidad humana.

El equilibrio se logra cuando la política se entiende como algo que fluye de la fe, no que la sustituye. Cuando la fe se reduce a ideología, se vacía de su poder. Pero cuando la fe se vive plenamente, en el culto, en la vida moral y en la caridad, se convierte naturalmente en levadura en la sociedad. Así es como los cristianos transforman verdaderamente el mundo: no politizando el Evangelio, sino viviéndolo.

CH: Por un lado, no debemos convertir la fe en política; por otro, los cristianos viven en la sociedad, participan en la vida pública y están llamados a ser la levadura y la sal de la tierra. ¿Cómo puede lograrse hoy ese equilibrio? ¿Cómo puede la Iglesia responder mejor a los jóvenes católicos sin reducir la fe a categorías políticas o sociológicas? En otras palabras, ¿cómo logra la Iglesia el equilibrio correcto? ¿Hay algún elemento que usted considere particularmente importante o llamativo desde su propia experiencia?

CB: Creo que la tarea más importante que tenemos ante nosotros es profundizar en nuestra comprensión de las verdades de la fe tal como han sido enseñadas, en una línea ininterrumpida, a lo largo de los siglos cristianos. Hoy en día, muchas personas están muy mal catequizadas. Durante décadas, la catequesis se ha reducido a menudo a lo que podría llamarse un enfoque de “sentirse bien”, pero sin contenido. ¿Por qué debería sentirme bien? Debería sentirme bien porque conozco la ley de Dios y me esfuerzo por vivir conforme a ella.

Al mismo tiempo, ahora contamos con una herramienta poderosa en las redes sociales. Puede usarse para fines muy dañinos, para difundir falsedades y confusión, pero también puede utilizarse de manera muy positiva: para ayudar a las personas a profundizar en su comprensión de la enseñanza de la Iglesia y a aplicar esa enseñanza a las circunstancias concretas de la vida.

No se trata de sentimentalismo ni de alinearse emocionalmente con un partido político o un movimiento u otro. Nuestra lealtad es a Cristo Rey. Y nos esforzamos, entonces, por ser súbditos fieles de Cristo en las circunstancias concretas en las que vivimos.

Sin embargo, en lugar de recurrir a esta rica enseñanza, el debate público a menudo degenera en estallidos emocionales o en diatribas contra uno u otro político. Si aplicamos verdaderamente la enseñanza de la Iglesia, llegaremos a soluciones que sean justas para todos los implicados.

CH: Tengo que hacer una pregunta polémica al final: ¿cuál es su villancico favorito?

CB: [ríe] Es una muy buena pregunta. Tengo un afecto particular por el Coventry Carol. Por supuesto, hay muchos otros que hemos cantado durante años, Noche de Paz, Aleluya al mundo y demás, pero la música navideña es extraordinariamente rica. Aun así, creo que elegiría el Coventry Carol, que debería resultar agradable aquí en Inglaterra.

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