Una parroquia de Boadilla introduce animales vivos en el presbiterio

Una parroquia de Boadilla introduce animales vivos en el presbiterio

Las imágenes difundidas desde una parroquia de Boadilla del Monte han suscitado un debate legítimo sobre los límites de la creatividad pastoral en la liturgia. En ellas se observa la presencia de animales vivos —ovejas, gallinas, cerdos y un burro— situados en el presbiterio, rodeando el altar durante la celebración de la Misa.

No se trata, además, de un hecho aislado. Tal como muestran las publicaciones disponibles en redes sociales, la misma iniciativa ya se llevó a cabo el año pasado, repitiéndose ahora una práctica que ha vuelto a generar perplejidad entre fieles y observadores. Al menos uno de esos precedentes puede verse en este vídeo difundido en Instagram.

El presbiterio y su significado propio

Conviene abordar la cuestión con serenidad y sentido histórico. La Iglesia conoce desde antiguo representaciones simbólicas del Nacimiento, algunas de ellas con animales e incluso dentro de los templos. Sin embargo, también ha sido siempre consciente de que el altar no es un espacio representativo, sino el Calvario, el lugar donde se renueva sacramentalmente el Sacrificio de Cristo.

Según la Instrucción General del Misal Romano, el presbiterio está reservado al altar, a la proclamación de la Palabra y al ejercicio del ministerio sacerdotal. Su finalidad es estrictamente litúrgica. Precisamente por eso, la tradición ha exigido siempre una prudencia extrema cuando se introducen elementos simbólicos en el ámbito celebrativo.

A lo largo de la historia, incluso cuando se incorporaron representaciones devocionales dentro de los templos —especialmente en la Edad Media—, se mantuvo una clara conciencia de los límites espaciales. El altar y su entorno inmediato quedaban protegidos, despejados y claramente diferenciados, para evitar confusiones entre lo devocional y lo sacramental.

La presencia de animales vivos en ese espacio, con comportamientos inevitables como movimientos imprevisibles, ruidos o excreciones, plantea por tanto un problema objetivo de prudencia litúrgica, más allá de la buena intención que pueda haberla motivado.

Prudencia pastoral y centralidad del altar

La tradición litúrgica de la Iglesia nunca ha sido iconoclasta ni hostil a los signos sensibles. Al contrario, ha sabido integrar símbolos, imágenes y representaciones populares. Pero siempre lo ha hecho desde un principio rector: nada debe eclipsar la centralidad del altar durante la Misa.

Cuando el foco visual y simbólico se desplaza hacia una escenografía llamativa, por legítima que sea en otro contexto, se corre el riesgo de oscurecer el signo sacramental central. La prudencia pastoral consiste precisamente en saber cuándo, dónde y cómo introducir determinados elementos sin alterar el significado de la celebración.

La Misa no es una escenificación

En algunos casos, estas iniciativas se justifican apelando a su valor pedagógico o experiencial. Sin embargo, la liturgia no es una representación ni una “experiencia inmersiva” en sentido moderno. Es ante todo acto de culto, una acción sagrada que posee una forma propia recibida y custodiada por la Iglesia.

La historia demuestra que cuando se han introducido representaciones —incluidas las medievales—, se ha hecho fuera del núcleo sacramental de la Misa, precisamente para no confundir los planos. La prudencia no empobrece la liturgia; la protege.

Belén y Eucaristía: planos distintos

El belén es una representación legítima y profundamente enraizada en la tradición cristiana. La Eucaristía no representa: hace presente. Ambas realidades se iluminan mutuamente cuando cada una ocupa su lugar propio.

En la Edad Media, incluso en contextos de gran riqueza simbólica, no se confundían estos planos. El belén podía estar en el templo, pero no invadía el presbiterio ni rodeaba el altar durante la Misa. Esta distinción no es un formalismo moderno, sino una enseñanza práctica de siglos de vida litúrgica.

Por eso existen normas claras, hoy recogidas en el Misal Romano, que no buscan sofocar la pastoral, sino garantizar esa prudencia histórica que la Iglesia siempre ha considerado necesaria.

Pedagogía sí, pero con límites claros

La preocupación por acercar la fe a los niños es legítima y necesaria. Pero la tradición cristiana ha mostrado que la mejor pedagogía litúrgica no consiste en llenar la Misa de estímulos externos, sino en introducir progresivamente en el misterio, respetando sus signos propios.

Un error de prudencia, más allá de las intenciones

Nada de esto exige juzgar intenciones ni cuestionar la buena voluntad pastoral. Pero sí obliga a reconocer que la introducción de animales vivos en el presbiterio durante la Misa es un error objetivo de prudencia litúrgica, porque rompe una frontera que la Iglesia ha cuidado históricamente con especial atención.

La tradición no se conserva solo repitiendo gestos antiguos, sino manteniendo el criterio que los gobernaba. Y ese criterio ha sido siempre el respeto absoluto al altar.

Conclusión: la tradición enseña prudencia

La historia de la Iglesia muestra creatividad, riqueza simbólica y cercanía pastoral. Pero muestra también una constante preocupación por salvaguardar el altar como lugar santo. Cuando esa prudencia se relaja, no se gana profundidad, sino confusión.

La Navidad cristiana puede y debe expresarse con signos visibles. La Misa, en cambio, exige sobriedad, claridad y reverencia. Aprender de la tradición no es imitarlo todo, sino asumir su sabiduría.