Ni una mención a Jesús en el discurso de Nochebuena de Felipe VI

Ni una mención a Jesús en el discurso de Nochebuena de Felipe VI

El mensaje de Nochebuena del Rey de España en 2025 ha confirmado una tendencia que ya no puede despacharse como un simple descuido: la omisión total y explícita del nacimiento de Jesucristo en la noche en que millones de cristianos celebran precisamente ese acontecimiento.

A lo largo del discurso se abordaron asuntos de evidente interés público —Unión Europea, retos sociales, cuestiones medioambientales, horizonte común—, temas legítimos en una intervención institucional. Pero lo significativo, esta vez, no es solo lo que se dijo, sino lo que no se dijo. No hubo una sola referencia directa al hecho cristiano que da nombre a la Navidad. Ni una mención explícita a Jesús. Ni siquiera una alusión clara al significado religioso de la Nochebuena.

Lo que se calla también es un mensaje

Una jefatura del Estado puede optar por un tono inclusivo y cívico. Pero la neutralidad no exige el silencio absoluto sobre la raíz histórica y cultural de la Navidad en España. Cuando se evita de forma sistemática nombrar aquello que se conmemora, la Navidad queda reducida a un mero marco temporal: una estación del año útil para enviar buenos deseos genéricos y valores consensuales, intercambiables y descontextualizados.

En la práctica, el resultado es un discurso que podría pronunciarse en cualquier fecha del calendario, con mínima adaptación. La Nochebuena se convierte así en un soporte protocolario para ideas correctas y amplias, pero desconectadas del motivo de la celebración.

La estética también comunica

La omisión no fue solo verbal. También lo fue visual. El único elemento tradicionalmente cristiano presente en la escena —un Belén pequeño y minimalista— aparecía arrinconado, con una presencia casi residual. Según la puesta en escena, quedaba fuera del plano principal mientras el Rey intervenía de pie, lo que lo convertía en un detalle marginal, sin centralidad ni protagonismo.

En comunicación institucional, esto no es inocente: lo que no se muestra con claridad, no se subraya. Y lo que no se subraya, en una fecha de fuerte carga simbólica, termina por diluirse.

¿Neutralidad o laicización agresiva?

Quienes defienden esta estrategia suelen invocar la pluralidad religiosa. Sin embargo, el problema no es la pluralidad, sino la invisibilización. Una cosa es no imponer la fe; otra, muy distinta, es desactivar de manera constante los signos y el lenguaje que explican por qué existe la Navidad.

Cuando la Navidad se reduce a lo genérico, lo religioso desaparece y lo cultural se empobrece: queda un cascarón de buenos deseos, pero sin el hecho que los originó.

La consecuencia es un empobrecimiento del significado. La Navidad deja de ser lo que es —una conmemoración concreta, con un contenido concreto— para convertirse en una celebración difusa, cada vez más profana, donde lo cristiano se tolera como decorado periférico, no como sentido central.

Una tendencia que ya no es anecdótica

Que en Nochebuena se evite mencionar explícitamente el nacimiento de Cristo no es una cuestión menor ni un debate exclusivamente confesional. Es, ante todo, una cuestión histórica, cultural y simbólica. España, con su pluralidad contemporánea, sigue siendo un país cuyo calendario, tradiciones y lenguaje público están profundamente atravesados por el cristianismo.

Por eso la pregunta es legítima: ¿este modelo comunicativo busca realmente integrar, o termina diluyendo hasta lo irreconocible el significado de la Nochebuena? ¿Es prudente que el discurso institucional, precisamente esa noche, renuncie a nombrar aquello que durante siglos ha dado sentido, nombre y contenido a la Navidad?

Silenciar no siempre es neutral. A veces, simplemente, es borrar.

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