El vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, defendió esta semana una visión cristiana de la política en un discurso que contrasta abiertamente con décadas de secularización agresiva en la vida pública estadounidense.
Ante más de 30.000 jóvenes conservadores reunidos en AmFest 2025, organizado por Turning Point USA, Vance afirmó que «lo único que ha servido verdaderamente como ancla de Estados Unidos es que hemos sido y, por la gracia de Dios, siempre seremos una nación cristiana». Una afirmación que rompe con el lenguaje ambiguo habitual en buena parte del establishment político occidental.
El vicepresidente denunció que durante décadas se ha librado una guerra cultural contra el cristianismo, impulsada desde sectores ideológicos que han buscado expulsar la fe del espacio público, de la escuela, del trabajo y de la vida social. Según Vance, el resultado ha sido un vacío moral que no ha sido ocupado por una mayor libertad, sino por ideologías que explotan lo peor de la naturaleza humana.
La fe como fundamento del orden moral y político
Vance subrayó que el cristianismo ha proporcionado desde los orígenes de la nación un lenguaje moral compartido, del que derivan la noción de ley natural, el reconocimiento de los derechos humanos, el deber hacia el prójimo y la convicción de que los fuertes deben proteger a los débiles. «El cristianismo es el credo de Estados Unidos», afirmó, recordando que incluso la libertad religiosa, tan invocada en el discurso liberal, es en sí misma un concepto de raíz cristiana.
En contraste, criticó la transformación de la libertad religiosa en una libertad frente a la religión, que ha desembocado en la imposición de una antropología ideológica incompatible con la visión cristiana del hombre, la mujer y la familia. En ese contexto, denunció la negación del orden natural y la promoción de teorías de género que presentan la identidad sexual como una construcción manipulable.
Familia, masculinidad y responsabilidad moral
El vicepresidente defendió una concepción viril y responsable de la masculinidad, afirmando que los frutos del cristianismo auténtico son «buenos esposos, padres pacientes, constructores y hombres dispuestos a dar la vida por un principio si Dios así lo pide». Frente a los discursos victimistas o identitarios, señaló que la verdadera transformación personal y social no nace de programas ideológicos ni de subsidios estatales, sino de Cristo.
Ilustró esta afirmación con su visita a un ministerio cristiano que trabaja con hombres atrapados en la drogadicción y la indigencia, subrayando que lo que los rescató no fue una ideología ni una ayuda económica, sino «el hecho de que un carpintero murió hace 2.000 años y cambió el mundo».
Política sin complejos cristianos
Al concluir, el vicepresidente recordó que solo Dios puede prometer la salvación eterna, pero afirmó que el Gobierno tiene el deber de garantizar comunidades seguras, trabajo digno y estabilidad social. Su intervención fue recibida con entusiasmo por un público joven que, frente al relativismo dominante, parece buscar referentes morales claros.
En un contexto occidental marcado por la renuncia de muchos líderes a toda referencia cristiana, el discurso de Vance supone una reivindicación explícita del papel público de la fe, no como imposición confesional, sino como fundamento moral sin el cual la política degenera en pura ingeniería de poder.
