El Nacimiento. Et Verbum caro factum est!

El Nacimiento. Et Verbum caro factum est!

Iniciamos la última jornada de las Jornaditas de la Virgen, un camino de Adviento que nos dispone interiormente para la Navidad. No se trata solo de recordar el viaje de María y José, sino de caminar con ellos, aprendiendo a esperar, a aceptar el despojo y a preparar el corazón para la adoración del Niño que viene. Cada día nos situó en una etapa de este itinerario espiritual, invitándonos a avanzar con fidelidad, silencio y esperanza hacia Belén.

ORACIÓN INICIAL

Antes de comenzar el camino

Señor Dios nuestro,
Padre eterno, origen de toda promesa cumplida,
en el silencio del Adviento nos ponemos en camino ante Ti.
Sabemos adónde vamos y con Quién caminamos.

Tú has querido que tu Hijo no viniera de improviso, sino lentamente,
gestado en la fe de una Virgen,
custodiado por el silencio de un varón justo,
esperado paso a paso, jornada tras jornada.
Y en ese camino humilde nos has enseñado
que la salvación no irrumpe con estrépito,
sino que llega caminando poco a poco.

Hoy queremos acompañar a María de Nazaret,
Virgen Inmaculada y Madre creyente,
en su marcha silenciosa hacia Belén.
Queremos caminar con San José, Patriarca bendito,
varón fiel que sostiene sin poseer el misterio que salva al mundo.
Y queremos disponer el corazón
para acoger al Niño que viene,
al Verbo eterno que Se hace carne
sin exigir lugar ni forzar puertas,
sin imponer Su Amor.

Purifica, Señor, nuestra memoria,
para que el camino no sea solo recuerdo, sino conversión.
Despierta en nosotros una esperanza sencilla, capaz de alegrarse incluso en el rechazo,
y un gozo humilde que no dependa de ser consolado, sino de saberse amado.

Que estas Jornaditas nos enseñen a caminar despacio,
a no adelantar el final, ni huir del cansancio, ni cerrar el corazón.
Haznos peregrinos interiores, para que, cuando lleguemos a Belén,
no pasemos de largo, sino que sepamos adorar.

Por Jesucristo, tu Hijo, que viene a nosotros en la pobreza
y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

Ya no se camina: el sendero ha cumplido su misión. Todo calla y el tiempo parece detenerse. En este silencio pobre y lleno, nace.., ¡Él! Estoy contigo, Virgen mía, y no me atrevo a decir nada. Te veo inclinarte, recoger al Niño, envolverlo con una delicadeza que no es solo de madre, sino de adoradora. Tu rostro no expresa triunfo ni alivio, sino asombro agradecido.

—María de Nazaret —susurro—, ¿qué se hace cuando Dios se deja tener entre las manos?

Me miras, y tu voz es apenas un soplo:

—Se ama. Y se adora.

De rodillas, el Patriarca no habla: su silencio es viril, caballeroso, protector, lleno. Me acerco a él.

—Padre y Señor mío —le digo—, ¿qué guardas ahora en el corazón?

Levanta la mirada hacia el Niño y responde:

—Guardo lo que no es mío, para que el mundo lo reciba.

Me arrodillo también ante la Presencia. El Salvador mío está aquí. No como idea, ni como exigencia: como Don de los dones.

—Niño Jesús —me atrevo a decir—, tantas veces no Te abrí. Hoy… no sé qué darte.

Y en tu silencio recién nacido entiendo la respuesta: no pides nada. Has venido a darte Tú. El gozo no es ruido ni emoción pasajera. Es una certeza honda: Dios ha querido venir así, pequeño y frágil. Y mi corazón, que tantas veces fue posada hermética, hoy es portal abierto, no por mérito, sino por misericordia. Y entonces, adoro.

Oración

Virgen mía, Madre Inmaculada, María de Nazaret,
enséñame a sostener a Jesús con el corazón limpio,
a no apropiarme de Él, para ofrecerlo al mundo sin reservas.
Guárdame en el asombro agradecido,
en el silencio que adora y en el gozo que no necesita palabras.

San José, Patriarca Nazareno, Padre y Señor mío,
enséñame a custodiar lo santo sin poseerlo,
a servir el misterio sin oscurecerlo,
a permanecer fiel cuando todo parece desesperado.
Hazme guardián humilde del don que Dios me confía.

Y Tú, Salvador mío, Redentor Divino, Mesías Esperado que ya estás aquí,
recibe mi adoración pobre y sincera.
Adonai hecho Niño, Flor de Galilea abierta en la noche,
quédate en mi vida en esta Navidad, ya para siempre.
Haz de mi corazón tu casa, de mis días tu morada,
y de mi gozo una alabanza jubilosa que Te cante siempre.

Por: Mons. Alberto José González Chaves

Siga la novena completa aquí

Ayuda a Infovaticana a seguir informando