Ayuso, Feijóo y Hakuna: una confusión que no es inocente

Ayuso, Feijóo y Hakuna: una confusión que no es inocente

La Comunidad de Madrid organizó en la tarde-noche de Navidad un concierto del grupo de pop católico Hakuna en la Puerta del Sol, uno de los espacios más emblemáticos de la capital, en un acto enmarcado dentro de la programación oficial de Navidad del Gobierno regional presidido por Isabel Díaz Ayuso. El evento, de carácter multitudinario, reunió a miles de personas y contó con una amplia difusión institucional y mediática, presentándose como una de las citas centrales de las celebraciones navideñas en Madrid.

La presencia de Hakuna en un concierto navideño desde el balcón de la Puerta del Sol, con Díaz Ayuso y Nuñez Feijóo como anfitriones en primera fila, puede ser interpretada como una normalización positiva de lo cristiano en el espacio público. Sin embargo, un análisis mínimo obliga a señalar una contradicción de fondo que no puede despacharse como una simple anécdota cultural.

Un gobierno inequívocamente pro-LGTB

No estamos ante un Ejecutivo neutral o meramente tolerante. El Gobierno de Ayuso ha asumido de forma explícita la agenda LGTB como seña de identidad política y cultural. La Comunidad de Madrid ha sido presentada reiteradamente por su presidenta como referente del Orgullo, no solo en términos de convivencia civil, sino como modelo ideológico de «libertad y modernidad».

Ayuso ha defendido públicamente el Orgullo como uno de los grandes “valores” de Madrid, ha celebrado su impacto internacional y ha vinculado su promoción a la idea de progreso social. Bajo su mandato, las instituciones madrileñas han respaldado actos, campañas y discursos que asumen sin matices la antropología de género, incompatible con la visión cristiana de la persona, la sexualidad y la familia.

No se trata de evitar la persecución —algo que ningún católico defiende—, sino de constatar que el marco cultural LGTB ha sido plenamente interiorizado y promovido desde el poder político regional.

El aborto como derecho garantizado

En materia de aborto, la posición de Ayuso es igualmente clara. Más allá de matices retóricos, ha defendido que el aborto es una libertad que debe estar garantizada por los poderes públicos, rechazando cualquier medida que pueda limitar su acceso efectivo en la sanidad pública y llegando a mostrarse a favor de su libre acceso a menores.

Ayuso ha sostenido que el aborto debe ser legal, accesible y seguro, oponiéndose a mecanismos que dificulten su práctica. Aunque en ocasiones haya señalado que “no es algo deseable”, no lo ha planteado como un mal moral objetivo, sino como una opción legítima dentro del catálogo de derechos individuales.

Desde el punto de vista doctrinal católico, esta posición no es ambigua: es abiertamente abortista.

La foto con Hakuna: una contradicción objetiva

En este contexto, la imagen de Ayuso asociada a un grupo de pop católico como Hakuna resulta profundamente contradictoria. No porque la música cristiana no pueda sonar en un espacio público, sino porque se genera una confusión entre dos cosmovisiones incompatibles.

Un gobierno que promueve la agenda LGTB y garantiza el aborto como derecho no puede presentarse —sin incurrir en incoherencia— junto a un movimiento que se identifica públicamente como católico, especialmente en un contexto navideño y simbólico.

La cuestión no es estética, sino moral y cultural:

¿Se está utilizando un fenómeno religioso para blanquear una agenda política ajena —cuando no contraria— al cristianismo?

Hakuna: éxito musical y lagunas doctrinales

Conviene decirlo con claridad. Hakuna, como fenómeno musical, funciona. Su pop emocional conecta con miles de jóvenes y su capacidad de convocatoria es innegable. Lo ocurrido en Sol vuelve a demostrarlo.

Pero como fenómeno espiritual y neocarismático, presenta lagunas serias que no pueden ignorarse.

La principal es un emotivismo acusado, donde la experiencia subjetiva ocupa el centro, desplazando la dimensión objetiva de la fe. En su lenguaje, en su estética y en su modo de presentar la adoración, aparece con frecuencia un homocentrismo latente: parece que Dios está al servicio de la experiencia del hombre, y no el hombre rendido ante la majestad de Dios.

Conviene recordarlo:

No es Dios quien nos adora a nosotros; somos nosotros quienes adoramos a Dios.

Este desequilibrio se expresa también en el trato al Santísimo Sacramento. La banalización del espacio sagrado, la improvisación estética —tabernáculos de Ikea, exposiciones del Santísimo en contextos impropios como backstages, playas o fiestas— no son detalles secundarios. En la tradición católica, la forma expresa el fondo. Y aquí el fondo queda debilitado.

No todo es cuestión de gustos. Hay límites que afectan directamente al sentido de la adoración y al respeto debido a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

El riesgo de la confusión

Cuando un movimiento católico —ya de por sí teológicamente débil en algunos aspectos— se expone sin distancia crítica junto a un poder político claramente pro-LGTB y abortista, el riesgo es doble.

Por un lado, el político obtiene una foto amable que suaviza su perfil ideológico ante un público creyente. Por otro, los fieles —especialmente los jóvenes— pueden interiorizar la idea falsa de que no existe contradicción real entre la fe católica y las agendas culturales dominantes.

Esa confusión no es neutra. Es profundamente dañina.

Claridad frente a emociones

La música emociona, los conciertos movilizan y las luces navideñas crean atmósfera. Pero la fe católica no se construye sobre emociones ni sobre fotografías, sino sobre la verdad.

Y la verdad es clara: una agenda pro-LGTB y abortista no es compatible con la cosmovisión cristiana. Ni aunque suene música religiosa de fondo. Ni aunque se vista de Navidad.

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