La Misa, tesoro de la fe: El Gloria, la oración de la Iglesia que nace del cielo

La Misa, tesoro de la fe: El Gloria, la oración de la Iglesia que nace del cielo

Si hay una oración que puede decirse con propiedad que desciende directamente del cielo, esa es el Gloria. Sus primeras palabras no fueron compuestas por hombres, sino cantadas por los ángeles la noche de Navidad: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». La Iglesia tomó ese canto celestial y lo desarrolló hasta convertirlo en una de las expresiones más puras y solemnes de la alabanza a Dios. En este capítulo de Claves — FSSP, se profundiza en el sentido del Gloria, en su lugar dentro de la Misa y en los gestos y oraciones que conducen a la oración colecta, verdadera síntesis de la súplica del pueblo cristiano.

El Gloria: un himno de alabanza angélica

El Gloria no fue incorporado de manera inmediata a la liturgia romana. Durante siglos, su uso estuvo reservado a ocasiones muy concretas. Primero se cantaba únicamente en la Misa de Navidad, después solo los obispos podían entonarlo en domingos y fiestas de mártires, mientras que los sacerdotes lo recitaban exclusivamente en la Misa de Pascua. No fue hasta finales del siglo XI cuando su uso se generalizó, estableciéndose que se cantara en todas las Misas de carácter festivo: los domingos —excepto en Adviento y Cuaresma—, las fiestas y los tiempos de especial alegría litúrgica como Navidad y Pascua.

Al entonar el Gloria, el sacerdote eleva y extiende las manos hacia el cielo, para luego unirlas ante el pecho, gesto que expresa adoración y entrega. A lo largo del himno inclina la cabeza en varias ocasiones, especialmente al pronunciar el nombre de Jesús o al expresar reverencia directa a Dios. Este gesto no es exclusivo del Gloria: durante toda la Misa, el sacerdote inclina la cabeza cada vez que pronuncia el santo nombre de Jesús, subrayando así la centralidad de Cristo en el sacrificio eucarístico.

La Trinidad glorificada en el Gloria

Todo el texto del Gloria es un desarrollo de las dos proclamaciones angélicas: la gloria debida a Dios y la paz ofrecida a los hombres. En él se glorifica a la Santísima Trinidad de forma clara y ordenada. Se comienza alabando al Padre, se invoca después al Hijo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y se menciona finalmente al Espíritu Santo. No es casual que al nombrar al Espíritu Santo, al final del Gloria, el sacerdote haga la señal de la cruz, recordando que toda la alabanza cristiana es esencialmente trinitaria.

El Gloria resume de forma admirable los cuatro fines de la Misa, que son también los cuatro fines de toda oración auténtica. En primer lugar, la adoración, expresada ya en la palabra Gloria. Después, la acción de gracias: «Te damos gracias por tu inmensa gloria». A continuación, la propiciación o petición de perdón: «Ten piedad de nosotros». Y finalmente, la súplica confiada, en la que se pide la ayuda divina: «Acoge nuestra oración». De este modo, el Gloria sitúa al alma en la actitud justa ante Dios antes de continuar el desarrollo de la liturgia.

“Dominus vobiscum”: Dios está presente y actúa

Concluido el Gloria, el sacerdote se vuelve hacia los fieles y pronuncia por primera vez una de las fórmulas más características de la liturgia: «Dominus vobiscum», el Señor esté con vosotros. La asamblea responde: «Et cum spiritu tuo», y con tu espíritu. Este diálogo no es un simple saludo, sino una llamada a la atención y a la oración. Marca la proximidad de un momento importante de la Misa y recuerda a los fieles que el Señor está verdaderamente presente y actuando.

No se trata solo de un deseo, sino de una afirmación de fe. Como Dios dijo a Moisés «Yo estaré contigo», así la liturgia proclama que el Señor está allí, obrando en la Misa. No es la asamblea la que, por reunirse, hace presente a Cristo, sino Cristo quien actúa en su Iglesia. San Juan Crisóstomo veía en la respuesta del pueblo un reconocimiento del Espíritu Santo presente en el alma del sacerdote, que actúa como ministro de Dios para realizar el sacrificio eucarístico.

La colecta: la súplica unificada de la Iglesia

Este diálogo abre paso a la oración colecta, llamada así porque recoge en pocas palabras las súplicas de toda la asamblea. El sacerdote la recita de pie, vuelto hacia Oriente, con las manos elevadas y separadas, gesto antiguo que expresa imploración, respeto y veneración. Esta postura, heredada del Antiguo Testamento, es la actitud originaria del orante y aparece en las oraciones más antiguas de la Misa: la colecta, la oración sobre las ofrendas, la prefacio y el canon.

La orientación hacia el Oriente no es un detalle arquitectónico sin importancia. El Este es la dirección del sol naciente, símbolo de Cristo, y según el Evangelio de san Mateo, es de Oriente de donde el Señor volverá en gloria. Celebrar orientados expresa la esperanza en su retorno. Por eso, en la tradición litúrgica, sacerdote y fieles no se dan la espalda, sino que se vuelven juntos hacia Dios, al que se ofrece el sacrificio.

Estructura y profundidad de la oración colecta

Las colectas pertenecen a las oraciones más antiguas del rito romano, muchas de ellas compuestas entre los siglos III y IV. Son breves, sobrias y densas, como una máxima latina. Siguen una estructura muy precisa que, según explica santo Tomás de Aquino, refleja las etapas de toda petición a Dios. Primero, el alma se eleva hacia Él, invocándolo directamente; después, se recuerdan sus beneficios, a menudo relacionados con la fiesta del día; solo entonces se formula la petición concreta; y finalmente, la oración concluye recordando que toda gracia viene del Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.

Al final de la colecta, la asamblea responde con un “Amén” firme y consciente. Esta palabra hebrea, utilizada por el propio Cristo, expresa tanto la adhesión de la inteligencia —“esto es verdad”— como la del corazón —“así sea”—. Con este Amén, los fieles se unen plenamente a la oración pronunciada por el sacerdote en nombre de todos, manifestando la comunión profunda entre el ministro y la asamblea.

El Gloria y la oración colecta introducen a los fieles en una alabanza ordenada, consciente y profundamente teológica. A través de gestos antiguos y palabras venerables, la liturgia educa el alma para adorar, agradecer, pedir perdón y suplicar con confianza.

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