La crisis que vive la Iglesia no puede reducirse a una pugna superficial entre supuestos “conservadores” y “progresistas”. El conflicto de fondo es más profundo y decisivo: un enfrentamiento entre la Realidad y la Utopía, entre el realismo cristiano y la ideología. Así lo sostienen el teólogo don Nicola Bux y el ensayista Vito Palmiotti, en un reciente diálogo organizado por La Nuova Bussola Quotidiana, dedicado precisamente a este eje central del debate eclesial contemporáneo.
La conversación, conducida por Stefano Chiappalone en el marco de los Venerdì della Bussola, giró en torno al libro Realtà e Utopia nella Chiesa, publicado por el mismo medio italiano y que incluye, además, un intercambio epistolar inédito entre don Nicola Bux y el Papa emérito Benedicto XVI.
Más allá de etiquetas políticas
Según los autores, el uso de categorías tomadas del lenguaje político ha contribuido a ocultar el verdadero problema. No se trata de una disputa de sensibilidades, sino de una desconexión progresiva de la realidad cristiana, que tiene un nombre propio: Jesucristo.
Bux lo expresa con claridad: la ideología ha desplazado a la realidad hasta el punto de que Cristo se ha convertido en el gran ausente del cristianismo. Se habla de paz, justicia, fraternidad o acogida, pero se evita nombrar su fuente. «La realidad es de Cristo», recuerda el teólogo citando la Carta a los Colosenses, y sin embargo ese dato elemental ha sido relegado por un discurso eclesial cada vez más abstracto y humanitario.
Durante décadas —advierte— se ha insistido en los “valores” desligados de su raíz sobrenatural, confiando en que bastaran por sí mismos. El resultado ha sido el contrario: valores sin Cristo se transforman en utopías, incapaces de arraigar en la vida real de los fieles.
El humanitarismo como sustituto de la fe
Bux subraya que ya Juan Pablo II y Benedicto XVI percibieron este desplazamiento. El cardenal Giacomo Biffi alertó tempranamente del riesgo de una Iglesia reducida a agencia humanitaria, más preocupada por resultar aceptable al mundo que por anunciar la salvación. Cristo —recuerda Bux— no vino a resolver los problemas sociopolíticos de su tiempo, sino a revelar a Dios y abrir el camino de la redención. La transformación del mundo es consecuencia, no punto de partida.
La experiencia de Juan Pablo II bajo el comunismo refuerza esta tesis: los grandes valores proclamados por los regímenes ideológicos no liberan al hombre si no nacen de la fe. La auténtica solidaridad que dio origen a Solidarność surgió de la Eucaristía, no de consignas.
Utopía, reinterpretación y disolución
Palmiotti aborda la otra cara del problema: la utopía eclesial que, bajo apariencia pastoral, acaba vaciando el contenido de la fe. Señala una línea de continuidad entre ciertas formulaciones de don Tonino Bello y el lenguaje del pontificado de Francisco, donde Cristo aparece a menudo como pretexto para discursos ajenos al núcleo cristiano.
Conceptos como el pluralismo religioso, la “convivialidad de las diferencias” o la crítica a la misión evangelizadora han ido acompañados —según Palmiotti— de una desvalorización de la liturgia, presentada incluso como “cansada”. Pero si la liturgia es un acto de amor, ¿cómo puede considerarse obsoleta?
El resultado de este proceso es una Iglesia que ya no libera al mundo, sino que se deja juzgar por él, hasta el punto de renunciar a su misión propia. Cuando se elimina lo divino, no emerge un cristianismo más humano, sino una sucesión de nuevos moralismos y culpas artificiales.
El retorno de la realidad
Ambos autores coinciden en que la realidad termina imponiéndose. Bux interpreta el inicio del pontificado de León XIV como parte de un despertar de la identidad cristiana, visible también en Occidente, especialmente entre los jóvenes. Las cifras de práctica religiosa muestran una Iglesia debilitada, pero también un hambre de verdad que busca respuestas auténticas.
El creciente interés por el culto divino, incluida la liturgia tradicional, confirma —según Bux— que el hombre está cansado de discursos centrados en sí mismo. Como decían los disidentes soviéticos: “Estamos hartos de que nos hablen del hombre; queremos que nos hablen de Dios”. Las utopías prometen paraísos en la tierra; la fe cristiana ofrece la verdad que salva.
Palmiotti, por su parte, llama a la prudencia. La Iglesia no se reforma por ruptura ni por aceleraciones artificiales. Pensar en un cambio inmediato sería, de nuevo, caer en la utopía. El camino es largo y exige paciencia, fidelidad y una reforma de la reforma litúrgica que devuelva centralidad a Dios.
La profecía cristiana
Recordando a Benedicto XVI, Bux concluye con una aclaración decisiva: la profecía cristiana no consiste en prever el futuro, sino en hablar a los hombres “cara a cara” en nombre de Cristo. No hay que reinventar la Iglesia ni descubrir novedades inéditas, sino volver a la realidad que nunca debió perderse.
Porque cuando la Iglesia abandona la realidad para perseguir utopías, se diluye. Cuando vuelve a Cristo, se reconoce a sí misma.
