Jerusalén a lo lejos. La ciudad que espera sin saberlo

Jerusalén a lo lejos. La ciudad que espera sin saberlo

Iniciamos una nueva jornada de las Jornaditas de la Virgen, un camino de Adviento que nos dispone interiormente para la Navidad. No se trata solo de recordar el viaje de María y José, sino de caminar con ellos, aprendiendo a esperar, a aceptar el despojo y a preparar el corazón para la adoración del Niño que viene. Cada día nos sitúa en una etapa de este itinerario espiritual, invitándonos a avanzar con fidelidad, silencio y esperanza hacia Belén.

ORACIÓN INICIAL

Antes de comenzar el camino

Señor Dios nuestro,
Padre eterno, origen de toda promesa cumplida,
en el silencio del Adviento nos ponemos en camino ante Ti.
Sabemos adónde vamos y con Quién caminamos.

Tú has querido que tu Hijo no viniera de improviso, sino lentamente,
gestado en la fe de una Virgen,
custodiado por el silencio de un varón justo,
esperado paso a paso, jornada tras jornada.
Y en ese camino humilde nos has enseñado
que la salvación no irrumpe con estrépito,
sino que llega caminando poco a poco.

Hoy queremos acompañar a María de Nazaret,
Virgen Inmaculada y Madre creyente,
en su marcha silenciosa hacia Belén.
Queremos caminar con San José, Patriarca bendito,
varón fiel que sostiene sin poseer el misterio que salva al mundo.
Y queremos disponer el corazón
para acoger al Niño que viene,
al Verbo eterno que Se hace carne
sin exigir lugar ni forzar puertas,
sin imponer Su Amor.

Purifica, Señor, nuestra memoria,
para que el camino no sea solo recuerdo, sino conversión.
Despierta en nosotros una esperanza sencilla, capaz de alegrarse incluso en el rechazo,
y un gozo humilde que no dependa de ser consolado, sino de saberse amado.

Que estas Jornaditas nos enseñen a caminar despacio,
a no adelantar el final, ni huir del cansancio, ni cerrar el corazón.
Haznos peregrinos interiores, para que, cuando lleguemos a Belén,
no pasemos de largo, sino que sepamos adorar.

Por Jesucristo, tu Hijo, que viene a nosotros en la pobreza
y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

Hoy el camino adquiere una gravedad nueva. No hemos entrado todavía en la ciudad, pero Jerusalén se deja sentir. No se ve del todo, pero se presiente. El aire cambia. El suelo parece cargado de memoria. Aquí cada piedra habla, aunque nadie escuche.

Camino contigo, Virgen mía, y percibo en tu paso una mezcla de recogimiento y fortaleza. No miras con curiosidad, sino con respeto. Sabes que esta ciudad acogerá y rechazará, bendecirá y condenará, cantará hosannas y pedirá sangre.

—Virgencita —me atrevo a decirTe—, ¿qué sientes al pasar tan cerca de esta ciudad?

No respondes de inmediato. Caminas unos pasos más. Luego dices:

—Siento que Dios ama incluso a quienes no saben amarle todavía.

Guardo esas palabras. Jerusalén no sabe que el Mesías Esperado pasa tan cerca, oculto, silencioso, sostenido por tu fe. Y yo me reconozco en esa ciudad: llena de templos y de distracciones, de ritos y de olvidos.

Me acerco a José. Hoy camina más serio, más concentrado. El ronzal del asnillo está firme en su mano.

—Patriarca Nazareno —le digo—, ¿cómo se camina junto a lo que será dolor sin endurecer el corazón?

Él responde con una voz grave, serena:

—Amando sin adelantar el sufrimiento. Cada cosa a su hora.

Y comprendo que hoy la jornada me enseña a no anticipar la cruz, a no cargar con dolores que Dios todavía no ha pedido, pero tampoco a huir de la verdad cuando se deja presentir.

—Madre —Te confieso—, yo tantas veces quiero una fe sin Jerusalén, sin conflicto, sin entrega.

Me miras con una ternura firme.

—La fe que evita Jerusalén no llega nunca a Belén.

Seguimos caminando. No entramos. Pasamos cerca. Basta. Dios no lo quiere todo a la vez. El Redentor Divino todavía crece en silencio: aun no es la hora. Y aprendo hoy a caminar cerca del misterio sin poseerlo, a respetar los tiempos de Dios, sin forzar.

Oración

María de Nazaret, Señora mía,
Tú que pasas junto a Jerusalén sin detenerte,
enséñame a amar sin exigir frutos inmediatos,
a permanecer fiel cuando el corazón presiente la cruz
pero aun no la comprende.
Guárdame del miedo que huye
y del voluntarismo que se adelanta.
Hazme dócil a los tiempos de Dios.

José, Patriarca Nazareno, Padre y Señor mío,
enséñame tu prudencia fuerte,
esa que no ignora el dolor pero tampoco lo adelanta.
Guíame cuando el camino se vuelve grave,
cuando la fe deja de ser ligera
y empieza a ser verdadera.

Y Tú, Salvador mío,
Mesías Esperado que hoy pasas oculto junto a la Ciudad santa,
no permitas que Te ignore como Jerusalén,
ni que Te reduzca a mis esquemas.
Ven a mi vida con tu verdad entera,
cuando Tú quieras, como Tú quieras.
Flor de Galilea que creces en silencio,
haz de mi corazón una tierra que no Te expulse cuando llegues.

Por: Mons. Alberto José González Chaves

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