El aborto como anti-Eucaristía sacrílega: “Esto es mi cuerpo”

El aborto como anti-Eucaristía sacrílega: “Esto es mi cuerpo”

En el corazón del cristianismo late una frase que Cristo pronunció en el Cenáculo y que la Iglesia repite cada día en el altar: «Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros». Con esas palabras, el Hijo de Dios se convierte en Víctima voluntaria, se ofrece al Padre y, al hacerlo, rompe para siempre el poder de la muerte. Su cuerpo entregado y su sangre derramada no son tomados por la fuerza: son donados por amor. Y ese don, repetido sacramentalmente en la Misa, es la fuente de toda gracia, de toda salvación, de toda vida verdadera.

En las clínicas abortivas de todo el mundo resuena, casi como un eco infernal, la misma fórmula, pero invertida: «Es mi cuerpo». El lema del movimiento abortista global no es una casualidad ni una simple coincidencia verbal. Es una parodia deliberada, una contra-consagración. Donde Cristo dice «esto es mi cuerpo entregado por vosotros», el aborto proclama «este es mi cuerpo, y nadie me va a decir qué hacer con él», aunque para defender esa supuesta soberanía haya que arrancar de las entrañas otro cuerpo que no pidió nacer ni morir.

La estructura es una analogía clara con la necesaria firma del maligno. En ambos casos hay un cuerpo que se ofrece sobre un altar: en la Misa, el altar es la cruz y luego el altar de piedra; en el aborto, el altar es la camilla fría de acero inoxidable. En ambos casos hay sangre derramada: en la Eucaristía, la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo; en el aborto, la sangre del cordero más pequeño e indefenso, cuya muerte no quita ningún pecado, sino que lo multiplica sobre los inductores. En ambos casos hay una víctima inocente: en el Gólgota, el Justo por los injustos; en la sala de procedimientos, el absolutamente inocente por los deseos, miedos o conveniencias de los adultos.

La diferencia radical es el signo. El Sacrificio del Calvario abre el cielo porque el Amor acepta ser inmolado. El pseudosacramento del aborto abre el abismo porque el egoísmo inmola al amor. Uno es el acto de Dios que se hace hombre para salvar al hombre; el otro es el acto del hombre que se hace dios para eliminar al hombre que le estorba. Por eso la sangre de Abel sigue clamando desde la tierra (Gn 4,10) y la sangre de millones de niños abortados forma ya un río que grita justicia ante el trono de Dios.

El demonio no tiene creatividad propia: solo puede imitar y pervertir. No puede crear sacramentos, pero sí puede fabricar emulaciones y anti-sacramentos. Y el aborto es el más desarrollado de todos ellos porque utiliza las mismas palabras, los mismos gestos y la misma lógica sacrificial que Cristo, pero lo invierte. «Es mi cuerpo» pronunciado por Cristo es la puerta de la vida eterna; «es mi cuerpo» gritado como bandera de muerte es la puerta más ancha hacia todo lo que nos vacía como personas.

Mientras la Iglesia siga celebrando la Eucaristía, la Cruz seguirá venciendo. Pero mientras el mundo siga celebrando el aborto como derecho supremo, la parodia seguirá extendiéndose y la sangre inocente seguirá clamando. Solo hay una forma de romper este pseudosacramento infernal: volver a escuchar las palabras verdaderas, las del único que puede decir con autoridad absoluta «esto es mi cuerpo entregado por vosotros», y responder como María: «Hágase en mí según tu palabra», nunca según mi comodidad, nunca según mi miedo, nunca según mi proyecto. Porque solo hay un Cuerpo que puede ser entregado para salvar al mundo, y ese Cuerpo ya fue entregado en la Cruz y es entregado en el altar. Todo lo demás es imitación sacrílega. Y toda imitación sacrílega lleva, inevitablemente, la marca del Adversario.

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