Cinco argumentos a favor del uso del comulgatorio

Cinco argumentos a favor del uso del comulgatorio

Al hilo de la polémica de la prohibición de los comulgatorios por parte del obispo de Charlotte, en contraste con la recuperación de los mismos por parte del obispo de Portland, se abre una reflexión interesante. En muchas iglesias, el comulgatorio ha desaparecido sin ruido y casi sin explicación, como si se tratara de un vestigio prescindible de otro tiempo. Sin embargo, una mirada serena —libre de prejuicios y nostalgias— muestra que rescatar su uso tiene ventajas claras, tanto desde el punto de vista litúrgico como pastoral y práctico. Lejos de ser un mero elemento decorativo, el comulgatorio responde a una lógica profundamente coherente con la naturaleza del acto que acoge: la recepción del Cuerpo de Cristo. Estos son cinco argumentos prácticos para recuperar su uso.

1. Orden y fluidez en un momento central de la Misa

El comulgatorio introduce un orden sencillo y eficaz: los fieles ocupan su lugar a los pies del altar y es el sacerdote quien recorre, de forma continua y sin interrupciones, el espacio de la Comunión. Este esquema evita desplazamientos innecesarios, cruces desordenados y tiempos muertos.

El resultado es una distribución más ágil, más serena y, paradójicamente, más breve, que permite conservar el clima de oración propio de uno de los momentos más sagrados de la celebración eucarística.

2. Una solución sobria que reduce la necesidad de ministros extraordinarios

Cuando la Comunión se distribuye con orden y ritmo constante, un solo sacerdote (preferiblemente asistido por un acólito con la bandeja) puede atender a un número elevado de fieles sin dificultad. El comulgatorio hace esto posible.

Así, el recurso a ministros extraordinarios deja de convertirse en una solución habitual y recupera su carácter verdaderamente excepcional, conforme al espíritu de la liturgia. No se trata de excluir, sino de situar cada ministerio en su lugar propio.

3. Un espacio que ayuda al recogimiento interior

El comulgatorio invita naturalmente a la postura de rodillas, signo corporal de adoración profundamente arraigado en la tradición cristiana. Esta postura no es un formalismo, sino una pedagogía silenciosa que dispone el corazón.

Al desaparecer la prisa, el ruido y la preocupación por los movimientos, el fiel puede detenerse un instante, adorar y recibir la Comunión con mayor atención y conciencia. El cuerpo, una vez más, ayuda al alma a orar.

4. Mayor cuidado y custodia del Santísimo Sacramento

La Comunión recibida en el comulgatorio, normalmente en la boca y bajo la atención directa del sacerdote y del acólito, reduce de forma notable el riesgo de caídas, pérdidas de partículas o manipulaciones indebidas.

En un tiempo en el que estos problemas no pueden ignorarse, el comulgatorio no responde al temor, sino a la prudencia. Es una forma concreta y eficaz de expresar, también en los gestos, el respeto debido al Santísimo Sacramento.

5. Una catequesis silenciosa sobre la centralidad de la Eucaristía

Sin palabras ni explicaciones, el comulgatorio enseña. El fiel arrodillado y el sacerdote administrando la Comunión hacen visible lo que la Iglesia cree: que Cristo está real y verdaderamente presente en la Eucaristía.

La disposición del espacio se convierte así en catequesis viva. La arquitectura litúrgica, lejos de ser neutra, ayuda a transmitir la fe y a recordar que la Comunión no es un gesto rutinario, sino un encuentro sagrado.

No es una cuestión estética

El comulgatorio no es una cuestión estética ni una bandera ideológica. Es una herramienta litúrgica que aporta orden, recogimiento y claridad en uno de los momentos más delicados de la Misa.

Recuperarlo, allí donde sea posible, no supone mirar al pasado, sino cuidar el presente de la liturgia y ayudar a que la Comunión vuelva a ser vivida —también exteriormente— con la reverencia que merece.

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