La paradoja de la asignatura de Religión: menos conocimiento y más ética blanda

La paradoja de la asignatura de Religión: menos conocimiento y más ética blanda

La reciente publicación en el BOE de los nuevos objetivos curriculares de la asignatura de Religión, en el marco del Concordato entre la Iglesia y el Estado español, vuelve a poner sobre la mesa una paradoja inquietante: en nombre de una supuesta neutralidad académica y de un enfoque aceptable, se vacía de contenido precisamente aquello que convierte a la Religión en una materia culturalmente imprescindible.

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Porque conviene decirlo sin rodeos: una persona que desconoce la diferencia entre pecado venial y pecado mortal; que ignora qué es el purgatorio, el infierno o el cielo; que no sabe qué implica doctrinalmente una canonización o una beatificación; que no comprende la doctrina católica sobre el matrimonio, la oración, la liturgia o los sacramentos; que nunca ha oído hablar de la transubstanciación ni entiende qué sucede en la Santa Misa; que desconoce los mandamientos, el papel de la Virgen María, el sentido redentor de la obra de Cristo o las cuestiones elementales del Evangelio, no es simplemente una persona sin fe: es una persona inculta.

Y no en un sentido moral o peyorativo, sino en el sentido más estricto y académico del término.

Incultura religiosa, incultura cultural

Quien carece de estas nociones básicas está objetivamente mal preparado para comprender la cultura en la que se ha cimentado Occidente. Es alguien que visitará los grandes museos del mundo sin saber interpretar lo que ve; que se acercará a la poesía sin entender sus símbolos; que escuchará música clásica sin captar su trasfondo; que entrará en una catedral sin poder dimensionar ni contextualizar lo que observa.

No estamos hablando de fe. Estamos hablando de conocimiento.

La teología, la liturgia, los sacramentos, los dogmas, los concilios, los cismas, la diferencia entre católicos y protestantes, la concepción cristiana del hombre, del pecado, del tiempo, del sufrimiento, de la redención o de la muerte, son categorías intelectuales básicas para entender la historia, el arte, la filosofía y la política europeas.

Prescindir de ellas no es neutralidad: es amputación cultural.

La confusión deliberada entre catequesis moralizante y enseñanza académica

El problema de fondo del nuevo planteamiento curricular, que avala lo que viene sucediendo las últimas tres décadas, es una confusión conceptual grave. Cuando la asignatura de Religión se orienta a objetivos vagos como la “sensibilidad ética”, la “experiencia personal”, los “valores cívicos” o el “discernimiento moral individual”, se está invadiendo —paradójicamente— el terreno que sí corresponde a la catequesis y al acompañamiento pastoral, no tanto al ámbito académico.

El discernimiento moral, la dirección espiritual, la maduración de la fe, la interioridad religiosa, pertenecen a la vida eclesial, al ámbito del párroco, de la comunidad cristiana, no especialmente al currículo escolar.

Las asignaturas curriculares no son tanto el foro para formar conciencias religiosas, sino para transmitir conocimiento. Y el conocimiento religioso, cuando se imparte con rigor, es perfectamente compatible con una neutralidad absoluta en la conciencia.

Una asignatura que debería interesar incluso a familias ateas

Desde esta perspectiva, la asignatura de Religión —bien entendida— debería resultar atractiva (incluso obligatoria) para niños de familias no creyentes. No como catecismo encubierto, sino como una herramienta intelectual imprescindible para que el alumno pueda comprender el mundo que habita.

Porque nadie puede entender Europa sin el cristianismo. Nadie puede entender España sin el catolicismo. Nadie puede entender nuestra arquitectura, nuestro calendario, nuestro derecho, nuestra literatura o nuestra concepción de la dignidad humana sin conocer la doctrina cristiana.

Y esto no exige fe. Exige estudio.

El absurdo de un currículo que prescinde de lo esencial

Resulta, por tanto, profundamente contradictorio que un currículo que se presenta como “académico” no ponga en el centro precisamente de los elementos objetivos del conocimiento religioso: los sacramentos, los dogmas, los mandamientos, los concilios, los cismas, las grandes controversias teológicas, las diferencias doctrinales entre confesiones cristianas.

No son elementos confesionales. Son contenidos culturales fundamentales.

Eliminar o poner en segundo plano tras una ética blanda de collage catequético estos contenidos no hace la asignatura más neutral; la hace irrelevante. Y convertir la Religión en una asignatura etérea de valores genéricos con Jesús como una figura superficial no es respetar el Concordato: es vaciarlo de sentido.

Recuperar la religión como saber, no como consigna

Los católicos —y también los responsables educativos— deberían entender que la asignatura de Religión no debe ser una moralina. Debe ser doctrinal, histórica, cultural e intelectualmente exigente como la Literatura o la Historia.

En algunos casos, ese conocimiento ayudará a perseverar en la fe. En otros, será simplemente una llamada del saber. Pero en todos los casos será una contribución decisiva a la formación de personas verdaderamente cultas.

Porque quien desconoce la religión que ha dado forma a su civilización, no es más libre. Es simplemente más manipulable. Y, sobre todo, más ignorante.

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