Monte Tabor: Comenzar desde lo alto y lo pequeño

Monte Tabor: Comenzar desde lo alto y lo pequeño

Entre las devociones antiguas que el pueblo cristiano ha sabido conservar con delicadeza y hondura, ocupan un lugar singular las Jornaditas de la Virgen. Nacidas en el seno de la piedad popular como preparación inmediata para la Navidad, estas nueve jornadas no son una simple evocación piadosa del camino de María y José desde Nazaret a Belén, sino una escuela espiritual de Adviento, donde el alma aprende a caminar con Dios, a esperar con Él y, finalmente, a adorarlo hecho Niño.

La tradición estructura este camino en nueve etapas, cada una vinculada simbólicamente a un lugar del itinerario del Señor: montes, ciudades, campos, pozos, caminos pobres y, al final, Belén. No se trata de reconstruir una geografía exacta, sino de que cada jornada ilumine un aspecto: el comienzo humilde, el cansancio, la indiferencia, la sed, la pobreza, el rechazo, la esperanza y el gozo que no defrauda. Todo converge en la Novena Jornada, donde el camino cesa y comienza la adoración. Ese es el criterio de lectura de todo el conjunto: caminar para aprender a adorar.

Estas Jornaditas deben rezarse una por una, respetando el ritmo del camino, que no sitúa al lector como espectador, sino como compañero de los Santos Peregrinos. Por eso están escritas en primera persona, en forma de diálogo orante con María y con José, y culminan siempre en la mirada puesta en el Niño que viene: hay trato, escucha, silencio, espera. Por eso la oración final se dirige sucesivamente a la Virgen, a San José y al Niño Jesús. El texto está pensado para diversos usos, sin necesidad de adaptaciones sustanciales: lectura personal, lenta y meditada; oración en familia, especialmente en torno al Belén; rezo comunitario (parroquial, conventual o asociativo).

Quien recorre estas Jornadas aprende que la Navidad no se prepara con ruido ni con acumulación, sino con despojo, con fidelidad cotidiana, con un corazón que acepta no ser posada perfecta para convertirse, humildemente, en portal abierto.

Oración Inicial

Antes de comenzar el camino

Señor Dios nuestro,
Padre eterno, origen de toda promesa cumplida,
en el silencio del Adviento nos ponemos en camino ante Ti.
Sabemos adónde vamos y con Quién caminamos.

Tú has querido que tu Hijo no viniera de improviso, sino lentamente,
gestado en la fe de una Virgen,
custodiado por el silencio de un varón justo,
esperado paso a paso, jornada tras jornada.
Y en ese camino humilde nos has enseñado
que la salvación no irrumpe con estrépito,
sino que llega caminando poco a poco.

Hoy queremos acompañar a María de Nazaret,
Virgen Inmaculada y Madre creyente,
en su marcha silenciosa hacia Belén.
Queremos caminar con San José, Patriarca bendito,
varón fiel que sostiene sin poseer el misterio que salva al mundo.
Y queremos disponer el corazón
para acoger al Niño que viene,
al Verbo eterno que Se hace carne
sin exigir lugar ni forzar puertas,
sin imponer Su Amor.

Purifica, Señor, nuestra memoria,
para que el camino no sea solo recuerdo, sino conversión.
Despierta en nosotros una esperanza sencilla, capaz de alegrarse incluso en el rechazo,
y un gozo humilde que no dependa de ser consolado, sino de saberse amado.

Que estas Jornaditas nos enseñen a caminar despacio,
a no adelantar el final, ni huir del cansancio, ni cerrar el corazón.
Haznos peregrinos interiores, para que, cuando lleguemos a Belén,
no pasemos de largo, sino que sepamos adorar.

Por Jesucristo, tu Hijo, que viene a nosotros en la pobreza
y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

Hoy comienza el camino. No en Belén ni en Nazaret, sino en el Monte Tabor, como manda la antigua tradición de las Jornaditas. Me sorprende este comienzo. Yo habría elegido un llano, algo cómodo, algo fácil. Dios empieza desde lo alto y desde lo arduo.

El aire es frío. El monte se recorta con nitidez contra el cielo limpio. Sé, Madre, que aquí, años después, el Hijo que ahora llevas oculto en tu seno mostrará Su gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Hoy, en cambio, todo es discreto y pobre. Camino junto a ti, María. Te veo ajustar el manto para protegerte del viento. No te quejas. No preguntas. Caminas.

—María —me atrevo a decirte—, ¿por qué empezar aquí, en este monte, cuando todavía el camino es tan largo?

Tú no respondes enseguida. Das unos pasos más. Luego me dices con voz baja y serena:

—Porque Dios suele empezar por lo alto para enseñar al corazón a bajar sin miedo.

Me quedo en silencio. Entiendo que este primer día no es todavía esfuerzo largo, sino disposición interior. Aquí se decide todo.

José, tu esposo castísimo, camina un poco delante, llevando del ronzal al borriquillo. Lo hace con cuidado, como quien sabe que lleva un tesoro que no le pertenece: una Niña encinta de Dios. Se detiene, acomoda mejor una manta, y entonces me acerco a él.

—José —le digo—, ¿qué sientes al comenzar este camino?

Me mira con una paz recia, sin sentimentalismos.

—Siento el peso de lo que no comprendo y la paz de saber que Dios sí lo comprende.

Seguimos avanzando. El suelo es irregular. No es un camino cómodo. Y pienso que así empieza también mi Adviento: con decisiones pequeñas, con un sí que todavía no sabe todo lo que costará. Y Te miro de nuevo.

—Madre —Te digo—, yo tengo miedo de no ser fiel hasta el final.

Me miras con una ternura que no juzga.

—No pienses ahora en el final. Piensa en este paso.

Y doy ese paso. Solo ese. Aquí, en el Monte Tabor, aprendo que el comienzo verdadero no consiste en entusiasmo, sino en humildad; no en preverlo todo, sino en fiarse. El Niño que viene aún no se ve, pero ya pesa dulcemente en el camino. Todo empieza así: sin ruido, sin testigos, sin aplauso.

Oración

Virgen María, Niña caminante y creyente, enséñame a comenzar bien.
Arráncame la prisa de llegar y dame la gracia de avanzar Contigo.
Guárdame del deseo de entenderlo todo antes de obedecer.
Haz mi corazón sencillo, disponible, capaz de decir “sí”
cuando el camino apenas empieza y todavía no se ve Belén.

José, varón justo y silencioso,
custodio del misterio que no se posee,
enséñame tu fortaleza sin palabras y tu fidelidad sin ruido,
tu obediencia concreta, hecha de pasos y de cuidados pequeños.
Guárdame fiel en los comienzos,
cuando todo es frágil y todavía no hay consuelos.

Y Tú, Niño Jesús,
que vienes escondido, comenzando tu redención sin esplendor,
desde el frío y la pobreza del camino,
entra ya en mi vida.
Aunque aún no Te vea, aunque todavía no te sienta,
quédate en mí desde hoy.
Enséñame a caminar Contigo
hasta que llegue la hora de adorarte en Belén.

Por: Mons. Alberto José González Chaves

Ayuda a Infovaticana a seguir informando