El secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, celebró este 13 de diciembre una misa en el Aula Pablo VI con motivo del Jubileo de la diplomacia italiana. Durante la homilía, trazó un amplio recorrido por algunos de los principales focos de tensión internacional, subrayando lo que definió como la “complejidad geopolítica” del momento actual y apelando al papel de la diplomacia como instrumento para mantener abierta la posibilidad de la paz.
Parolin recurrió a la imagen bíblica del fuego —elemento transformador en la Escritura— para describir la misión diplomática: no limitarse a la negociación técnica, sino “generar posibilidades” orientadas a un bien superior y común, en el que, según sus palabras, “cada pueblo pueda ser más plenamente sí mismo”.
Tierra Santa y Ucrania: conflictos sin salida visible
En su reflexión, se detuvo especialmente en dos escenarios de guerra que ocupan el centro de la atención internacional. En primer lugar, la Tierra Santa, donde “el dolor de poblaciones enteras” se entrelaza con un conflicto que parece no encontrar tregua. Ante esta situación, afirmó que la comunidad internacional está llamada a conjugar la compasión hacia las víctimas con la lucidez necesaria para señalar vías de reconciliación, incluso cuando estas parecen lejanas.
También aludió a la guerra en Ucrania, subrayando cómo la prolongación del conflicto está generando destrucción, desconfianza y un creciente desgaste moral. El silencio de las armas, reconoció, parece alejarse, precisamente cuando la necesidad de la paz se percibe como más urgente.
África: «una violencia con raíz fundamentalmente religiosa«
Más allá de los focos mediáticos habituales, Parolin amplió la mirada hacia otras regiones del mundo afectadas por conflictos persistentes y crisis humanitarias crónicas que apenas reciben atención internacional. En este contexto, mencionó de forma explícita la situación de la provincia de Cabo Delgado, en Mozambique, que visitó recientemente con motivo del 30.º aniversario de las relaciones diplomáticas entre ese país y la Santa Sede.
Allí, explicó, se vive una “realidad trágica” marcada por asesinatos brutales —en muchos casos mediante decapitaciones—, destrucción generalizada y desplazamientos masivos de población. Según indicó, se trata de una violencia con raíz fundamentalmente religiosa, casi ignorada por la comunidad internacional. A esta situación añadió otros escenarios africanos gravemente afectados por la inestabilidad, como la República Democrática del Congo, Sudán y los países del Sahel.
Parolín señaló la violencia en lugares como la provincia de Cabo Delgado (Mozambique), donde enfrentamientos con grupos insurgentes han dejado miles de muertos, desplazados y comunidades enteras bajo constante amenaza. Calificó estas realidades como dolorosas y complejas, subrayando que no pueden ignorarse, y resaltó la necesidad de “compasión y lucidez” para buscar caminos de reconciliación y paz.
Aunque no negó la complejidad de las causas —incluyendo factores políticos, sociales y económicos—, la atención dedicada a los cristianos de Mozambique, y su descripción de su sufrimiento como parte de una crisis que “no debe ser olvidada”, sugieren un viraje en su tratamiento del tema africano.
Este enfoque contrasta marcadamente con sus declaraciones de octubre de 2025, cuando en la presentación del Informe sobre la Libertad Religiosa de ACN relativizó la violencia contra cristianos en Nigeria describiéndola, ante la prensa vaticana, como un “conflicto social” entre pastores y agricultores, y no como una persecución religiosa explícita.
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Esa postura fue interpretada por muchos —incluidos líderes católicos nigerianos y defensores de derechos humanos— como una minimización del martirio de cristianos que han sido atacados por grupos islamistas con el objetivo explícito de imponer la sharía y erradicar el cristianismo del norte del país.
“No ceder al miedo ni al fatalismo”
En la parte conclusiva de la homilía, el cardenal recurrió a la figura del profeta Elías, descrito en el libro del Eclesiástico como “fuego”, para exhortar a no dejarse paralizar por el miedo ni caer en el fatalismo. En ese marco, defendió la necesidad de seguir creyendo en la posibilidad de la paz, incluso en contextos aparentemente cerrados.
Parolin insistió también en la importancia de decir la verdad “sin agresividad”, respetando la dignidad de los pueblos y manteniendo abiertos los canales de diálogo, aun cuando el clima internacional esté dominado por la confrontación y el lenguaje de la fuerza.
