El Papa recibió este sábado 13 de diciembre, en el Aula de la Bendición del Vaticano, a los figurantes del “Pesebre viviente” de la basílica de Santa María la Mayor y a los artesanos belenistas, con motivo de las celebraciones navideñas. Durante el encuentro, el Pontífice subrayó el valor del belén como expresión viva de la fe cristiana y como testimonio del Misterio de la Encarnación, arraigado en la tradición y en las culturas de los pueblos.
Una tradición nacida de la fe y de la cultura cristiana
En su saludo, publicado por la Santa Sede, el Papa recordó que los participantes habían llegado desde diversos lugares para llevar hasta la tumba de san Pedro la representación del nacimiento de Cristo, tal como ha sido transmitida durante siglos por generaciones de cristianos. Destacó que el belén ha sabido asumir los rasgos de las distintas culturas y paisajes, sin perder su referencia esencial al misterio de Dios hecho hombre.
León XIV evocó el vínculo histórico entre la basílica liberiana —conocida como la “Belén de Occidente” por custodiar la reliquia de la Sagrada Cuna— y el origen de la tradición del belén, inspirada en san Francisco de Asís tras su viaje a Tierra Santa y la celebración del primer “Navidad de Greccio” en 1223.
El belén como anuncio del Dios que viene sin poder ni violencia
El Pontífice recordó que la representación del nacimiento del Señor remite al Dios que entra en la historia “sin armas y sin fuerza”, para vencer la soberbia, la violencia y la ambición del hombre, y conducirlo a su verdadera identidad. En este sentido, señaló que el belén no es solo una escenificación piadosa, sino un anuncio teológico que interpela la vida personal y social.
Citando a san Juan Pablo II y a Benedicto XVI, León XIV insistió en que la contemplación del Niño de Belén invita a los cristianos a un camino de conversión y a una vida renovada según el ejemplo de Cristo, marcado por la humildad y la cercanía a todos los hombres.
Peregrinos de esperanza en la vida cotidiana
El Papa se refirió también al cortejo del belén viviente que recorrería las calles de Roma como un signo visible y alegre de la fe cristiana. Señaló que, mediante los gestos, los cantos y los símbolos, los participantes darían testimonio de la belleza de ser discípulos de Jesucristo, luz que ilumina a quienes viven en la oscuridad y orienta los pasos por el camino de la paz.
Dirigiéndose directamente a los figurantes y belenistas, León XIV los definió como “peregrinos de esperanza”, llamados no solo en ese momento, sino en la vida cotidiana, a ser portadores de consuelo y de inspiración para quienes encuentran: niños y adultos, jóvenes y ancianos, familias, personas solas o que atraviesan el sufrimiento, así como quienes trabajan con esfuerzo por un mundo mejor.
Mantener viva una tradición que anuncia la salvación
En la parte final de su saludo, el Papa subrayó que el belén recuerda a los cristianos que forman parte de una historia de salvación en la que nadie está solo. Citando a san Agustín, recordó que Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera participar de la vida divina y encontrar su morada definitiva en el cielo.
León XIV animó a los presentes a difundir este mensaje y a mantener viva la tradición del belén, que calificó como un don de luz para un mundo necesitado de esperanza. Finalmente, agradeció su compromiso, impartió su bendición a ellos y a sus familias y les deseó una santa Navidad.
Dejamos a continuación las palabras de León XIV:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días, bienvenidos!
Saludo a Su Eminencia el cardenal Makrickas y a todos vosotros, que hoy daréis vida al “Belén viviente” de Santa María la Mayor.
Habéis venido de diversos lugares para llevar junto a la Tumba de Pedro el testimonio de los mil rostros con los que, desde hace siglos, generaciones de cristianos representan el Misterio de la Encarnación, a menudo con los rasgos de la propia cultura y con los paisajes de su tierra. Desde aquí, luego, partiréis para atravesar la Puerta Santa y celebrar la Eucaristía en la Basílica Liberiana, llamada la “Belén de Occidente”, donde se venera la Sagrada Cuna.
Fue precisamente aquella antigua reliquia la que, junto con el viaje a Tierra Santa, inspiró a san Francisco, en 1223, a celebrar por primera vez la “Navidad de Greccio”, inicio de la tradición del Belén. Desde entonces, en todas las partes del mundo se ha difundido la costumbre de representar de los modos más diversos la Natividad del Señor, del Dios que «viene sin armas, sin fuerza, […] para vencer la soberbia, la violencia, la avidez de posesión del hombre […] y conducirnos a nuestra verdadera identidad» (Benedicto XVI, Catequesis, 23 de diciembre de 2009).
El Papa Francisco decía que ante el Belén, «mientras contemplamos la escena de la Navidad, somos invitados a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrarse con todo hombre» (Carta ap. Admirabile signum, 1 de diciembre de 2019, 1). Es justamente así: desde la gruta de Belén, donde están María, José y el Niño en su desarmante pobreza, se vuelve a comenzar para iniciar una vida nueva siguiendo las huellas de Cristo. Vosotros lo testimoniaréis esta tarde, con el cortejo que recorrerá las calles de la ciudad. Este, con sus coreografías, con los trajes y las músicas, será un signo gozoso de lo hermoso que es ser discípulos de Jesús, el Dios hecho hombre, sol que nace «para iluminar a los que están en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79).
Esto os convierte —hoy, y luego siempre, como misión para vuestra vida cotidiana— en peregrinos de esperanza, portadores de consuelo y de inspiración para todos aquellos que encontráis: para los pequeños y los grandes, para las familias, los jóvenes y los ancianos que hallaréis en vuestro camino; para quien se alegra y para quien sufre, para quien está solo, para quien siente vivo en el corazón el deseo de amar y de ser amado y para quien, aun con fatiga, continúa trabajando con empeño y perseverancia en la construcción de un mundo mejor.
El Belén, queridísimos, es un signo importante: nos recuerda que formamos parte de una maravillosa aventura de Salvación en la que nunca estamos solos y que, como decía san Agustín, «Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, […] para que el hombre, habitante de la tierra, pudiera encontrar morada en los cielos» (Sermo 371, 1). Difundid este mensaje y mantened viva esta tradición. Sois un don de luz para nuestro mundo, que tiene tanta necesidad de poder seguir esperando. ¡Gracias, gracias de verdad a todos vosotros por vuestro compromiso! Bendigo de corazón a vosotros y a vuestras familias. ¡Feliz Navidad!
