Conociendo a algunos monstruos modernos

Conociendo a algunos monstruos modernos

Por Mons. Charles Fink

Cuando al novelista estadounidense Walker Percy un entrevistador le preguntó por qué se había hecho católico, respondió célebremente: “¿Qué otra cosa hay?”. Era demasiado inteligente y analítico para ser meramente irónico. Sabía que otras religiones y filosofías, aunque pudieran contener elementos de verdad y sabiduría, no podían saciar la sed humana de una visión íntegra que abarque todas las exigencias y vaivenes de la existencia mortal, y que con frecuencia albergan errores y semillas de comportamientos aberrantes. Por no mencionar que algunas son, por naturaleza, virulentamente anticatólicas.

En su último libro, Modern Monsters: Political Ideologues and Their War against the Catholic Church, George Marlin arroja una luz intensa sobre los rincones oscuros del anticatolicismo que han caracterizado el pensamiento de cinco siglos de influyentes religiosos, filósofos, activistas y políticos. Como sugiere el título, no es un libro que busque promover el diálogo ecuménico ni tender puentes entre las partes en disputa. Es el análisis de un médico que examina lo que aflige al mundo moderno, cómo llegó a enfermarse tanto y, de manera implícita, qué necesita para curarse.

Con abundantes citas de fuentes primarias y secundarias —que por sí solas hacen que el libro merezca la pena—, Marlin traza retratos vívidos de más de una docena de pensadores destacados cuyas ideas y rabioso anticatolicismo han moldeado nuestra cultura, en su mayoría para peor. Ya hable de Martín Lutero o de Maquiavelo, o de figuras más cercanas a nuestro tiempo —nazis, fascistas y comunistas—, una y otra vez vemos ilustrado lo que el Papa Pío XI señaló en su encíclica de 1937 Mit brennender Sorge:

Quienquiera que exalte la raza, o el pueblo, o el Estado, o una forma particular de Estado, o los depositarios del poder, o cualquier otro valor fundamental de la comunidad humana —por muy necesaria y honorable que sea su función en las cosas temporales—; quienquiera que los eleve por encima de su valor debido y los divinice hasta un nivel idolátrico, distorsiona y pervierte un orden del mundo planeado y creado por Dios: está lejos de la verdadera fe en Dios y de los conceptos de vida que esa fe sostiene.

También queda documentada la casi megalomaníaca autosuficiencia de los promotores de tales nociones idolátricas, convencidos de que su implantación conduciría a un mundo muy superior al que conocemos, si no a un paraíso terrenal. En pocas palabras, la mayoría de los individuos estudiados por Marlin resultan ser utópicos que, al encontrar resistencia a su visión, se transforman en totalitarios empeñados en destruir a quien o lo que se interponga en la realización de su soñada sociedad perfecta.

Esto explica su invariable hostilidad hacia la Iglesia Católica, siempre dispuesta a combatir la tendencia de los ideólogos a reducir al individuo a mero medio para un fin o engranaje de una máquina y, con perfecto realismo, a afirmar que ningún individuo o grupo puede crear el cielo en este mundo caído.

De principio a fin, Marlin trata con quienes, absolutamente seguros de su visión para perfeccionar el mundo, no tolerarán oposición alguna a la ejecución de sus planes. ¿Cómo podrían? Han usurpado el papel de Dios, solo que sin la misericordia y el amor de Dios. Todos los que se opongan deben ser eliminados por cualquier medio necesario. Su arrogancia es pasmosa.

Martín Lutero, que entendió la Biblia como nadie antes.

Maquiavelo, el primero en ver la verdadera naturaleza de la política.

Thomas Hobbes, que pretendía sustituir la Iglesia Católica por una Iglesia de la Mancomunidad fundada científicamente.

Los ideólogos de la Ilustración, que creían haber desenmascarado todo lo anterior, sentando las bases para el Reino del Terror de la Revolución Francesa.

Jean Jacques Rousseau, que afirmaba la bondad natural del hombre y la maldad inherente de la civilización.

Los liberales del siglo XIX, que creían al hombre perfectible por medios científicos y puramente racionales.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que pensaba haber descubierto la clave para descifrar el código de la historia.

Auguste Comte, que pretendió fundar una nueva Iglesia de la Humanidad.

Karl Marx, que combinó la dialéctica de Hegel con el materialismo de Comte, inspirando el surgimiento del comunismo ateo y la matanza de millones.

Los fascistas europeos, que adoraban al Estado con ellos cómodamente instalados a su cabeza.

Hitler y los nazis, que adoraban su sangre y su raza, considerando a todos los demás subhumanos y, por tanto, prescindibles.

Los revolucionarios de la justicia social del siglo XX, que nos trajeron la revolución sexual, la teoría crítica de la raza y la teoría crítica de género.

Todos ellos infectados por un egotismo titánico, seguros de su propia rectitud, intolerantes ante cualquier oposición; todos perfectamente cómodos con la eliminación, de un modo u otro, de quienes se les opongan, justificando sus fines grandiosos por los medios más aborrecibles.

El libro de George Marlin no es una lectura alegre. Los especialistas en alguno de sus temas podrán objetar ciertas caracterizaciones y conclusiones. Pero su tema general de abierta hostilidad al catolicismo en quienes examina es difícil de refutar y debería, al menos, abrir una discusión importante.

Por desgracia, los woke y otros ideólogos contemporáneos parecen poco interesados en tal discusión. Son como la reina de Blancanieves, infelices y llenos de odio hacia cualquiera o cualquier cosa que ose sugerir que no son los más bellos del reino. Peor para ellos. Peor para nuestra sociedad.

Diría del libro de Marlin: léanlo y lloren, pero no quiero desanimar a nadie de adentrarse en él. Así que terminaré con una nota de esperanza citando, como hace Marlin, al gran historiador católico Christopher Dawson:

Inevitablemente, en el curso de la historia, hay épocas en que la energía espiritual de la Iglesia se debilita u oscurece temporalmente… Pero siempre llega un tiempo en que renueva su fuerza y una vez más pone su inherente energía divina en la conversión de nuevos pueblos y en la transformación de las viejas culturas.

Que el libro de George Marlin contribuya a que ese tiempo llegue pronto.

 

Sobre el autor

El Mons. Charles Fink ha sido sacerdote durante 47 años en la Diócesis de Rockville Centre. Es expárroco y exdirector espiritual de seminario, y vive retirado de las tareas administrativas en la Parroquia de Notre Dame en New Hyde Park, NY.

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