«Sí tenemos seminaristas»: el obispo de San Sebastián llama a confiar en la providencia

«Sí tenemos seminaristas»: el obispo de San Sebastián llama a confiar en la providencia

En su carta pastoral Nuestros seminaristas, el obispo de San Sebastián, Fernando Prado Ayuso, afirma con convicción que, aunque hoy no haya ningún joven en el seminario diocesano, la diócesis sí tiene seminaristas, porque Dios “ya los está preparando en lo escondido”. Su mensaje, cargado de un tono espiritual y esperanzado, invita a la diócesis a contemplar la situación con los ojos de la fe.

Esta carta, en medio del Adviento, quiere ser una invitación a la confianza en que Dios, que nunca se olvida de su Iglesia, nos dará pastores a su tiempo. Dios tiene a estos jóvenes seminaristas ya en su corazón.

La carta de Prado nace de un deseo comprensible de no sucumbir al desánimo. “Quienes piensan que no tenemos seminaristas están muy equivocados”, escribe, porque el Señor “trabaja en el silencio y con el ritmo paciente del amor”. El obispo insiste en que esos sacerdotes del futuro “ya tienen rostro”, aunque hoy nadie pueda verlos. La clave, según él, está en vivir este tiempo como una gestación, en una espera que debe ejercitar la paciencia de la fe.

Las vocaciones surgen donde se vive la fe sin complejos

La invitación a esperar está bien, pero la situación eclesial global muestra que la cuestión vocacional no responde únicamente a un factor espiritual genérico. Allí donde se proclama la doctrina sin ambigüedad, donde la liturgia se celebra con dignidad y donde la vida cristiana se vive sin complejos, las vocaciones surgen. En Estados Unidos, varios seminarios diocesanos han batido récords de ingresos este año; Francia, tras décadas de descenso, registra un repunte significativo de jóvenes que piden entrar en seminarios y comunidades religiosas. Y los institutos vinculados a la Misa tradicional —FSSP, ICRSS, IBP— continúan creciendo con generaciones de jóvenes que abrazan con naturalidad el sacerdocio.

Este fenómeno, perfectamente documentado, plantea una pregunta que la carta del obispo de San Sebastián menciona solo de forma indirecta: ¿qué hace crecer la vocación sacerdotal? ¿La simple espera? ¿El discurso suave y alentador? ¿O una proclamación clara, viril, sacrificial y sin complejos del sacerdocio católico tal como la Iglesia lo ha recibido?

Candidatos normales, maduros y sinceros

En este sentido, la carta de Prado contiene intuiciones válidas. Afirma que un seminarista no debe aspirar simplemente a “ordenarse”, sino a “ser verdaderamente sacerdote”. Y reclama que la diócesis forme pastores configurados con Cristo y no meros gestores. Pero la experiencia eclesial actual indica algo más: cuando la vida sacramental es fuerte, cuando la liturgia no se trivializa, cuando la doctrina se presenta sin rebajas y cuando los sacerdotes viven con claridad su identidad, los jóvenes responden.

La carta acierta al señalar que la Iglesia “no quiere candidatos perfectos”, sino normales, maduros y sinceros. Es una apreciación pastoral realista. Como enseña la tradición, la vocación nace del encuentro con Cristo, de la inspiración del Espíritu Santo y de un entorno eclesial que no teme proponer la radicalidad del sacerdocio, su carácter sacrificial, su vida de oración, su disciplina interior y su misión sobrenatural.

Una esperanza que exige Verdad

El obispo de San Sebastián invita a la diócesis a rezar, a acompañar, a crear un clima propicio para que nazcan las vocaciones. Pero sabemos que debe ser un clima donde la fe se presenta sin diluir y la conciencia de que la Iglesia tiene la Verdad revelada, que es Jesucristo, se anuncia con la fuerza que le es propia. En cambio, donde la liturgia se “tritura” en experimentos, donde el lenguaje se suaviza para no incomodar y donde el anuncio se adapta al gusto del mundo, la vocación simplemente se diluye.

León XIV lo recordó hace poco en su carta sobre la arqueología cristiana: “Una teología desencarnada se vuelve ideológica”. Y en el ámbito vocacional sucede algo parecido: un anuncio desencarnado, blando, acomodado al mundo, se vuelve estéril.

Hay algo profundamente verdadero en el mensaje del obispo: Dios sigue llamando. Pero la Iglesia, al oír esa llamada, debe responder con voz clara, dejar atrás los complejos y recuperar el ardor de quienes saben que el sacerdocio no es una carrera ni un refugio, sino una entrega total al llamado de Dios. El mismo Prado lo describe:

La llamada al ministerio sacerdotal no nace de la mera necesidad, sino del amor; no responde a una estrategia, sino a un misterio. Es la iniciativa de un Dios que sigue diciendo con fuerza: «Ven y sígueme» (Mt 9,9).

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