María Isabel Aranda Sánchez, conocida en religión como Madre Isabel de San Rafael, era la abadesa del monasterio de clarisas de Martos (Jaén) cuando fue martirizada en la noche del 12 al 13 de enero de 1937. Tenía 48 años de edad y llevaba desde la adolescencia viviendo como religiosa de clausura, dedicada a la oración y al servicio oculto. La violencia revolucionaria de 1936-1937 irrumpió incluso en el silencio de los conventos: Sor Isabel fue arrancada de su monasterio y se convirtió en la única monja entre los 124 mártires de Jaén cuya beatificación acaba de aprobarse.
Isabel Aranda había nacido en 1889 en Hinojosa del Duque (Córdoba) y, sintiendo el llamado divino, ingresó con solo 14 años en el monasterio de Santa Clara de Martos. Allí profesó como religiosa de Clausura (O.S.C.) consagrando su vida a la oración contemplativa. En 1936 era ya abadesa de la comunidad, guiando a sus hermanas en medio de crecientes hostilidades externas. Con el estallido de la Guerra Civil, las monjas fueron expulsadas violentamente de su convento cuando las turbas anticlericales asaltaron iglesias y casas religiosas en Jaén. La madre Isabel encontró refugio temporal, pero su condición de religiosa era conocida. Pronto figuró en las “listas negras” de elementos religiosos a eliminar.
El 12 de enero de 1937, milicianos armados localizaron y capturaron a la abadesa. La condujeron, junto con algunos sacerdotes detenidos, hacia el cementerio de las Casillas de Martos. En ese paraje solitario preparaban su ejecución. Antes, intentaron vejarla: según consta en la documentación, quisieron cometer violencia sexual contra ella, aprovechando su indefensión. Pero la madre Isabel, pese al temor del momento, se opuso con toda su energía, resistiéndose a tal ultraje con la dignidad firme de una esposa de Cristo. Su valiente reacción enfureció a los agresores, que la golpearon salvajemente con la culata de un fusil dejándola malherida. Acto seguido, le dispararon a quemarropa, acabando con su vida en aquel lugar oscuro.
Así murió sor Isabel de San Rafael, defendiendo su pureza y su fe hasta el último aliento. Sus restos fueron recuperados tras la guerra y hoy descansan en la Capilla de los Mártires del Santuario de Santa María de la Villa, en Martos. Su martirio es un recordatorio estremecedor de hasta dónde llegó el odio anticatólico: ni siquiera una monja contemplativa, alejada del mundo, estuvo a salvo. La beatificación de la madre Isabel representa un homenaje a todas las religiosas que sufrieron persecución, y evidencia cómo la gracia sostuvo a esta abadesa en la prueba suprema. Su figura ofrece al mundo actual un testimonio de castidad, fortaleza y perdón. En efecto, las crónicas relatan que, antes de ser abatida, sor Isabel exclamó que ofrecía su vida por la conversión de sus verdugos. La Iglesia celebra ahora su memoria como la de una auténtica virgen y mártir, fiel hasta la muerte al Esposo celestial.
