En una reciente publicación de El Wanderer, revela textos que habían pasado desapercibidos hasta el momento con contenido erótico escritos por el cardenal Víctor Manuel Fernández —actual prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe—, el conocido «Tucho». El material confirma que la inclinación del cardenal a redactar este tipo de contenidos no fue un episodio aislado de juventud, sino una constante en su producción escrita durante años.
El documento sostiene que estos nuevos fragmentos “demuestran que el afán pornográfico de Tucho no se detuvo en los dos libros conocidos por todos” (Sáname con tu boca. El arte de besar, Lumen, Buenos Aires, 1995, y La pasión mística. Espiritualidad y sensualidad, Dabar, México, 1998), sino que se extendió a otros textos publicados posteriormente. El Wanderer reproduce pasajes literales de libros editados entre 2002 y 2009, todos atribuidos al cardenal Fernández.
En ¿Por qué no termino de sanarme? (San Pablo Colombia, 2002), se destaca este párrafo (p.10):
«Un cuerpo puede impactar si lleva la ropa adecuada, ropa que despierta la sensualidad acentuando las formas interesantes, de acuerdo con el cuerpo que sea. Se acentúa la sensualidad de los hombros y los brazos bronceados usando una camiseta. Se destaca la elegancia, disimulando la gordura con un chaleco negro y mangas blancas. Un cuello desnudo es más sensual colocándole una cadenita; etc. Si a esto se agrega una cuota de imaginación de quien mira, y en un momento de insatisfacción, en que necesita ilusionarse o disfrutar de algo, entonces un cuerpo puede aparecer como algo impresionante, maravilloso, indispensable. Pero luego, con la rutina, y descubriendo otros cuerpos diferentes, se descubre que aquella masa de carne no era nada de otro mundo, que tiene imperfecciones, carencias y dolores como todos los cuerpos, que se deteriora y pierde encanto con el paso del tiempo.»
En Teología espiritual encarnada (San Pablo Argentina, 2005), El Wanderer cita un pasaje donde se describe un ejercicio de “recorrer todo el cuerpo” con atención a cada órgano:
«Consiste en recorrer todo el cuerpo, prestando toda la atención a un órgano por vez. Es importantísimo advertir que no se trata de «pensar» en ese órgano, de imaginarlo o de visualizarlo. Se trata más precisamente de «sentirlo», de percibirlo con la sensibilidad. Es experimentar las sensaciones de cada órgano con tranquilidad, sin juzgar si esas sensaciones son buenas o malas, pero procurando que ese órgano se relaje, se distienda. Conviene hacerlo más o menos en este orden: mandíbula, pómulos, garganta, nariz, ojos, frente (y todos los pequeños músculos del rostro que podamos percibir), cuero cabelludo, cuello y nuca, hombros. Se sigue con el brazo derecho, la muñeca y la mano derecha; el brazo izquierdo, la muñeca y la mano izquierda. Luego se recorre la espalda. Siguen: pecho, estómago, cintura, caderas, pelvis, nalgas, genitales, pierna derecha, pierna izquierda, pie derecho, pie izquierdo. La clave está en detenerse sin prisa en un solo lugar por vez, sin estar con la imaginación en otro órgano o en otra idea; hasta que sintamos que en todo el cuerpo hay un mismo tono. No hay prisa alguna.»
y en Para liberarte de la ansiedad y de la impaciencia (San Pablo Argentina, 2009), se recoge la siguiente afirmación textual:
«No se trata necesariamente de una quietud física, porque esta experiencia puede producirse también en medio del entusiasmo de una actividad muy intensa. Esto sucede, por ejemplo, en un orgasmo entre dos personas que se aman.»
El contenido revelado por El Wanderer no aporta elementos externos: se basa exclusivamente en citas textuales tomadas de obras publicadas por el propio Fernández.
La forma en que Tucho Fernández aborda ciertos temas relacionados con la sexualidad resulta desconcertante no por el contenido en sí, sino por el registro expresivo que emplea. Su estilo, a veces excesivamente gráfico y cercano a lo sensorial, introduce descripciones que parecen más propias de una literatura íntima que de un texto pastoral o teológico. Este uso de enumeraciones corporales —donde partes íntimas aparecen mencionadas en el mismo plano que elementos neutros como manos o pies— genera una sensación de extrañeza que descoloca al lector y debilita la finalidad doctrinal o formativa que supuestamente pretende.
Además, el recurso a imágenes sugerentes o a comparaciones de tono impropio para un contexto eclesial puede percibirse como una excentricidad estilística difícil de justificar. Lejos de aportar claridad, estas formulaciones introducen un matiz casi morboso que oscurece el mensaje y proyecta una impresión de frivolidad respecto de cuestiones que requieren prudencia, rigor y cierta distancia conceptual. El resultado es un discurso que no solo pierde autoridad, sino que provoca rechazo incluso entre lectores acostumbrados a un enfoque moderno de la teología moral, precisamente porque la elección expresiva parece más gratuita que pedagógica.
La gravedad que señala la publicación deriva precisamente de que estos textos no corresponden a escritos juveniles inéditos, sino a libros editados cuando el autor ya era sacerdote, con imprenta católica y circulación en ámbitos pastorales.
Los textos con este contenido desagradable escritos por «Tucho», sumado a las profundas heridas doctrinales y pastorales que ha dejado en la Iglesia con documentos como Fiducia supplicans y Mater Populis Fidelis, obliga a una conclusión que ya no admite evasivas: León XIV debe considerar la permanencia de Fernández al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
No se trata de rumores, ni de interpretaciones maliciosas, ni de pruebas buscadas con lupa: son sus propias palabras, impresas en libros publicados por él mismo, y son también los frutos amargos de estos años, visibles en la confusión doctrinal, en la erosión de la disciplina sacramental y en el desconcierto de los de fieles. La Iglesia no puede seguir soportando que quien está encargado de custodiar la fe sea, al mismo tiempo, fuente de escándalo y división.
