Más de sesenta migrantes, presentados como “menores no acompañados”, ocupan desde hace días la iglesia de Saint-Polycarpe en Lyon. Los jóvenes, que antes dormían en tiendas precarias a pocos metros del templo, han instalado colchones y sacos bajo la estatua de Juana de Arco, junto al baptisterio y a los muros que recuerdan a los caídos franceses. Con la llegada del frío, han convertido el interior del templo en un refugio improvisado.
No es un caso aislado. Cada invierno, una o varias iglesias de Francia son ocupadas ilegalmente por grupos de migrantes. En años recientes, templos de Toulouse y Marsella han vivido escenas similares. El patrón se repite: grupos de jóvenes llegan con sus pertenencias, se instala rápidamente una campaña mediática a su favor y el obispado intenta manejar la situación sin recurrir a la fuerza pública. Con la llegada de la primavera, los ocupantes suelen ser evacuados, a veces tras negociaciones, a veces mediante intervenciones firmes.
Un episcopado dividido entre el deber de acoger y la defensa del culto
La diócesis de Lyon ha publicado un comunicado breve y prudente. En él recuerda que la Iglesia colabora con múltiples iniciativas para ayudar a personas vulnerables, pero subraya que no puede sustituirse a las autoridades políticas ni a la legislación migratoria. El obispado descarta llamar a la policía para desalojar a los ocupantes y mantiene las oraciones y celebraciones habituales en la parroquia.
En paralelo, voces dentro del entorno eclesial francés, como la radio católica RCF, han pedido donaciones de material para los migrantes alojados en el templo. La situación vuelve a mostrar la tensión —ya conocida desde el pontificado de Francisco— entre la acogida indiscriminada y la protección del espacio sagrado y de la vida espiritual de las comunidades.
La sombra de una instrumentalización política
Un elemento señalado por vecinos, sacerdotes y periodistas franceses es que estas ocupaciones rara vez surgen espontáneamente. Según Le Journal du Dimanche, asociaciones ligadas a la extrema izquierda eligen deliberadamente templos católicos para instalar a los migrantes. Son ellas quienes organizan la llegada de los grupos, coordinan la comunicación mediática y negocian con los responsables diocesanos y municipales.
Este fenómeno no es nuevo. Ya en 1996, el párroco de Saint-Bernard en París —a pesar de rechazar una intervención policial en su iglesia— denunciaba que determinados colectivos estaban instrumentalizando a los sin papeles para fines políticos: «Grupos de extrema izquierda se sirven de los migrantes para hacer pasar sus consignas».
En el caso de Lyon, dos asociaciones están detrás de la ocupación de Saint-Polycarpe: el colectivo Soutiens/Migrants Croix-Rousse y la Marche des Solidarités, ambas conocidas por su activismo migratorio y su cercanía con movimientos de extrema izquierda.
Una crisis que se repite y para la que nadie ofrece una solución
El resultado es ya familiar: templos convertidos en dormitorios improvisados, parroquias bloqueadas en su vida ordinaria, obispados atrapados entre el deber moral y la legalidad civil, y organizaciones militantes utilizando la Iglesia como escaparate de reivindicaciones políticas.
Francia, que atraviesa una crisis migratoria creciente, enfrenta así un debate que vuelve año tras año, mientras los fieles se preguntan cuánto tiempo podrán mantenerse abiertos los lugares de culto si continúan las ocupaciones y la ausencia de respuestas estructurales.
