La CEE premia a Javier Cercas: cuando la autocomplacencia se arrodilla ante quien te desprecia

La CEE premia a Javier Cercas: cuando la autocomplacencia se arrodilla ante quien te desprecia

La Conferencia Episcopal Española ha otorgado su Premio ¡Bravo! de Prensa a Javier Cercas por un libro con el Papa Francisco. Hasta aquí, uno podría imaginar que los obispos pretenden reconocer una defensa brillante del cristianismo o una mirada apreciativa a la Iglesia. Pero entonces aparece el primer artículo que Cercas publica tras anunciarse el galardón, y el espejismo se rompe: una pieza en El País Semanal en la que retrata a la Iglesia como una institución machista, atrasada, fosilizada y socialmente irrelevante. Un cuadro perfecto… para recibir un Premio ¡Bravo! en la España episcopal de hoy.

Porque Cercas no escribe desde cariño, ni desde respeto, ni desde la más mínima simpatía intelectual. Es el típico escritor progresista para el que la Iglesia es útil como objeto literario o como antagonista cultural, pero inútil como fuente de verdad. Su catálogo habitual incluye: misoginia estructural, homofobia sistémica, resabios medievales, instituciones opresivas… un menú que cualquier lector de El País reconoce como plato del día. Y aun así —o mejor dicho, por eso mismo— la CEE decide premiarlo. El síndrome de Estocolmo pastoral debe de estar en fase metastásica.

El premio que consiste en hacerse pequeño ante quien te considera pequeño

El problema no es Cercas; Cercas es lo que es y nunca lo ha ocultado. El problema es la CEE, que vive instalada en una fascinación infantil por tratar de congraciarse con quienes la desprecian. Y lo hace del modo más patético posible: entregando premios para ver si así los columnistas chic de Madrid dejan de llamarles machistas, retrógrados o medievales un par de semanas.

No funciona. Nunca ha funcionado. Pero ellos siguen. Y cada año se superan.

La autorreferencialidad episcopal en su máximo esplendor

Pero no olvidemos la otra cara del Premio ¡Bravo!: su autocomplacencia endogámica. Repasemos el palmarés:

COPE, Trece TV, Cadena 100, directivos varios, Bustos, el ecosistema mediático episcopal al completo… ¿De verdad hace falta convocar una gala para esto? Con un único acto podrían despachar la entrega de premios y la cena de Navidad de empresa. Total, están siempre los mismos invitados, los mismos discursos y los mismos aplausos automáticos.

Estos premios no reconocen evangelización alguna; reconocen lealtades internas, equilibrios de despacho, miserias corporativas y, cuando se salen del corral, lo hacen para halagar a personajes que jamás devolverán la cortesía. Porque si algo tiene claro Javier Cercas es que la Iglesia, tal como él la concibe, es una supervivencia incómoda. Y si algo tiene claro la CEE es que le encanta premiar a quienes piensan eso.

La Iglesia según Cercas… y la Iglesia según la CEE

Cercas presenta a la Iglesia como:

  • Misógina.
  • Reaccionaria.
  • Socialmente inútil.
  • Culturalmente irrelevante.
  • Históricamente culpable de todo lo que teme la élite ilustrada.

Y justo después de publicar todo eso, recibe un premio eclesial, una ovación episcopal y probablemente un canapè de salmón en la recepción posterior.

Uno no sabe ya si reír, llorar o pedir que alguien revise los estatutos de la casa, no sea que el Premio ¡Bravo! se haya convertido oficialmente en un concurso de “halaga a tu verdugo”.

El símbolo perfecto de una crisis de autoestima

El caso Cercas no es una anécdota. Es un síntoma:

Una Iglesia que ya no se toma en serio ni a sí misma.

Un episcopado que confunde “abrirse al mundo” con pedir disculpas al mundo por existir.

Y unos premios que, lejos de evangelizar, confirman la irrelevancia autoimpuesta.

En resumen:

Los Premios ¡Bravo! ya no sirven para reconocer a quien anuncia el Evangelio, sino para celebrarse entre ellos o suplicar aceptación externa.

Y este año han logrado ambas cosas a la vez.

Bravo. Bravo, de verdad.

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