El Yunque: el fracaso estructural de una conspiración conservadora

El Yunque: el fracaso estructural de una conspiración conservadora
La explosión estos días del “caso Revuelta”— marca utilizada por una asociación para el cuidado de ancianos como tapadera para desviar fondos destinados a damnificados por la DANA— ha reabierto un debate soterrado durante años: el papel del Yunque y su influencia en diversas plataformas cívico-políticas en España, desde sus orígenes hasta sus derivaciones más recientes, como Hazte Oír o CitizenGO. La discusión, reactivada tras la pública autoadscripción de Marcial Cuquerella como miembro del Yunque, vuelve a señalar el núcleo del problema: una organización que opera como sociedad secreta mientras se proyecta sobre iniciativas públicas destinadas al activismo político y cultural.Aunque sus integrantes niegan que exista condena canónica formal contra el Yunque, el punto no es jurídico, sino moral, eclesial y político. El modelo de actuación que ha caracterizado históricamente a esta organización presenta una serie de patologías éticas, estructurales y estratégicas que explican el fracaso de sus proyectos y el deterioro de la credibilidad del activismo conservador en España.

Una lógica secreta incompatible con la doctrina católica

Más allá de la ausencia de una condena explícita, la Iglesia siempre ha desaconsejado la pertenencia a asociaciones secretas o reservadas, especialmente cuando dicha reserva se convierte en un método estructural de acción. Tanto el CIC de 1917 como el de 1983 recomiendan que los fieles se integren en asociaciones aprobadas, transparentes y bajo vigilancia legítima de la autoridad eclesiástica. El Yunque, en cambio, opera con lógica iniciática, compromisos internos, negación sistemática ante terceros y una estructura en gran parte opaca, lo que choca frontalmente con el principio de veracidad que constituye la base mínima de la moral católica. La justificación habitual—que la reserva es estrategia de eficacia política—revela el trasfondo doctrinal más preocupante: la subordinación de la verdad a la utilidad.

La deriva utilitarista: cuando “vale todo” en nombre del bien

Este es, quizá, el núcleo del problema. La cultura interna del Yunque ha normalizado el empleo de la mentira como herramienta de acción, una mentira “sibilina”, justificada internamente como medio legítimo para servir una causa superior. Ese planteamiento ha generado, a lo largo de los años, dinámicas tan previsibles como destructivas. Se ha pedido dinero para un fin y se ha destinado a otro; se han inflado cifras, proyecciones y expectativas para justificar proyectos inviables; se han construido estructuras asociativas ficticias o semificticias para dar apariencia de representatividad; se han infiltrado partidos, universidades y asociaciones civiles con la intención de reorientarlas “desde dentro”. Lo que en sus inicios se presentó como una estrategia sofisticada terminó configurando un sistema basado en medias verdades, ocultaciones y manipulación. La consecuencia inevitable ha sido la pérdida de credibilidad, la confusión entre fines y medios y, finalmente, el descrédito público.

Una coordinación interna que aflora: apoyos públicos, nombres propios y giro ideológico

El escándalo de Revuelta también ha hecho visible algo que hasta ahora sólo se intuía: la coordinación interna del Yunque cuando uno de los suyos se ve comprometido. La defensa cerrada del «presidente» de Revuelta Jaime Hernández Zúñiga —líder de los jóvenes de Hazte Oir- ha provocado una cascada de apoyos públicos que, en la práctica, desvelan una red con satélites muy evidente.

La reacción coordinada es significativa por dos motivos. Primero, porque confirma que la hermandad interna sigue activa y operativa: cuando uno cae bajo sospecha, el resto se moviliza. Y segundo, porque evidencia un cambio generacional que está alterando la identidad misma del Yunque. Gente próxima involucrada (consciente o inconscientemente) en sus estructuras, como Javier Villamor o Pablo Gasca, habrían generado auténtico pánico entre el sector más liberal neocón del Yunque en 2010, que habría visto en esos perfiles un giro radical incompatible con sus objetivos de infiltración sibilina.

Sin embargo, la “ventana de Overton” ha ido desplazándose. Lo que hace una década habría sido considerado inaceptable dentro del propio Yunque —discursos más duros, vínculos con corrientes antes descartadas— hoy se tolera e incluso se integra sin dificultad. La explicación no es ideológica, sino pragmática: en una estructura donde “todo vale por el poder”, las fronteras se mueven en función de la utilidad. El resultado es un movimiento que se adapta no por convicción, sino por supervivencia, y que termina aceptando como propio aquello que antes repudiaba si considera que puede ofrecer ventaja táctica.

Hazte Oír y la repetición en bucle de un mismo patrón

Hazte Oír reprodujo, con mayor inteligencia organizativa que Revuelta, el mismo patrón de funcionamiento del Yunque que hoy está en la picota: estructuras paralelas difusas, afiliados que no son realmente afiliados, juntas directivas nominales, donativos de destino incierto y campañas emocionales que sostenían modelos financieros frágiles. El caso Revuelta ilustra de nuevo lo que sucede cuando ese método se aplica en contextos donde la transparencia es indispensable: la distancia entre la versión oficial y la realidad se ensancha hasta romper la confianza pública. Lo que algunos presentan como “estrategia comunicativa” es, en la práctica, una quiebra continuada de los estándares básicos de gobernanza.

Un proyecto político errado desde su premisa

El Yunque nació de una intuición equivocada: la idea de que la única manera de influir en una sociedad hostil era mediante la infiltración, el anonimato y la manipulación emocional. Ese planteamiento convirtió al catolicismo sociopolítico en España en una operación encubierta permanente, incapaz de actuar a la luz pública con la verdad y la claridad propias de las instituciones eclesiales. Hoy esa estrategia se ha demostrado no sólo ineficaz, sino contraproducente. La sociedad civil conservadora está comenzando a generar proyectos que avanzan sin complejos, sin secretismos y sin necesidad de tramas clandestinas. Donde el Yunque fracasó con documentos secretos y estructuras opacas, otros progresan apelando abiertamente a la verdad. Las conspiraciones no sólo eran innecesarias: eran un lastre.

El resultado: un movimiento desgastado, innecesario y fallido

El balance final es el de un proyecto que no logró sus objetivos y desgastó todo lo que tocó. El Yunque falló en transparencia, pues nunca consolidó una estructura institucional confiable. Falló en eficacia, porque dilapidó recursos ingentes en operaciones improvisadas. Falló en moralidad, al normalizar la mentira como instrumento táctico. Falló en estrategia, confundiendo militancia con conspiración. Y falló en credibilidad, alejando a la sociedad y fracturando al propio mundo católico. El daño más profundo, sin embargo, es interno: la erosión del testimonio cristiano cuando la acción política se fundamenta en prácticas que contradicen abiertamente la ética que se dice defender.

La discusión abierta por el caso Revuelta y por las recientes declaraciones de Cuquerella no debe centrarse en la existencia o no de una condena formal. La cuestión esencial es si el método, la cultura interna y las consecuencias del Yunque son compatibles con un activismo honesto, transparente y genuinamente católico. Lo demostrado durante dos décadas es que el secretismo, la manipulación y las medias verdades no sólo son moralmente reprochables, sino estratégicamente ruinosas. El conservadurismo español no necesita conspiraciones: necesita verdad, competencia y estructuras públicas, abiertas y fiscalizables. El Yunque no fracasó por persecución externa. Fracasó por sus propios métodos.

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