La Inmaculada y la lógica de la Redención

La Inmaculada y la lógica de la Redención

Cada año, al celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción, la Iglesia no recuerda solo un privilegio mariano, sino una verdad decisiva para comprender el plan divino de la Redención. María no aparece aislada en la economía de la salvación; su misión está inseparablemente unida a la de Cristo. La tradición —desde los Padres de la Iglesia hasta el Magisterio contemporáneo— ha visto en Ella a la Nueva Eva, aquella que acompaña al Nuevo Adán en el inicio de la nueva creación.

Lejos de ser un detalle devocional, esta verdad afecta al corazón del dogma cristiano. Así como la primera humanidad se fracturó por la desobediencia de Adán y Eva, la nueva humanidad se inaugura por la obediencia de Cristo y por la cooperación singular de María. Por eso la Iglesia, con creciente claridad a lo largo de los siglos, ha reconocido que la Inmaculada no es solo la Madre de Dios, sino también la Mujer asociada al Redentor en la restauración del género humano.

La lógica de la nueva creación: si hay un nuevo Adán, debe haber una nueva Eva

San Pablo enseña que Cristo es el “último Adán”, principio de la humanidad renovada. Resulta, entonces, natural la pregunta que los teólogos cristianos se han planteado desde los primeros siglos: si hay un nuevo Adán, ¿dónde está la nueva Eva?

La respuesta surge de la propia Escritura. El “protoevangelio” de Génesis 3,15 anuncia no solo la victoria del Mesías, sino también la presencia de una Mujer asociada a Él en la lucha contra el mal. La tradición patrística, desde san Ireneo hasta san Efrén, reconoció en esta Mujer a María, cuya misión no puede entenderse sin su relación íntima y permanente con Cristo.

La nueva creación, obra superior a la primera, debía manifestar una armonía todavía más perfecta entre la acción divina y la respuesta humana. Así como la caída afectó a la humanidad a través de una pareja, la restauración debía comenzar también con una cooperación original: un Redentor y una Mujer completamente abierta a la gracia.

La Inmaculada Concepción: fundamento de la misión de María

La preservación de María del pecado original no fue un gesto sentimental de Cristo hacia su Madre, sino una exigencia interna del plan salvífico. Para que la nueva Eva colaborara plenamente en la obra del nuevo Adán, era necesario que su libertad estuviera intacta, no herida por la culpa original.

La Inmaculada no es, por tanto, un adorno teológico, sino la señal de que Dios inaugura una humanidad renovada desde su mismo comienzo. En María aparece, por primera vez, la criatura reconciliada, capaz de decir “sí” sin sombra de pecado. Ella es el primer fruto de la redención, anticipada por los méritos de Cristo y preparada para acompañarlo en su misión.

María Corredentora: la colaboración singular de la Nueva Eva

La antigua Eva cooperó en la desobediencia que introdujo el pecado en el mundo. De modo análogo —pero en sentido inverso y superior—, María coopera en la obra de la obediencia redentora de Cristo. Su colaboración no compite con la acción del Redentor, sino que deriva enteramente de Él y permanece subordinada a su sacrificio.

Cuando la Iglesia llama a María Corredentora, no propone un dogma paralelo a la mediación única de Cristo, sino que reconoce su cooperación materna en todos los momentos clave de la salvación: desde la Encarnación hasta el Calvario. No es una igual del Redentor, sino la Mujer asociada a Él en virtud de la gracia.

En la cruz, esta verdad alcanza su plenitud: la Madre que entrega al Hijo se convierte también en Madre de la humanidad redimida. Su unión con Cristo es tan íntima que la tradición no duda en afirmar que, si Adán y Eva fueron corresponsables en la caída, Cristo y María aparecen como los dos principios visibles de la nueva humanidad reconciliada.

Una verdad que reclama ser anunciada

Volver a la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la Inmaculada y la corredención nos ayuda a recuperar la profundidad del Evangelio. María no es un accesorio espiritual, sino una figura esencial del cristianismo: donde está Cristo, está también la Madre que coopera con Él.

Reconocer a María como nueva Eva y corredentora no es un exceso devocional, sino la consecuencia lógica del misterio de la Redención. A través de Ella, Dios muestra que la humanidad —en su feminidad y en su maternidad— tiene un lugar central en el plan salvífico. Y a través de Ella, la Iglesia aprende lo que significa decir “hágase” en obediencia perfecta a la voluntad del Padre.

Fuente: La Nouva Bussola Quotidiana

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