La teóloga salesiana sor Linda Pocher, encargada por el papa Francisco de coordinar encuentros con los cardenales consejeros para “desmasculinizar la Iglesia”, criticó el nuevo freno al diaconado femenino y afirmó que la resistencia no proviene de la teología, sino de factores culturales. En declaraciones a La Repubblica, Pocher lamentó que la decisión haya llegado demasiado rápido: “Esperaba que se tomaran un poco más de tiempo, porque en mi opinión en esta cuestión será determinante el factor tiempo”.
Sin embargo, la visión que propone no reconoce la naturaleza del sacramento del orden ni la continuidad doctrinal que la Iglesia está obligada a custodiar.
Reducir la objeción teológica a un conflicto cultural
Pocher afirma sin matices que el problema “no es teológico, sino cultural”. Esta afirmación revela su punto de partida: entender la reserva del orden sagrado como una construcción humana, no como una realidad recibida de Cristo. Bajo este esquema, la Iglesia debería adaptar sus sacramentos a las expectativas contemporáneas, porque —según su lectura— las resistencias no provienen de la revelación sino de estructuras patriarcales.
Pero esta tesis choca con dos siglos de magisterio reciente, con la tradición apostólica y con la comprensión del sacerdocio como configuración sacramental con Cristo, Esposo de la Iglesia. Si todo es cultural, entonces la Iglesia sería libre de reconfigurar a su gusto aquello que Cristo instituyó.
Pocher propone un argumento que desfigura el misterio
La religiosa llega a afirmar que, si la masculinidad de Jesús no tiene relevancia salvífica porque Él también era judío, entonces tampoco debería tener importancia para el ministerio ordenado. El argumento, formulado así, ignora que la identidad histórica de Cristo no funciona como base sacramental, mientras que su relación esponsal con la Iglesia sí lo hace.
Equiparar ser varón con ser judío es una muestra de que el enfoque de Pocher no parte de la cristología ni de la sacramentología, sino de categorías igualitaristas ajenas al Evangelio.
Una visión que confunde
La entrevista recoge además su crítica al documento que, según ella, “desestima” la experiencia de mujeres que dicen sentir un llamado al diaconado. Pocher denuncia que estas mujeres no reciban el mismo trato que un candidato varón al sacerdocio.
“No se considera oportuno para las mujeres una cosa que es la forma normal de discernimiento para un hombre: un hombre entra al seminario porque se siente llamado, siente la vocación”.
Pero la vocación no se define por una experiencia subjetiva, sino por la llamada de Cristo mediada por la Iglesia. Ningún deseo personal —masculino o femenino— constituye prueba de vocación sacramental. En este punto, la religiosa proyecta sobre el discernimiento vocacional una lógica emotiva que no corresponde a la naturaleza del sacramento.
Un diaconado que se vacía de contenido para hacerlo accesible
Pocher recalca que, desde el Concilio Vaticano II existe un diaconado concebido como “servicio comunitario”, las mujeres deberían acceder a él. Esta formulación confirma que su propuesta implicaría redefinir el diaconado para desvincularlo del sacerdocio, reduciéndolo a función social para hacerlo teológicamente accesible.
«El Concilio Vaticano II reinstauró el diaconado permanente, al cual también pueden acceder los hombres casados. Si existe un diaconado de este tipo, un servicio a la comunidad, ¿por qué las mujeres no podrían poder acceder?»
Pero el diaconado, incluso en su forma permanente, es sacramento del orden. No es una tarea pastoral redistribuible ni un rol funcional dentro de la comunidad. Des-sacramentalizarlo para justificar su apertura es una manipulación conceptual que traiciona la enseñanza constante de la Iglesia.
Una teología construida a partir de ejemplos ajenos a la Iglesia
Pocher afirma que la experiencia anglicana demuestra que permitir clérigas “no altera el funcionamiento de la comunidad”. Pero esta apelación es frágil: la Comunión Anglicana atraviesa desde hace años fracturas doctrinales profundas justamente por haber adoptado criterios sociológicos para reformar sus ministerios.
No puede servir de modelo para la Iglesia Católica quien ya ha relativizado sacramentos, moral y autoridad apostólica y que realmente ha demostrado una profunda fragmentación en la unidad anglicana.
Un proyecto de Iglesia moldeado desde la presión cultural
La religiosa salesiana reconoce que el progreso en esta área depende del “factor tiempo”. Es decir: no de argumentos teológicos, sino de un cambio cultural paulatino que empuje a la Iglesia a aceptar lo que hoy rechaza. Esa visión concibe el depósito de la fe como un sistema moldeable por las corrientes sociales.
“El reto del Sínodo es que podemos superar un problema cuando alcanzamos suficiente convergencia, lo que no significa que una de las partes renuncie, sino que, mediante la investigación común, comiencen a surgir posibilidades que quizás ninguna de las partes esperaba inicialmente. Pero esto requiere tiempo, capacitación en la escucha recíproca y sin prejuicios, sin considerar herético lo que diga el otro, sino simplemente otro modo de ver las cosas. Esta fue la gran revolución de Francisco”.
El verdadero desafío no es “desmasculinizar” la Iglesia
Linda Pocher representa una corriente teológica que busca reinterpretar la Iglesia a partir de los desafíos culturales modernos: género, igualdad, participación femenina, justicia social. La entrevista en La Repubblica muestra una tendencia creciente: tratar el ministerio ordenado como una estructura de poder masculino a la cual habría que “abrir puertas”. Pero esta mirada secularizada no tiene en cuenta la lógica sacramental: el sacerdote actúa in persona Christi, no como representante de un grupo social.
