TRIBUNA: La Iglesia cautiva (y el ridículo creciente de los obispos españoles)

Por: Una católica (ex)perpleja

TRIBUNA: La Iglesia cautiva (y el ridículo creciente de los obispos españoles)

Hemos leído estos días que la Conferencia Episcopal Española ha decidido premiar a la cantautora Rosalía y al escritor Javier Cercas con los galardones Bravo , que se supone presentan un reconocimiento al servicio a la dignidad humana y a los valores evangélicos en el ámbito de la comunicación.

Bien, hasta donde yo sé, Cercas ha explicado que su libro premiado, El loco de Dios en el fin del mundo, surgió después de que el Vaticano le contactase para acompañar un viaje a Asia del papa Francisco del que, por supuesto, volvió alabando lo distinto que era ese papa de la Iglesia y afirmando que había vuelto siendo aún más ateo y anticlerical de lo que ya era. Rosalía, por su parte, al tiempo que ha expresado la necesidad de Dios que siente su corazón, presenta en la contraportada de su álbum Lux una imagen de ella sin ropa y tumbada en una cama con los brazos abiertos. Una frase del primer single de este nuevo álbum, que ha servido de excusa a los neoconservadores para hablar de un reavivamiento de lo católico, dice textualmente I´ll fuck you until you love me. No sé si algún miembro de la Conferencia Episcopal Española se ha entretenido en escuchar las letras de las canciones, o simplemente ha quedado deslumbrado por el atuendo similar a un hábito religioso de la artista en la portada del álbum, pero poco evangélico y católico me parece a mí tanto la contraportada como esa escandalosa frase. Estos son solamente dos de los premiados.

Veremos si Rosalía acude a recibir el premio, pero lo más destacado por la cota de ridículo alcanzada es que, en la misma semana en que ha recibido el galardón de los obispos españoles, Javier Cercas ha publicado una columna en el periódico El País titulada Dios no ha vuelto, refutando el reavivamiento de lo católico que tanto están celebrando el episcopado y los influencers patrios, centrándose precisamente en las dos tablas a las que se aferran los defensores de tal revival: el álbum de Rosalía y la película Los Domingos. Los argumentos innegables de Cercas son que las iglesias siguen vacías, los seminarios y conventos siguen vacíos y el número de católicos cae en picado. El escritor cree que lo único que puede estar ocurriendo es algo que tarde o temprano iba a ocurrir, y es que en España estemos empezando a superar la fobia anticatólica que hemos padecido; una fobia, sobra decirlo, del todo justificada: por 40 años de nacionalcatolicismo y por siglos y siglos de una Iglesia siniestramente clerical, reaccionaria, belicosa, fúnebre, sexófoba y pegada como una lapa a los ricos y poderosos. ¿Cabe mayor bofetada, mayor signo de desprecio a los obispos que esta columna del premiado en la semana del galardón? De acuerdo como están con esta leyenda tan negra como falsa, tal vez en la sede de la CEE ni pillen el mensaje.

Columna publicada en El País

Ante este esperpento sonrojante, lo que realmente me pregunto viendo esto es qué hacen los señores obispos españoles. ¿Por qué están cada vez más arrastrados ante el mundo? ¿No se dan cuenta de lo ridículos que se ven persiguiendo modas hacia las que siempre van tarde? ¿No ven que el mundo les va a despreciar igual o más? ¿Y no ven que crean desafección entre unos fieles que ven que estos sucesores de los Apóstoles no están defendiendo al rebaño del mundo y afirmándolos en la fe, sino empujándoles a ser católicos del mundo, católicos mundanos? ¿No ven que dejan desamparado al rebaño que tienen encomendado y que Dios les pedirá mucha cuenta de ello?

Yo llegué a la situación de experplejidad en la que me encuentro tras una situación de perplejidad que fue muy dolorosa. Después de años instalada cómodamente en una parroquia viva en un pueblo de la diócesis de Barcelona, comencé a observar primero hechos aislados que desentonaban con lo que la Iglesia siempre hizo y predicó. Los supuestos hechos aislados, precipitados en cantidad y gravedad durante el pontificado de Francisco, me llevaron a caer en la cuenta de que no eran aislados, sino que estaban bien engranados en un discurso y práctica eclesial alternativos; en una Iglesia que no se reconoce y que reniega de su historia y su tradición. Como si se estuviera construyendo ante nuestros ojos una nueva Iglesia consciente o inconscientemente, o porque como mínimo se han desviado de una manera cada vez más alarmante, que desfigura el rostro de la Esposa de Cristo.

La jerarquía eclesial ha hecho suyos los conceptos de progreso y democracia, tan propios de la modernidad, y parece haber olvidado su propia lógica y su dimensión sobrenatural.  Los organismos eclesiales como Caritas y Manos Unidas hablan sin tapujos el lenguaje del mundo y asumen los contravalores de la agenda 2030. Es difícil distinguir en las palabras del #2 del Vaticano, el cardenal y secretario de Estado Pietro Parolin, si estamos ante un príncipe de la Iglesia o ante un funcionario de las Naciones Unidas. Esto son sólo unos pocos ejemplos. El problema es grave cuando la Iglesia asume no sólo el lenguaje, sino los conceptos y principios del mundo.

Vienen a la mente inevitablemente las célebres palabras de Mons. Marcel Lefebvre en 1974 cuando distingue entre una Roma católica, eterna, y de una Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante.

Para aquellos a quienes la mención del nombre del obispo Lefebvre les produzca un cortocircuito neuronal, conviene aclarar brevemente para tranquilizar su conciencia que la Fraternidad de San Pío X que él fundó no es sedevacantista ni cismática, como demuestra el hecho de que Benedicto XVI levantó en 2009 la excomunión a los obispos ordenados por Mons. Lefebvre en 1988 y las prerrogativas sobre administración de sacramentos que les otorgó Francisco, así como otros buenos argumentos que Kennedy Hall expone en su muy recomendable libro SSPX: The Defence. Yo no soy lefebvrista, pero hay que estar muy ciego para no ver la importancia profética de Lefebvre en las décadas caóticas de 1970 y 1980.

Volviendo a las desviaciones doctrinales, litúrgicas y morales que emanan de Roma, es fácil observar cómo la deformación de la fe de la más alta jerarquía lleva a del laicado. Entre la desorientación y el oportunismo de quienes, a río revuelto, quieren ser pescadores de hombres por iniciativa propia, no por una llamada (lo que el Señor llama en el Evangelio mercenarios): los influencers y su nuevo catolicismo pentecostal, incluyendo el hecho de que viven o pretenden vivir económicamente de evangelizar a tiempo completo y de lo que sus fieles o seguidores o benefactores aporten. Con ese lema absolutamente infame de Hakuna, que refleja esta situación: de rodillas ante Dios, el hombre y el mundo, y el hecho de que, en sus primeros estatutos, manifestasen explícitamente adherirse a los principios de la agenda 2030. Que fuera por ingenuidad o ignorancia no resta gravedad al asunto. Ésa es la actitud ante el mundo de la Iglesia que más se mueve actualmente, la que se hace ver en eventos y redes sociales: la de jóvenes y no tan jóvenes neoconservadores, seguidos ciegamente por los obispos, que piensan que les van a salvar los muebles con su capacidad de convocatoria.

El día de la Inmaculada Concepción de este mismo año, esta semana, se cumple el 60 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. Sesenta años. ¿Cómo no han visto ya que querer agradar al mundo y parecerse a él no funciona? Que se han vaciado los templos, que la administración de sacramentos está bajo mínimos, que millones de personas han perdido la fe, con gran responsabilidad en todo ello de quienes habían recibido el encargo de ser sus pastores.

Está claro que el origen del problema no es el Concilio Vaticano II, no somos tan ingenuos. Sabemos que el modernismo venía operando como un cáncer en la Iglesia desde décadas anteriores, y finalmente parece haber dejado sólo su carcasa, habitada por un organismo distinto, que se ha apoderado de ella, que la ha hecho cautiva. No sé nada de biología, pero lo veo como algo parecido a un cáncer que devora las células sanas pero que, en lugar de matar al ser en el que habita, se apodera de él a la manera de un parásito, sustituyendo las células sanas que destruyó por unas ajenas a ese organismo, pero que viven en él y lo controlan, habiendo sustituido su esencia por otra. Lo que significó el Concilio Vaticano II fue que ese organismo que había ido parasitando poco a poco a la Iglesia finalmente la conquistó y transmutó su esencia. O, como mínimo, lo intentó. Ese aggiornamiento fue de lo peor que le ha ocurrido a la Iglesia a lo largo de sus dos milenios de existencia.

¿Hay solución? Sí, por supuesto. En primer lugar, la convicción de que las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia, como Cristo prometió. Aunque también es cierto que se preguntó si cuando el Hijo del Hombre volviera, hallaría fe en la tierra. En cualquier caso, la Iglesia la lleva el Señor y está en sus manos.

Nuestros cálculos, planes e ideas no son más que eso. Pero estoy leyendo estos días un libro muy interesante del profesor Peter Kwasniewski, Ministers of Christ, que tiene una estructura tripartita aplicable perfectamente a la situación de la Iglesia: 1) fundamentación, 2) desviaciones y 3) restauración, que es la única solución posible ante las deformaciones de que es presa la Iglesia. Como decíamos la pasada semana, no por un tema de nostalgia, sino de lo que debe ser porque forma parte de la naturaleza y esencia de la Iglesia y es, por tanto, perenne.

La esencia humana no cambia. Y a ella habla la Iglesia, para llevar a los hombres a Dios. Un Dios inmutable. Por eso la Iglesia tiene un discurso más allá de las modas, los tiempos y los lugares. Una desviación no es una reforma ni una adaptación deseable a las circunstancias del mundo. Ésa no ha sido nunca la lógica de la Iglesia. Y no puede serlo tampoco hoy.

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