La Misa, tesoro de la fe: El significado del incienso y del Introito en la liturgia tradicional

La Misa, tesoro de la fe: El significado del incienso y del Introito en la liturgia tradicional

Tras la preparación penitencial de las oraciones al pie del altar, la liturgia tradicional nos introduce en un movimiento de alabanza que eleva el alma hacia Dios. El rito del incienso, profundamente simbólico, abre esta nueva etapa de la Misa, en la que el sacrificio interior del creyente se une al sacrificio del altar. Este capítulo de Claves — FSSP profundiza en el sentido espiritual de los encendidos, su relación con el culto divino y el papel del Introito, la antigua oración que marcaba la verdadera entrada en la celebración.

El incienso: símbolo del sacrificio y de la ofrenda

Una vez concluidas las oraciones iniciales, el sacerdote realiza uno de los gestos más expresivos de toda la liturgia: el encendido del incienso. Curiosamente, en los primeros siglos, los cristianos evitaban su uso para distinguirse de los rituales paganos que lo empleaban abundantemente. Sin embargo, el incienso, ya presente en las ceremonias del Antiguo Testamento, encontró con el tiempo su lugar natural en el culto cristiano. Su significado está profundamente unido al sacrificio: la misma palabra griega de la que deriva “turiferario” procede del verbo thúein, “sacrificar”. Por eso los primeros cristianos se negaban a quemar incienso ante los ídolos o ante los emperadores: el sacrificio pertenece únicamente a Dios.

El grano de incienso, consumido completamente por el fuego, expresa la entrega total del alma que se ofrece al Señor. La columna de humo perfumado que asciende simboliza la oblación que se eleva hacia el cielo; por eso, durante el ofertorio, también se inciensa a los fieles, llamados a unirse espiritualmente al sacrificio de Cristo. A la vez, el incienso purifica: así como en la Antigua Alianza Aarón consagraba la tienda del encuentro y el arca, el incienso santifica hoy el altar y a quienes participarán del misterio. Esta es la razón por la que el sacerdote lo bendice antes de usarlo, pidiendo que sea santificado por Aquel en cuyo honor será quemado. La única excepción se da cuando el Santísimo está expuesto: entonces no se bendice, porque ya no se trata de purificar sino de adorar.

El sacerdote inciensa primero la cruz del altar, con tres dobleces, gesto reservado a Cristo y, por extensión, al Santísimo Sacramento. Si hay reliquias sobre el altar, también son veneradas con incienso en homenaje a los mártires. Luego se inciensa el altar mismo siguiendo un rito preciso, y finalmente al sacerdote, que en la Misa actúa in persona Christi, representando sacramentalmente al Señor.

El Introito: la verdadera entrada en la Misa

Tras los encendidos, el sacerdote se coloca en el lado de la epístola y lee el Introito, cuyo nombre proviene precisamente de la idea de “entrada”. En los orígenes, esta oración marcaba el comienzo formal de la Misa y se cantaba durante la procesión que llevaba desde la sacristía al santuario, acompañada de un salmo completo del que hoy solo conservamos un fragmento.

El Introito es una llave interpretativa de la liturgia del día. Sus textos, a menudo de gran belleza poética, expresan la idea fundamental de la fiesta o del tiempo litúrgico. Algunos son tan característicos que han dado nombre a Misas enteras: el Gaudete, el Lætare, el Quasimodo, la Misa Rorate o el Requiem, cada uno comenzando con la palabra que identifica la celebración. Escuchar el Introito con atención permite entrar mejor en el espíritu del misterio que la Iglesia celebra.

La doxología Gloria Patri: respuesta trinitaria de la Iglesia

El Introito concluye con la doxología Gloria Patri, la alabanza breve y solemne que honra a la Santísima Trinidad: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…”. Esta oración, muy conocida por los fieles, cierra todos los salmos del Oficio divino y se reza también en el Rosario. Su origen es oriental y está marcado por el contexto doctrinal de los siglos en que la Iglesia combatió el arrianismo, la herejía que negaba la divinidad del Hijo. Frente a esta desviación, el Gloria Patri proclama explícitamente la igualdad de las tres Personas divinas, y su conclusión —“como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”— afirma la eternidad del Hijo frente a quienes lo consideraban inferior al Padre. Ya en el siglo VI, el Sínodo de Vaison subrayaba la importancia de esta fórmula como defensa de la fe católica.

En la liturgia, la doxología manifiesta que la oración del Antiguo Testamento —los salmos— alcanza su plenitud en el Nuevo, donde la revelación de la Trinidad brilla con luz plena. Así, cada Introito termina orientando la oración hacia la gloria de Dios Uno y Trino, que es el fin último de toda la Misa.

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