Donde el alma florece: la sabiduría que conduce a Dios

Donde el alma florece: la sabiduría que conduce a Dios

Hay libros que se leen y libros que se atraviesan. Para Peter J. Kreeft, los Salmos pertenecen a esta segunda categoría: no son una colección de textos piadosos, sino un templo espiritual cuyo pórtico es el Salmo 1, la puerta por la que todo creyente entra para aprender a orar, discernir y vivir según Dios. Por eso abre su obra La sabiduría de los Salmos con una afirmación contundente: este primer salmo es el mapa que orienta al cristiano entre dos caminos —el que conduce a la vida y el que lleva a la nada—, y la elección no admite neutralidad.

El salmista no se detiene en matices sociológicos ni en análisis psicológicos; simplemente describe al hombre que acoge la Palabra y al que la rechaza. Kreeft insiste en que este contraste radical no responde a simplificación moralista, sino a la realidad espiritual más profunda: hay vidas arraigadas y vidas sopladas por el viento.

La felicidad como fruto, no como conquista

El salmo comienza con una palabra que, en nuestros tiempos, se ha vaciado hasta casi perder su significado: “Dichoso”. Para Kreeft, esta dicha no es un sentimiento pasajero, ni un optimismo romántico, ni la satisfacción que promete el mundo. Es la felicidad bíblica: la de quien camina recto porque ha puesto su vida bajo la luz de Dios.

La clave —dice el autor— está en la delicia en la ley del Señor. No se trata de cumplir mandamientos por obligación, sino de encontrar en la Palabra un descanso para el alma, un alimento que estructura el corazón y orienta la inteligencia. La felicidad del justo no nace de lo que hace, sino de lo que permite que Dios haga en él.

El justo como árbol: una imagen para aprender a vivir

Entre las metáforas más hermosas del salterio está la del árbol plantado junto a corrientes de agua. Kreeft subraya que el árbol no se alimenta a sí mismo: recibe, bebe, permanece. Su fecundidad no depende del esfuerzo voluntarista, sino de su capacidad de mantenerse enraizado.

Así es la vida espiritual: cuando el hombre se deja nutrir por Dios, da fruto a su tiempo, soporta las estaciones adversas y no se marchita. El autor invita al lector a meditar esta imagen como examen de conciencia: ¿de qué bebemos?, ¿qué nos sostiene?, ¿quién determina el ritmo de nuestra vida? El cristiano florece no por exigencia, sino por permanencia.

La fragilidad del impío: vivir sin peso

En contraste, el salmo describe al impío como paja que arrebata el viento. Kreeft no lo interpreta como insulto, sino como radiografía de la existencia desligada de Dios: ligera, dispersa, sin raíz ni horizonte. Vivir sin referencia a la verdad hace que todo sea intercambiable, volátil, inconsistente.

El autor enfatiza que esta imagen tiene un carácter profundamente contemporáneo. El hombre moderno —dice— vive a menudo como paja: movido por impulsos, opiniones y estados emocionales, sin un centro que ordene la vida. La diferencia decisiva no está entre fuertes y débiles, sino entre enraizados y errantes.

La paja pertenece al campo, pero no tiene peso. El justo, en cambio, tiene peso de eternidad.

Dios conoce el camino de los justos

El salmo concluye con una frase breve y tajante: “El Señor conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos perece”. Kreeft insiste en que este “conoce” no es un simple saber intelectual, sino un acompañar, proteger, bendecir. Dios no garantiza una vida sin pruebas, pero sí una vida que no se pierde.

Frente a un mundo que multiplica atajos, autoafirmaciones y recetas rápidas de bienestar, el Salmo 1 nos recuerda que la verdadera vida espiritual comienza aceptando que no somos nuestro propio guía. Solo cuando el hombre se deja conducir, el camino deja de ser un laberinto.

En La sabiduría de los Salmos, Peter J. Kreeft nos enseña a leer el primer salmo como un espejo y como un sendero. Un espejo que revela quiénes somos realmente y un sendero que nos invita a elegir dónde deseamos enraizar nuestra vida. Un libro que, sin pretenderlo, devuelve al alma cristiana su respiración natural: la oración que nace de escuchar a Dios.

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