La cruz de cemento situada en el monte Morkaiku de Elgoibar, un elemento visible del paisaje guipuzcoano desde hace décadas, fue derribada el 18 de noviembre —a dos días del 50° aniversario de muerte de Francisco Franco—. El Departamento vasco de Seguridad confirmó los hechos y señaló que la Ertzaintza ha abierto una investigación, después de que la Policía Municipal alertara del ataque. Los agentes desplazados al lugar comprobaron la caída de la estructura, aunque no encontraron responsables ni se han producido detenciones.
Acción organizada: herramientas, planificación y pintadas antirreligiosas
Las pesquisas apuntan a una acción organizada. Según la información disponible, un grupo de activistas independentistas accedió a la cima del monte de forma concertada y premeditada, equipado con una rotaflex, una escalera y focos de gran potencia. Con este material lograron cortar y abatir la cruz, que se desplomó entre gritos de celebración.
En la base del monumento aparecieron además pintadas en euskera con contenido ideológico y antirreligioso, lo que refuerza la tesis de que se trató de un ataque deliberado contra un símbolo cristiano, y no de una simple gamberrada.
Un monumento reinterpretado por el Ayuntamiento como “testigo de una época”
La cruz había sido erigida durante la dictadura franquista en memoria de Carlos de Borbón y Orleans, tío de Juan Carlos I, fallecido en combate en septiembre de 1936. Aunque figuraba en un informe de 2019 del Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, Gogora, dedicado a la retirada de simbología franquista en Euskadi, su presencia en el monte había adquirido con el paso del tiempo un significado distinto para la mayoría de los vecinos. Para los elgoibarreses, el monumento formaba parte del paisaje habitual y era reconocido sobre todo como un punto de referencia para el montañismo y la identidad local.
Tras conocerse el derribo, el Ayuntamiento de Elgoibar —gobernado por el PNV— convocó una Junta de Portavoces y emitió un comunicado en el que defendía que la cruz había dejado de ser vista por la ciudadanía como un símbolo político. En ese marco, explicó que su política de memoria histórica había apostado por reinterpretar el monumento, retirando la inscripción original pero manteniendo la estructura como “testigo de una época”.
El consistorio defendía su conservación con fines pedagógicos
El Ayuntamiento aseguró que la decisión de mantener la cruz seguía recomendaciones técnicas de expertos, que consideraban que conservarla podía ayudar a contextualizar los hechos de la Guerra Civil y evidenciar, por contraste, el carácter totalitario del régimen franquista. Con ese objetivo, instaló un panel explicativo e integró el monumento en una ruta de memoria histórica.
Un nuevo ataque a la presencia cristiana en el espacio público
La caída de la cruz vuelve a poner de manifiesto un fenómeno preocupante que se repite en distintas zonas de España: la eliminación violenta de símbolos cristianos en el espacio público. Más allá del debate sobre su origen histórico, la cruz representa un signo religioso fundamental, arraigado en la tradición cultural del país y presente en el paisaje vasco mucho antes de 1936. Su derribo, ejecutado de manera planificada y con ánimo de celebración, revela un clima creciente de hostilidad hacia la fe y su expresión visible.
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