Reproducimos por interés informativo del caso Lute el análisis de los periodistas italianos Giorgio Meletti y Federica Tourn. Ante el llamativo silencio de gran parte de los medios sobre este caso que sí encontró eco para difundir una versión llena de lagunas, se abren análisis más profundos sobre la situación:
En el libro LEON XIV – Ciudadano del mundo, misionero del siglo XXI, biografía más que autorizada escrita por Elise Ann Allen, vaticanista amiga de Robert Prevost, publicada por motivos misteriosos solo en español y aparecida en coincidencia con el septuagésimo cumpleaños del papa el 14 de septiembre, en un cierto momento hay una página literalmente increíble.
Prevost cuenta a Allen su último encuentro con el papa Francisco, y es para frotarse los ojos y releer diez veces para convencerse de que realmente lo haya dicho.
Un encuentro increíble
Veamos primero el contexto. El 24 de marzo Jorge Mario Bergoglio regresó a Santa Marta, después de la larga hospitalización en el Gemelli, para morir en su cama. Ya desde hace meses se habla de cónclave y justamente el día siguiente, el 25 de marzo, la red Snap escribe al Secretario de Estado Pietro Parolin y al prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Víctor Fernández, para denunciar las presuntas fechorías del cardenal Prevost, prefecto del Dicasterio para los Obispos, empeñado en cubrir a pederastas.
De estas acusaciones se discute en el mundo católico y en los medios desde hace meses. Los ataques a Prevost se conectan directamente con la marcha de aproximación al cónclave, para el cual el cardenal estadounidense es considerado en pole position, aunque los candidatos italianos y sus periodistas de referencia fingen no darse cuenta.
Inmediatamente después del ataque firmado por Snap, el papa Francisco convoca a Prevost. He aquí el relato entregado por el protagonista a Elise Ann Allen:
«Recibí una llamada telefónica en la que se me pedía ir en secreto a Santa Marta, y me dijeron: “No lo diga a nadie”. El papa quería verme. Y no me dijeron nada más. Así que no lo dije a nadie en la oficina, ni a la secretaria, a nadie. Simplemente desaparecí y fui. Subí por la escalera de servicio, y nadie me vio.
Luego, después de que me dijo lo que quería, relativo al trabajo, a los obispos y otros temas que tenía en mente, le dije: “Para su información, Santo Padre, pensé que quizá el motivo por el que me había llamado de esta manera era porque quería mi renuncia”. Nos reímos juntos.
Cuando se irritaba con alguien, se lo decía claramente, y dado que me habían dicho que fuera y sabía que todavía no estaba recibiendo a muchas personas, pensé: “Oh, ¿y ahora qué habrá pasado?”. Pero obviamente no me pidió la renuncia».
Con aparente descuido, el papa deja a la infoesfera un testimonio embarazoso para toda la Iglesia. ¿Por qué debía temer que el papa, en su lecho de muerte, lo llamara para despedirlo? Hay dos respuestas posibles, y son ambas embarazosas.
La primera es que el sucesor de Francisco acredita de la manera más oficial la imagen de Bergoglio que lo ha acompañado en los últimos años dentro de la curia: un hombre psíquicamente inestable, vengativo y caprichoso, capaz de torpedear obispos y cardenales sin un motivo claro.
Lo que hizo el 24 de septiembre de 2020 con el cardenal Angelo Becciu, hasta hacía unos meses su colaborador más cercano como sustituto de la Secretaría de Estado y, de hecho, número tres de la jerarquía católica.
La segunda es que Prevost temiera que Francisco le presentara la cuenta del caso Quispe, el mismo que ha levantado el Snap: en Perú, tres hermanas abusadas cuando eran niñas por un sacerdote, a quien acusan de haber sido encubierto por Prevost cuando era obispo de Chiclayo.
Lo temía realmente, nos lo da a entender en las líneas inmediatamente siguientes del libro, dedicadas a lo que se define como una campaña de deslegitimación montada precisamente sobre el caso Quispe. Pero ¿cómo se le ocurrió al papa dar a conocer al mundo un pensamiento tan privado y, justamente, tan embarazoso?
Algo no cuadra.
El septuagenario Robert Francis Prevost, desde el día en que fue elegido papa et sibi imposuit el nombre León XIV, ha querido presentarse como un hombre tranquilo, manso pero firme, un montaliano “un hombre que va seguro, amigo de los demás y de sí mismo, y que no se preocupa de su sombra”.
Y mientras toda la prensa mundial, servil como ordena el espíritu de los tiempos, con tonos líricos asegura cada día su autorretrato, el hombre de Chicago no hace más que sembrar indicios de signo opuesto: como si quisiera desesperadamente informarnos de que vive con miedo, y que su sombra lo angustia.
Lo que lo mantiene despierto por la noche, al parecer, es precisamente esta historia de abusos sexuales cometidos por un sacerdote peruano hace unos veinte años; una historia en cierto sentido menor —dicho con todo respeto por las víctimas— si se la compara con los miles de verdaderos horrores cotidianos con los cuales los curas de los cinco continentes ponen sistemáticamente en peligro la misma existencia de la Iglesia católica. Pero no hay nada que hacer.
Desde hace dos años, es decir, desde mucho antes de convertirse en papa, Prevost está obsesionado por la sospecha de haber encubierto al pederasta Eleuterio Vásquez González, conocido como padre Lute, a pesar del coro (casi) unánime de sacerdotes, obispos, vaticanistas y periodistas amigos que consideran esas acusaciones falsas y manipuladas, urdidas por un ex agustino en conflicto con Prevost desde hace unos 30 años.
Apenas elegido Prevost el 8 de mayo de 2025, el esqueleto salió de los armarios de los sitios católicos más tradicionalistas sin que se viera un móvil político, dado que con el papa de Chicago el péndulo de la Iglesia vuelve hacia la tradición; baste pensar en la misa en latín celebrada en San Pedro por el supertradicionalista cardenal Raymond Burke el sábado 25 de octubre.
En efecto, estos sitios se limitaron a retomar una noticia dada por las organizaciones de víctimas de abusos, en primer lugar el Snap (Survivors Network of those Abused by Priests). En resumen, lo que le quita el sueño a Prevost no son los ataques políticamente orientados sino los hechos: un pasado que no quiere pasar, al menos en su mente.
Y así, la biografía autorizada escrita por su amiga Elise Ann Allen dedica un espacio desmesurado a la dramática historia de las tres hermanas peruanas —Ana María, Aura Teresa y Juana Mercedes Quispe Díaz—, todas ellas abusadas por el padre Lute cuando eran niñas (entre 9 y 13 años) y que solo muchos años después encontraron la fuerza para denunciar los hechos ante su obispo que, en 2020 —cuando empieza el tormento—, era justamente el obispo de Chiclayo, Robert Prevost.
Durante 25 páginas, Allen acompaña una apasionada defensa enteramente exculpatoria de Prevost, que se deja citar extensos fragmentos de su propio punto de vista. Sin embargo, debe dar la palabra también a Ana María, la más decidida de las hermanas Quispe.
Esta confirma las acusaciones de un modo muy incisivo. Afirma, en esencia, que cuando ella y sus hermanas fueron a hablar con Prevost él fue muy amable y comprensivo, pero no denunció al padre Lute ante la fiscalía (como debería haber hecho en obediencia al motu proprio Vos estis lux mundi, promulgado por Francisco el 9 de mayo de 2019), y abrió solo formalmente la llamada “investigación previa”, sin hacer ninguna investigación real y sin tomar declaración escrita del testimonio de las víctimas.
Escribe Allen, al concluir esas 25 páginas minuciosísimas: «Contrariamente a lo que afirman otros testimonios citados en este libro, Ana María sostiene que, si bien la diócesis [es decir, Prevost, ndr] abrió el caso, no realizó una investigación, con el pretexto de que “en la Iglesia no existe un modo para investigar”.
Sin embargo, como ha confirmado el Vaticano, en Roma existe efectivamente un expediente, lo que demostraría que se llevó a cabo una investigación.
Quispe insiste en que en dicho dossier existe solamente “una hoja”, lo cual significaría, según ella, que no hubo una investigación adecuada, y acusa a la diócesis de haber utilizado el archivo de su caso civil para cerrarlo también en Roma».
En resumen, Allen no puede tachar a Quispe de mentirosa y deja al lector con la duda de si Prevost realmente tiene motivos para no dormir por las noches.
Más aún porque la confirmación vaticana de la existencia del expediente con la investigación previa es solo un off the record anónimo: el Secretario de Estado, Pietro Parolin, como veremos, jamás ha dicho ni ha permitido que se dijera una palabra en defensa del entonces prefecto Prevost.
De ahí surge el veredicto de Allen, que se mantiene entre lo incierto y lo ambiguo: «Al final, lo que queda claro es que no se trata de un caso de abuso como tantos otros, sino de uno en el que un esfuerzo genuino por ayudar a las víctimas se topó con muchos intereses particulares, personales e institucionales, con la elección del papa León XIV y, en medio de todo ello, tres mujeres quedaron desorientadas, sintiéndose utilizadas».
Pero aquí la cuestión no es determinar si eligieron papa a un protector de pedófilos, tema que, en realidad, nadie ha planteado en estos términos, también porque, como dirían los vaticanistas togados (para no tomar partido, por si acaso), cada pontífice tiene sus luces y sus sombras.
El tema que salta a la vista es la angustia de Prevost, que el libro de Allen refleja con tanta claridad que nos hace preguntarnos por qué el pontífice decidió meterse en problemas por su cuenta.
El segundo resbalón
En la biografía autorizada escrita por Elise Ann Allen hay un segundo resbalón del papa. La autora, que reivindica su amistad con Robert Prevost, cuenta un encuentro con el cardenal poco antes de que muriera el papa Francisco: «Cuando nos reunimos en su oficina, recuerdo haberle dicho que se hablaba de él como papable si las cosas iban mal para Francisco, y le pregunté si eso le incomodaba. Me respondió con decisión que no, que no estaba en absoluto nervioso, porque “nunca elegirían a un estadounidense”».
Dos meses después del cónclave, entrevistado por Allen para el libro, Prevost deja escapar, sin razón aparente, otro elemento que lo hacía escéptico sobre sus posibilidades de convertirse en papa, además del “nunca elegirán a un estadounidense”. A la pregunta de si había siquiera una parte de él que pensara en la elección, León XIV responde:
«Sinceramente, no. Es decir, intentaba no pensar en ello, porque si no, probablemente no habría podido dormir. Pero la noche antes de entrar en el cónclave, conseguí dormir porque me dije: «Nunca elegirán a un estadounidense como papa». Fue como apoyarme en ese pensamiento, una especie de «Relájate. No dejes que se te suba a la cabeza».
Porque, obviamente, durante la congregación, en las reuniones previas al cónclave, había oído un par de cosas. Había algunos rumores.
Pero también pensé en el caso que me preguntabas antes [el de las denuncias en Chiclayo, sic], que preocupaba a algunos de los otros cardenales, si este tema de los abusos sexuales podía ser un problema, y en otras razones, la experiencia, el poco tiempo como obispo, como cardenal.
Y entonces fue cuando pensé en el viejo y famoso adagio que la gente simplemente decía: «No habrá un papa americano».
Quién sabe por qué Prevost siente la necesidad de comunicar al mundo pensamientos tan íntimos y explosivos. La misma Allen ha contado, pocas páginas antes, que en 2023 Ana María Quispe comenzó a acusar públicamente a Prevost de haber encubierto al pederasta Eleuterio Vásquez Gonzáles, conocido como padre Lute, y que la noticia fue impulsada por una serie de sitios católicos hostiles a Prevost, entre los cuales cita el español infovaticana.com y el italiano Nuova Bussola Quotidiana (lanuovabq.it).
Allen no deja espacio a dudas: esto ocurre «mientras la salud de Francisco comenzaba a declinar y un cónclave parecía inminente».
Casi toda la prensa internacional considera falsas e instrumentales las acusaciones contra Prevost, incluso después de que se relanzaran al día siguiente de su elección como papa. Sin embargo, Prevost confiesa al mundo entero que, una vez iniciado el cónclave, le preocupa que «este tema de los abusos sexuales pueda ser un problema» para su elección como papa.
Lo cual, brutalmente, puede significar dos cosas: o que el propio Prevost consideraba el asunto del padre Lute un esqueleto en su armario, o que el futuro papa temía que dentro del cónclave las acusaciones (supuestamente falsas) de encubrimiento de un pedófilo pudieran ser utilizadas de mala fe por los cardenales hostiles a su elección. A la cara del Espíritu Santo…
Al temor de Prevost —así confesado con tanta candidez— de perder la elección a papa a causa de los abusos sexuales del padre Lute, puede probablemente atribuirse otro de los muchos episodios singulares de esta historia.
Lo contó el diario español El País el pasado 1 de octubre de 2025, en un largo artículo aparentemente destinado a relanzar la tesis ya sostenida por el propio diario inmediatamente después de la elección de León XIV.
El artículo sostiene que Ana María Quispe, en una entrevista, admite que ella y sus hermanas fueron manipuladas por el abogado Ricardo Coronado, sacerdote agustino en pésimas relaciones con Prevost desde hace aproximadamente 30 años, quien las habría utilizado para una campaña difamatoria contra un cardenal papable.
Pero Quispe reaccionó al artículo con una dura desmentida y una amenaza de acción legal, reiterando una obviedad: el uso instrumental que Coronado hizo de sus acusaciones contra Prevost no significa que esas acusaciones sean falsas.
Pero el artículo de El País, que parece orientado a desmontar definitivamente las acusaciones contra Prevost, contiene también una revelación desconcertante: el 23 de abril, a solo 48 horas de la muerte del papa Bergoglio, el obispo de Chiclayo, Edinson Edgardo Farfán, recibe a las hermanas Quispe para encontrar una solución “definitiva” a su triste caso. He aquí el relato de El País:
Quispe cuenta que en enero de este año se reunió con el nuevo obispo de Chiclayo, Edinson Edgardo Farfán, nombrado en 2024. «Y él me dijo: «¿Qué quiere que hagamos?». Y yo le respondí: «¡Tienen allí a un pedófilo! ¿Cómo se lo tengo que decir? Más bien díganme qué piensan hacer con ese pedófilo que tienen allí»».
Según Quispe, Farfán la invitó a denunciar de nuevo el caso a la Iglesia y le aseguró que, esta vez, sería diferente. La reunión tuvo lugar el 23 de abril, pero cuando las víctimas llegaron, se les informó de que el padre Eleuterio había pedido abandonar el sacerdocio.
En consecuencia, se les dijo que ya no había nada que hacer, ya que él ya no formaría parte del clero. «Preguntamos si eso era el final de todo, y nos dijeron que esa era la pena máxima», recuerda Quispe.
Por un lado, entonces, está un Prevost preocupado de que el caso Quispe pueda ser utilizado en su contra para coartarlo en la carrera al papado, pero también temeroso de que el papa Francisco moribundo le pidiera dimitir por ello.
Por otro lado está Farfán, nombrado en 2024 por Prevost en su nuevo cargo de prefecto de los obispos, pero también agustino y discípulo y amigo suyo, quien, tan pronto como Bergoglio fallece y los papables se ponen en marcha, como los caballos del Palio de Siena, «a las cuerdas» para el inicio del cónclave, convoca a las tres Quispe para decirles que el caso está cerrado.
El abusador deja la Iglesia y por tanto ya no puede ser procesado, también porque, en cualquier caso, la sanción más dura —la reducción al estado laical— se la ha impuesto él mismo. Pero la sanción más cruel la impone el obispo Farfán, discípulo y amigo de Prevost, a la pobre Ana María Quispe, cuando le cuenta que el padre Lute ha admitido los hechos, subrayando que no los considera delitos.
Quispe declara a El País: «Ha confesado, pero dice que no lo considera un delito. No creo que para ellos abusar de una niña sea normal, pero solo es un pecado, nada más».
El bumerán del Sodalicio
Prevost y su amiga periodista deben de haber sido presionados por la prisa de publicar la biografía autorizada coincidiendo con el septuagésimo cumpleaños del papa.
La entrevista que constituye su columna vertebral fue grabada el 10 de julio de 2025, apenas dos meses antes de la publicación del libro. Y parece que no hubo tiempo para verificar con la debida atención algunas incongruencias.
Como hemos visto, a partir de ciertas palabras vacilantes de Prevost publicadas en Ciudadano del mundo se desprende una inexplicable e incontrolada preocupación por la historia de las tres hermanas Quispe que hoy acusan justamente al papa de haber encubierto a su agresor cuando era obispo de Chiclayo.
El papa quiere abordar el tema para despejar las nubes que se ciernen sobre su reciente elección, pero parece hacerlo sin la necesaria lucidez y con resultados desastrosos.
En la página 264, Prevost afirma que el 5 de abril de 2022, cuando las tres hermanas Quispe acudieron a él para denunciar la violencia sufrida por el padre Lute, él creyó en su verdad y les garantizó todo tipo de atención, solidaridad y apoyo. Luego, añadiendo ad abundantiam (como dicen en el Vaticano) un argumento más a los muchos ya evocados a favor de su rectitud, lanza el boomerang:
«Por desgracia, la justicia en la Iglesia, así como la justicia en Perú y en muchos otros lugares, requiere mucho tiempo. Estos procesos son muy lentos. Este caso en particular se volvió más complicado, porque no mucho después de que ellas presentaran las acusaciones, fui trasladado de la diócesis [de Chiclayo, ndr]».
Esta frase, como veremos, resulta problemática por varios motivos. Sin embargo, el sentido deseado por Prevost es claro: quiere hacer saber al mundo que, después del 13 de abril de 2023, cuando partió hacia Roma al haber sido nombrado por el papa Francisco prefecto del Dicasterio para los Obispos, ya no pudo ocuparse del caso, y que ello contribuyó a que las cosas no fueran satisfactorias para las tres víctimas de abusos a quienes él había garantizado todo tipo de apoyo.
Pero sobre este punto el relato no es preciso. Después de la fumata blanca del 8 de mayo, los medios de todo el mundo han tratado en cada mínimo detalle el caso Quispe, tanto para acusar a Prevost como para defenderlo de las acusaciones, por lo que se esperaría del papa y de su biógrafa un mismo nivel de atención a los detalles.
Según Allen, después de que las tres hermanas Quispe fueran donde Prevost a denunciar al padre Lute el 5 de abril de 2022, ocurre lo siguiente (pág. 248):
«El sacerdote Vásquez Gonzales negó cualquier abuso, sosteniendo que la situación era un malentendido. Sin embargo, el obispo Prevost abrió una investigación preliminar e impuso restricciones, prohibiéndole el ministerio público y, en consecuencia, el ejercicio como párroco y la escucha de confesiones, aunque podía seguir celebrando misa en forma privada.
En julio de 2022, los resultados de la investigación preliminar fueron enviados al Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano. Dos meses después, en septiembre de 2022, este último contactó a Prevost para pedirle que pudiera profundizar más la investigación y proporcionar mayor información.
Siete meses después, el 3 de abril de 2023, el fiscal civil archivó el caso debido a la prescripción, como se había previsto, y el 12 de abril Prevost fue nombrado prefecto del Dicasterio para los Obispos, y comenzó los preparativos para trasladarse a Roma.
El 8 de octubre del mismo año, después de que monseñor Prevost ya había dejado la diócesis, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe archivó el caso contra Vásquez Gonzales pro nunc, es decir, “por ahora”, debido a la falta de pruebas: las acusaciones eran difíciles de demostrar y no habían sido presentadas otras denuncias, ni antes ni después, por parte de las hermanas Quispe Díaz».
Atención a los detalles. El 10 de septiembre de 2024, la diócesis de Chiclayo emite un largo comunicado para rechazar las acusaciones contra Prevost lanzadas dos días antes por Ana María Quispe a través del popularísimo programa televisivo peruano Cuarto Poder.
Según la diócesis —dirigida por un discípulo y amigo de Prevost— la situación del padre Lute había sido archivada por la magistratura peruana por prescripción «en el primer trimestre de 2023», y el 3 de abril, a diferencia de lo escrito por Allen, fue Prevost, aún obispo de Chiclayo por diez días más, quien envió la sentencia de prescripción al Dicasterio para la Doctrina de la Fe «como documentación adicional».
Un observador malintencionado podría señalar que la prescripción en el ámbito civil para hechos tan lejanos en el tiempo es tan obvia como irrelevante para el proceso eclesiástico, que la excluye explícitamente para los abusos contra menores. Prevost, tan pródigo en consideraciones y detalles sobre el caso Quispe, podría haber explicado a su biógrafa su celo en informar a la curia vaticana de que el padre Lute había salido impune de la justicia peruana.
A la cual, por otra parte, el pedófilo Vásquez Gonzáles había sido denunciado por las víctimas, mientras que Prevost se había abstenido de hacerlo, en contra de lo indicado en el motu proprio Vos Estis Lux Mundi del papa Francisco.
Pero mantengámonos en el punto esencial. Prevost insiste mucho en hacer saber que, si el caso Quispe tuvo una evolución insatisfactoria, ello se debe a su traslado a Roma; es decir, al hecho de que no pudo ocuparse más de la cuestión.
Este argumento sonaría ofensivo para sus sucesores en Chiclayo si no fuera claramente falso. En realidad, Prevost no quiso ocuparse más del asunto: de haber querido, habría podido hacerlo, y la prueba nos la ofrece el mismo papa, en otro momento de descuido, en la pág. 208 de su biografía autorizada.
Primero, sin embargo, es necesario entender el contexto en el cual León XIV comete este autogol. Junto al caso Quispe, en los últimos años se ha desarrollado en Perú la historia del Sodalitium Christianae Vitae, una poderosa sociedad de vida apostólica fundada por el teólogo Luis Fernando Figari y bendecida por Juan Pablo II.
Según la tradición de estas estructuras católicas con líder carismático, también en el Sodalicio la actividad principal parecía haber sido el abuso psicológico, físico y sexual de menores.
Al punto de que fue Francisco, en agosto de 2024, quien expulsó a Figari del Sodalicio para luego disolver el instituto en enero de 2025. En la batalla contra Figari y el Sodalicio, Prevost está en primera línea.
Así, cuando Ana María Quispe acusa al ex obispo de Chiclayo de haber encubierto al padre Lute, el coro en defensa del papa sostiene que su inflexibilidad con el Sodalicio demuestra la infundada acusación de connivencia silenciosa con el padre Lute.
Más aún, dicen los amigos de Prevost, que tras la dura sanción contra Figari son precisamente los amigos de la Asociación los que amplifican las acusaciones de Quispe.
Mientras que Pedro Salinas y Paola Ugaz, dos periodistas peruanos que en 2015, con su exitoso libro de investigación Mitad monjes, mitad soldados, fueron los impulsores de la investigación sobre Figari y el Sodalicio, defienden al papa con uñas y dientes. Y que hoy informan de que, agredidos por el poderoso Sodalicio, durante diez años pudieron contar con la amistad y el apoyo de Robert Prevost.
Y aquí es donde empieza el boomerang. Aunque la inflexibilidad con el Sodalicio en sí misma no desmonta las acusaciones de Ana María Quispe —en la historia de los sacerdotes pederastas, «dos pesos y dos medidas» es la norma—, en la página 208 Allen se centra precisamente en el tema de la implicación de Prevost en el caso del Sodalicio:
«… En relación con una reunión que mantuvo con el entonces cardenal Prevost durante una visita a Roma en octubre de 2024 (…) Salinas contó que el actual papa se había mantenido al tanto del asunto. Así, en un correo electrónico de seguimiento del 16 de octubre de 2024, Prevost insistió, según Salinas, en la necesidad de justicia: «Hay que seguir trabajando para llegar a una conclusión justa de este proceso».
Salinas cuenta que el actual pontífice le escribió agradeciéndole su trabajo y su compromiso: «Gracias. Buen viaje. Espero que pronto podamos poner fin a esta historia. [Ahora] seguimos trabajando para ayudar a la Misión Especial de Scicluna y Bertomeu», escribió Prevost.
Al final, la Misión Especial, a pesar de la fuerte presión y los intentos de desacreditar su labor, concluyó con la supresión de la Sodalidad de Vida Cristiana y de las otras tres comunidades fundadas por Figari».
En resumen, en la página 262, el Papa dice que, al haber abandonado la diócesis de Chiclayo, ya no pudo ocuparse de las tres hermanas Quispe y del sacerdote que había abusado de ellas cuando eran niñas, a pesar de que siempre había creído en sus acusaciones.
En la página 206, el periodista Salinas reconoce que en Roma siguió ocupándose de la investigación sobre el Sodalicio, que formalmente no le incumbía, desde una distancia de diez mil kilómetros: «se había mantenido al día» y se proponía «trabajar para ayudar a la Misión especial de Scicluna y Bertomeu», los dos investigadores de la Doctrina de la Fe enviados por Bergoglio para cerrar las cuentas con el abusador Figari.
Así pues, también para León XIV, al igual que para su predecesor, hay abusadores a los que hay que hacer la vista gorda y abusadores a los que hay que perseguir sin tregua. Lo sorprendente es que sea él mismo quien nos lo comunique, sin tener en cuenta una coincidencia embarazosa: en los mismos días de su correo electrónico a Salinas, Ana María Quispe, en el colmo de la desesperación, escribe al papa Francisco una larga carta, una dura acusación que culmina en esta frase:
«La diócesis de Chiclayo, donde han ejercido como obispos monseñor Robert Prevost Martínez, luego monseñor Guillermo Cornejo Monzón y actualmente monseñor Edison Farfán Córdova, en declaraciones separadas y carentes de veracidad, ha asumido una tenaz defensa a favor del sacerdote acusado de abusos a menores».
Pero Prevost ya estaba lejos.
El papel de Parolin, el archienemigo
Entre las muchas revelaciones sorprendentes que Prevost decidió incluir en su biografía autorizada, la que parece premeditada por naturaleza, y no fruto de una distracción, se refiere a la existencia de un lobby hostil que intentó desacreditarlo antes del cónclave que lo eligió papa; que, evidentemente, está encabezado por el secretario de Estado Pietro Parolin; y que ha utilizado como arma para desacreditarlo precisamente el caso de las tres hermanas Quispe que, en abril de 2022, en la diócesis de Chiclayo, en Perú, denunciaron al entonces obispo Prevost haber sufrido abusos sexuales cuando tenían entre 9 y 13 años por parte del popular sacerdote Eleuterio Vásquez Gonzáles, conocido como padre Lute.
Prevost habría encubierto al sacerdote pederasta, según las acusaciones de Ana María Quispe, y hoy parece tan obsesionado con esta historia que deja caer continuas señales de angustia, como las migajas que Pollicino dejaba caer tras la traición de sus padres.
Y, de hecho, parece que en la vida de la Iglesia los hermanos de Prevost no son menos despiadados que el padre y la madre de Pulgarcito: solo que él no es el astuto niño del cuento de Perrault, sino el papa, el jefe absoluto de los cínicos hermanos.
Recapitulemos. A través de la biografía autorizada de Elise Ann Allen Prevost, sabemos tres cosas: a) que un día el papa Francisco lo llamó y él temió que le pidiera que dimitiera, tal vez por las sospechas que lo acompañaban en el caso Quispe; b) que, una vez iniciado el cónclave, cuando oyó hablar de sí mismo como un papable fuerte, temió que sus hermanos le hicieran pagar la acusación de haber encubierto a un pedófilo; c) que, efectivamente, después de dejar Chiclayo (13 de abril de 2023) para ir a Roma, donde se convirtió en prefecto del Dicasterio para los Obispos, ya no se ocupó más del «padre Lute» (que al final se salió con la suya), pero siguió de cerca y apoyó la investigación vaticana sobre la Sodalidad.
¿Qué tratamiento se le reserva a Parolin en el libro de Allen LEON XIV – Ciudadano del mundo, misionero del siglo XXI?
Parolin solo se menciona cuatro veces. La primera, en la página 224, para decir que en vísperas del cónclave él y el cardenal filipino Luis Antonio Tagle eran más acreditados que Prevost como papables; las otras tres en unas pocas líneas de la página 266, en el relato de las cuatro votaciones del cónclave que vieron rápidamente naufragar las ambiciones del secretario de Estado ante el creciente consenso sobre el nombre de Prevost.
Parolin era y sigue siendo pro nunc, como se dice en la curia, secretario de Estado, es decir, el número dos de la jerarquía católica. Pero la biografía autorizada de Prevost lo borra. Si se leen atentamente los hechos, se entiende el motivo.
El 1 de octubre de 2025, El País publicó el largo artículo del que ya hemos hablado para sostener que las tres hermanas Quispe habrían admitido haber sido utilizadas por el exagustino Ricardo Coronado, contratado por ellas como abogado, para una campaña difamatoria contra Prevost presentada como represalia por su compromiso contra la Sodalidad de Luis Fernando Figari.
El artículo de El País está firmado por Paola Nagovitch e Íñigo Domínguez. Nagovitch grabó una entrevista de dos horas con Ana María Quispe, quien, precisamente utilizando la grabación como prueba, desmintió rotundamente a El País en una carta.
Este punto no es muy sólido para León XIV y, por otra parte, el artículo de El País sale dos semanas después de la biografía de Prevost que, como hemos visto, relanza más o menos torpemente el caso Quispe con su estela de veneno.
Incluso la biógrafa autorizada Allen, el 2 de abril de 2025, mientras Bergoglio aún vive y Prevost, según nos ha hecho saber, teme que el caso Quispe le perjudique en la carrera por el papado, escribe un artículo destinado a demostrar que las acusaciones contra Prevost lanzadas el 25 de marzo por la red de supervivientes Snap están siendo difundidas por Coronado. Este, mientras tanto, fue primero inhabilitado por la abogacía en los tribunales eclesiásticos y luego incluso expulsado del sacerdocio por Bergoglio con la acusación de graves delitos de abuso sexual, con violación del sexto mandamiento y de los apartados 1 y 3 del canon 1395, para ser precisos. Así, las hermanas Quispe se quedaron también sin abogado.
Más recientemente, Coronado ha denunciado que en el proceso (según él manipulado) que lo expulsó de la Iglesia, Prevost desempeñó un papel decisivo. Allen también refiere la posición de Snap, que parece lógica: «Respecto a la reducción al estado laical de Coronado y a la afirmación de que habría un resentimiento personal hacia Prevost, Snap ha declarado: “Lo que importa son los hechos subyacentes al caso, y las motivaciones del canonista son irrelevantes”».
Y aquí, cuando Prevost aún no es papa, Allen nos introduce en los meandros de las luchas de poder vaticanas. Escribe que en 2024, cuando en Perú comienzan a circular las acusaciones contra Prevost, un funcionario vaticano no identificado le dice (confidencialmente) que el asunto fue examinado y se verificó que Prevost no había encubierto al pederasta padre Lute, sino que actuó según las normas. Y que a finales de marzo de 2025, cuando Snap relanza sus acusaciones ante el inminente cónclave, fue la misma secretaría de Prevost en Roma (quizá el mismo Prevost, dada la amistad y el relato de una reunión a solas entre ambos en esos mismos días) la que rechazó las acusaciones.
En el punto más crítico, la «secretaría de Prevost» se muestra torpe: «En cuanto a la afirmación de que Prevost no se puso en contacto con las autoridades civiles, la oficina de Prevost declaró que él habló con el abogado diocesano después de que las mujeres se presentaran, y que se le informó de que el caso no sería objeto de investigación civil «debido a la prescripción». Torpe, pero también muy débil.
Por un lado, se sostiene que las acusaciones son inventadas por un ex agustino que lo odia; por otro, el único argumento que el ex obispo de Chiclayo puede aportar en su defensa es que no hizo la denuncia ante la magistratura (que como obispo tenía al menos la obligación moral de hacer) porque el abogado de la diócesis le dijo que era inútil, que todo estaba prescrito.
Un argumento de picapleitos que se encuentra en las antípodas del «estar del lado de las víctimas» con el que la Iglesia católica se lava la boca cada día para disimular su hermética y generalizada ley del silencio.
Prevost es dejado solo por su rival
Pero una defensa tan torpe puede tener una explicación. Prevost se siente en peligro, ha comprendido que el verdadero ataque proviene del interior del Vaticano. Y desde ese momento, incluso después de su elección como papa, comienza a hacer circular pistas cifradas para señalar a quien quiera entender que era el secretario de Estado Pietro Parolin quien estaba detrás de la campaña destinada a neutralizar a uno de los competidores más peligrosos (el más fuerte, en retrospectiva) en la carrera por la sucesión de Francisco.
Paola Nagovitch e Íñigo Domínguez, los dos periodistas de El País que el 1 de octubre de 2025 firman la polémica (y desmentida) entrevista a Ana María Quispe, están sin lugar a dudas del lado de Prevost. El 12 de junio de 2025, aproximadamente un mes después de la elección de León XIV, escriben en su defensa un largo artículo que, ya desde el título, no se anda con rodeos: «Una campaña que también fue alimentada dentro del Vaticano».
La alusión es clara. Tras recordar que las acusaciones contra Prevost provienen de los amigos de la Congregación y que el abogado expulsado del sacerdocio Coronado es un pecador sin remisión, etcétera, etcétera, llega la novedad: «El futuro papa también fue objeto de una campaña interna en el Vaticano, donde ya se le consideraba uno de los favoritos para el cónclave que debía elegir al sucesor de Francisco».
A continuación, citan a una «fuente eclesiástica latinoamericana cercana al pontífice» anónima que afirma: «El padre Robert ha sufrido mucho durante el último año porque nadie en el Vaticano ha salido en su defensa. Se ha sentido abandonado».
Estas frases parecen haber sido pronunciadas por Prevost. En cualquier caso, se trata de afirmaciones y citas muy explícitas que no han sido desmentidas, matizadas ni precisadas por ninguna de las partes. La prensa internacional más autorizada en la materia habla del nido de víboras que hay en el Vaticano y de cómo toda la curia finge no darse cuenta.
En el artículo de El País, es la misma fuente anónima la que insiste: las acusaciones públicas contra Prevost por haber encubierto al sacerdote pederasta Eleuterio Vásquez Gonzáles, conocido como padre Lute, comienzan en la primavera de 2024, un año antes del cónclave, cuando ya se sabe que Bergoglio está llegando al final de su mandato.
El prefecto de los obispos está legítimamente preocupado por su reputación y sus ambiciones pontificias, ambas en peligro. Nagovitch y Domínguez, explicando que para Prevost los doce meses que precedieron a su elección como papa fueron un auténtico calvario («ordeal»), escriben:
«El cardenal esperaba que la Santa Sede interviniera en su defensa, según informó una fuente eclesiástica latinoamericana cercana al Papa. Sin embargo, en un año marcado por controversias, hasta su nombramiento como nuevo pontífice, las únicas respuestas a las acusaciones contra Prevost provinieron de la diócesis de Chiclayo.
“Prevost sufrió mucho durante ese periodo. Sentía que el Vaticano no lo defendía y no desmentía nada. Veía pasar los meses sin ninguna reacción. Fue un año de silencio. Lo dejaron cocer a fuego lento, tal vez porque ya era un candidato evidente al cónclave”, dijo la fuente».
¿Quién debía responder a las acusaciones? Le tocaba a Parolin, jefe del Gobierno vaticano, del que Prevost era, en cierto sentido, ministro. Y, en cualquier caso, le tocaba a la estructura de comunicación, dirigida por el prefecto Paolo Ruffini, que depende, en cualquier caso, de Parolin.
Ruffini, prefecto como Prevost, luchó como un león, públicamente, en defensa del abusador en serie Marko Rupnik porque era amigo del Papa, pero nunca dijo una palabra sobre Prevost, quien ahora nos hace saber que sufrió mucho porque la Iglesia lo dejó cocerse a fuego lento.
De hecho, El País cerró el artículo del 12 de junio con una pregunta inquietante para Parolin y sus allegados: «Queda por ver qué pasará ahora que León XIV está al mando y sabe que una parte de la Curia está en su contra».
La traición de Parolin
Parolin ni siquiera fingió acudir en ayuda de Prevost. Entre otras cosas, en vísperas del cónclave también se le acusaba de haber colaborado en el encubrimiento de los abusos sexuales.
Cinco días antes del cónclave, Anne Barrett Doyle, líder de bishop-accountability.org, la asociación internacional que documenta y denuncia los abusos sexuales de los sacerdotes católicos, lanzó una dura acusación contra el secretario de Estado, al que en ese momento los periódicos italianos daban como gran favorito en la carrera por el papado.
Precisamente como secretario de Estado, según Bishop-accountability, en los últimos diez años ha representado, para los magistrados de todo el mundo, el baluarte insuperable erigido por el papa Bergoglio en defensa de la vergüenza secreta de la Iglesia, es decir, los sacerdotes pederastas: investigadores de muchos países le pedían documentos sobre miles de casos de sacerdotes pederastas. Él se los negaba.
Sin embargo, entre los delicados documentos que Parolin mantiene bajo llave se encuentra también la «investigación previa» sobre el padre Lute que Prevost, entonces obispo de Chiclayo, envió a Roma en julio de 2022, solo tres meses después de la entrevista con las hermanas Quispe.
¿Es cierto, como sostiene Ana María Quispe, que el supuesto expediente judicial consistía en una sola hoja, es decir, que era una burla? ¿O tienen razón los amigos de Prevost, según los cuales se trata de una investigación con todas las de la ley y conforme a todas las normas? Parolin conoce la verdad y guarda silencio como una esfinge.
Solo el 27 de mayo de 2025, veinte días después de la elección de Prevost y tras cientos de artículos envenenados sobre el caso Quispe —con los hombres de León XIV suplicándole salir a desmentir lo que, según ellos, era ya una campaña difamatoria no contra su rival en el cónclave, sino contra el papa y por tanto contra toda la Iglesia—, Parolin hace una jugada tan absurda que fue unánimemente juzgada como una burla dirigida a Prevost, el rival que le había arrebatado una elección que creía asegurada.
Parolin se hace entrevistar por Vatican News, el sitio oficial de la Iglesia, por el director editorial Andrea Tornielli, el adjunto de Ruffini. Tema de la entrevista: las guerras de Ucrania y Gaza. A un cierto punto, hacia el final, Tornielli formula una pregunta aparentemente incomprensible: «En los últimos tiempos del Papa Francisco y hasta los días previos al cónclave, hubo comentarios acerca del actuar, en el pasado, de varios Jefes de Dicasterio de la Curia respecto a denuncias que recibieron sobre casos de abuso. ¿Han sido analizados?».
La respuesta de Parolin es igual de incomprensible, y por eso magistral: «Respecto a comentarios y rumores sobre el actuar de algunos Jefes de Dicasterio de la Curia Romana en relación con denuncias de casos de abuso cuando eran obispos diocesanos, las verificaciones realizadas por las instancias competentes, a través de un examen de los datos objetivos y documentales, han puesto de manifiesto que los casos fueron tratados ad normam iuris, es decir, según las normas vigentes, y fueron remitidos por los entonces obispos diocesanos al Dicasterio competente para su examen y evaluación de las acusaciones. Las verificaciones realizadas por las autoridades competentes no han encontrado, de forma definitiva, ninguna irregularidad en la actuación de los obispos diocesanos».
Es cierto que con esta hipocresía, con este decir y no decir, con esta forma venenosa de no tranquilizar a los fieles de que el Papa no es un sinvergüenza, sino levantar cortinas de humo con el inútil latín de «ad normam iuris», Parolin y sus predecesores han hecho que la empresa dure dos mil años.
Pero también es cierto que quizá los tiempos han cambiado y esta forma de apuñalarse entre hermanos podría resultar perjudicial para la Iglesia en este momento. Y esto quizá explique por qué Robert Prevost es hoy un hombre angustiado no solo por todo lo que hemos contado, sino también por el temor de no tener un control firme sobre el gobierno de la Iglesia.
Este artículo fue originalmente publicado en italiano, puede verlo aquí
