Santidad, en esta ocasión sólo puedo decir, para ser absolutamente franco, que el cúmulo de disparates es tal, que, al final, lo que más estupefacto, atónito y perplejo me ha dejado no ha sido su visto bueno, que simplemente lamento, sino la anuencia de todos los demás representantes de sus respectivas iglesias, que estarán muy separadas y erradas, pero, de algunas por lo menos, no suponía que hubieran también alcanzado semejante grado de delirio. Dan ganas de preguntar si queda aún alguien sensato.
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He de confesar que, llegados a este punto, me resulta imposible conjurar el complejo de conductor que ve que todos van en sentido contrario; estoy por decir que éste no es mi mundo, que me lo han cambiado por un mundo de locos, así que, por favor, paren el tren, que yo me bajo, y, si el loco soy yo: pues me dejen en mi mundo feliz, que cada uno es feliz a su manera, y ya se dice que sabe más el loco en su casa, que el cuerdo en la ajena, pues, como en la casa de uno, en ningún sitio.
Dejándome de más preámbulos, porque esto es de ver y no creer, paso a poner, en cursiva, los textos que me han parecido más significativos, y, a continuación, mi humilde comentario.
Esta actualización refleja nuestra continua esperanza y nuestro trabajo para profundizar la unidad en la diversidad de nuestras iglesias, atendiendo a la oración de Cristo de que «todos seamos uno» (Juan 17:21).
Cristo no pidió exactamente que fuéramos uno en la diversidad, y menos cuando se trata de una diversidad radical, fundada en la oposición de doctrinas incompatibles.
Al mismo tiempo, reconocemos y lamentamos que persistan las divisiones entre las iglesias y nuestras limitaciones humanas en la fe, el amor y la esperanza.
Esa división es la que se debería remediar, buscando la unidad en la verdad.
Jesucristo, Señor de la única Iglesia, es nuestra mayor esperanza de reconciliación y paz.
Evidentemente la única iglesia de la que Cristo es cabeza y Señor, es la católica, según la fe dogmática de esta iglesia.
Reconocemos que la crisis climática se ha agudizado; la guerra, el desplazamiento, la pobreza, el populismo, el abuso de la religión y muchas otras dificultades interrelacionadas han causado gran sufrimiento y profunda ansiedad.
Aquí se traslucen ya intenciones propias de la ideología globalista, y que de por sí son bastante ajenas al ámbito doctrinal, donde se tendría que centrar todo, y no en temas políticos, económicos ni medioambientales.
La Carta da testimonio de la única Iglesia universal de Cristo, que se manifiesta en diversas iglesias locales. Invitamos a todas las iglesias, consejos eclesiales, organismos e iniciativas ecuménicas a adherirse a la Carta actualizada.
Que la jerarquía católica acepte esa expresión, es una apostasía en toda regla y una claudicación clamorosa de la conciencia que siempre ha tenido la iglesia católica, y que está expresada en multitud de documentos dogmáticos, de ser la única y verdadera iglesia visible de Cristo, esto es: su cuerpo místico, sacramento y canal único de toda la gracia.
Considerar que la iglesia católica, cuando precisamente “católico” significa “universal”, es una parte más: una iglesia local, de la iglesia universal de Cristo, que estaría conformada por todas las comunidades que se han ido separando de la comunión de fe, transmitida desde los apóstoles, y conservada y desarrollada orgánicamente por el magisterio, supone una traición a esta fe, o sea: a la integridad del depósito de la fe, contenido en la doctrina dogmática.
La Carta Ecuménica actualizada define las responsabilidades ecuménicas fundamentales de todas las iglesias de Europa, de las cuales se derivan directrices y compromisos. Reconocemos, sin embargo, que carece de carácter magisterial o dogmático, y que tampoco es jurídicamente vinculante según el derecho canónico. Su autoridad y propósito se derivan del compromiso voluntario de las iglesias y organizaciones ecuménicas europeas.
Sólo faltaría que un documento tan contrario al dogma de la iglesia católica fuera vinculante doctrinalmente para ésta; pero eso no quita gravedad a la asunción formal de tales aberraciones por parte de representantes autorizados de la iglesia católica, lo que efectivamente generaría un compromiso vinculante, al menos moralmente, para esta iglesia.
Sabemos que lo que compartimos, es más profundo y mayor que todo lo que nos separa.
Esa manida afirmación no tiene sentido, porque, según la conciencia católica, basta el rechazo de un solo punto dogmático, para que se pierda, por entero, la fe católica, ya que la doctrina que la conforma, no es una simple agregación de puntos sino un conjunto orgánico de verdades referidas necesariamente al misterio salvador de Cristo.
Nos comprometemos a:
- Discernir y acoger la diversidad que manifiesta el rico propósito de Dios.
Pensar que la diversidad de iglesias es positiva, va contra la unidad necesaria del plan salvífico, que expresa la unidad de Dios, la de la obra redentora y la del único redentor y mediador, quien, como única cabeza, posee también un único cuerpo, y, como único esposo, sólo tiene una esposa: la iglesia católica.
- Seguir buscando la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo en la única fe, en obediencia a la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura, siguiendo la guía del Espíritu Santo.
Ese compromiso, para un católico, sólo puede significar la vuelta de todos los separados al único redil que mantiene la sucesión apostólica íntegra tanto doctrinal como sacramentalmente: la iglesia católica.
El movimiento ecuménico es obra del Espíritu Santo, quien anima a los creyentes y a las iglesias a crecer en el amor mutuo, y a responder al llamamiento a la unidad.
El Espíritu Santo, como alma de la iglesia, impulsa siempre a la unidad; pero hay que distinguir un doble sentido de unidad: el esencial, correspondiente a la unidad en la fe a una única doctrina y en la obediencia a un único pastor: vicario visible del buen pastor, y el accidental o extensivo, referido al mayor o menor abarcamiento numérico del anterior sentido; así el primer sentido se cumple exclusiva e indefectiblemente en la iglesia católica como sociedad visible cuya continuidad orgánica se mantiene a lo largo de la historia, y el segundo consiste sencillamente en la entrada de todos los hombres en el primer sentido, o sea: acatando la unidad de fe y de régimen de la iglesia católica.
En el poder de la gracia de Dios, diversas iniciativas buscan mediante la oración y la liturgia profundizar la comunión espiritual entre las iglesias, orando por la unidad visible de la Iglesia de Cristo.
Resulta que sin unidad visible no se da tampoco la espiritual, y establecer una dicotomía entre ambas es erróneo, pues, en primer lugar, lo espiritual se ha de manifestar visiblemente, y, en segundo lugar, lo espiritual reside precisamente en el acatamiento de la unidad de fe y de régimen de la iglesia católica; de ahí el sentido sacramental de esta iglesia, uniendo el aspecto interior y el exterior, mientras que el mero espiritualismo descarnado es una idea completamente protestante.
Nos comprometemos a:
- Escuchar al Espíritu Santo, y compartir los dones espirituales;
- Leer y estudiar las Escrituras, y discernir juntos la Palabra de Dios.
El católico no debe ignorar, por un lado, que la instancia jerárquica asistida especialmente por el Espíritu Santo, quien así garantiza la infalibilidad de su magisterio extraordinario y la ortodoxia fundamental de su magisterio ordinario, es la papal, y, por otro, que es precisamente ese magisterio el único al que le compete interpretar autoritativamente la sagrada Escritura, y discernir la Tradición eclesial, la cual también es fuente de revelación, dimanada del mismo carácter orgánico de la iglesia.
Reconocemos que la culpa humana, la falta de amor y el abuso de la fe y la Iglesia para intereses políticos y egoístas han dañado gravemente la credibilidad del testimonio cristiano.
Esto es absolutamente verdad; por eso la diversidad de iglesias, radicada, en último término, en la divergencia en la fe, no puede ser, en ningún sentido, positiva, sino que siempre es un grandísimo mal.
Nos comprometemos a:
- Vencer las tentaciones de la autosuficiencia.
Aquí tenemos una nueva concesión intolerable, pues, si la iglesia católica posee la totalidad de la doctrina y de los medios salvíficos, ¿cómo no va a ser autosuficiente como tal?, cuando por eso justamente se la denomina «sociedad perfecta», ¿y en qué va a depender de cualquier otra iglesia, cuya verdad y eficacia salvífica se deben, por completo, a lo que conserva de la iglesia católica?
Creemos que la dignidad y la libertad humanas emanan de nuestra creación a imagen de Dios.
No se puede olvidar, en primer lugar, que esa creación fue ya en estado de gracia, de modo que el pecado original no supuso la vuelta a un estado natural que históricamente nunca existió, ni, en segundo lugar, que esa dignidad humana sobrenatural sólo es completada por la redención de Cristo, cuya aceptación personal depende, como condición necesaria, de la conversión espiritual.
Por lo tanto, nuestro testimonio respeta la libertad religiosa como fundamental para responder al llamado del Evangelio, es decir: nos abstenemos de coaccionar a las personas a convertirse mediante presión moral o incentivos materiales, sin impedir que nadie entre en la fe por su propia voluntad.
Efectivamente la libertad religiosa es un derecho que debe respetarse, por cuanto la fe nunca se ha de imponer; ahora bien, esa libertad religiosa externa, que prohíbe la imposición también externa, no va pareja a la interna, como si la conciencia fuera libre para elegir indistintamente cualquier religión, ya que el primer deber de la conciencia, como suprema norma moral subjetiva, es adecuarse a la objetiva, expresada en la ley: tanto la natural, asequible a la mera razón, como la revelada, expuesta veraz y exclusivamente por la iglesia católica; por eso el primer e ineludible deber de toda conciencia es el de formarse diligentemente, para no incurrir en ignorancia culpable, que no exime de responsabilidad moral.
Confesamos que nuestras iglesias han incurrido en acciones pecaminosas y escandalosas, en lugar de dar testimonio, causando y permitiendo un gran daño.
En cuestión de culpa nadie está totalmente exento; pero tampoco se pueden poner todas las culpas al mismo nivel, pues una cosa es la culpa moral con el posible escándalo consiguiente, y ahí los miembros de la iglesia católica tienen para dar y vender, y otra muy distinta y todavía mucho más grave el pecado contra la fe, que es aquel en el que incurre quien abandona la fe viva que arranca de los apóstoles, y que se conserva íntegra sólo en la iglesia católica.
Nos comprometemos a:
- Acercarnos a las iglesias de nuestro entorno con las que aún no tenemos relación, buscando activa y abiertamente oportunidades de testimonio conjunto y cooperación;
- Participar en el testimonio y la evangelización con otras iglesias, estableciendo acuerdos con ellas, para fomentar la confianza mutua, y evitar la competencia dañina y el riesgo de nuevas divisiones.
¿Cómo un católico puede dar testimonio conjunto de su propia fe con el que no comparte esta misma fe?; ¿no se está cayendo entonces en el indiferentismo de pensar que las diferencias entre las iglesias cristianas son secundarias, y que, por tanto, la doctrina católica carece de importancia en aquello en que diverge de las iglesias separadas, puesto que la separación se produjo precisamente porque estas iglesias asumieron doctrinas heréticas, condenadas expresamente por la iglesia católica?
¿Cómo se puede negar la evidencia de que entre las distintas iglesias existe una real competencia, aunque sólo sea por el simple hecho de que la verdad lógicamente sólo puede ser una, y una sola iglesia puede, por tanto, ser portadora de la totalidad de la verdad, mientras que las demás tanto más habrán caído en el error, cuanto se hayan apartado de aquélla?; en el fondo, se redunda en la aberración de relativizar la doctrina.
Nos comprometemos a:
- Continuar un diálogo consciente e intenso entre nuestras iglesias, y fomentar la acogida e implementación de documentos ecuménicos.
- Promover el diálogo, y debatir conjuntamente cuestiones controvertidas de fe y ética a la luz del Evangelio.
El verdadero sentido del ecumenismo debe ser justamente la profunda reflexión teológica, unida a la oración y también al ineludible debate, porque la verdadera unidad sólo puede estar en la verdad, mientras todo lo que no sea verdadero, sólo puede ser falso.
Las iglesias entienden su compromiso con la construcción de Europa como parte de su misión. La unidad de Europa es fruto de la comunión de las múltiples riquezas que surgen de la diversidad de sus pueblos.
¿Desde cuándo a la iglesia le compete una misión estrictamente política?; sólo faltaría que se olvide de su primordial obligación: la preservación del depósito de la fe, y se dedique a lo que no le incumbe directamente…
La fe cristiana ha contribuido a las culturas y valores europeos, y está intrínsecamente ligada a la historia de Europa.
Estamos convencidos de que la herencia espiritual del cristianismo constituye una fuente de inspiración y enriquecimiento para Europa.
Justamente lo que la iglesia debe promover en Europa, es la vuelta a las raíces cristianas, pero no por un mero interés arqueológico de conservar lo de antaño, sino en cumplimento del mandato, recibido de Cristo, de mantener viva la evangelización.
Asimismo insistimos en el respeto a la vida, en la importancia de las relaciones humanas, incluyendo el matrimonio y la familia.
Si, de verdad, se pretende defender el derecho a la vida y a la familia, lo primero que debería hacerse, es condenar el globalismo, que promueve agresivamente todo lo contrario: la ideología de género y la cultura de la muerte; sin embargo, aceptando su premisa fundamental, que es el relativismo ideológico y moral, sólo se consigue fortalecerlo.
La esperanza de construir un mundo más justo, una Europa más justa, más digna de la persona humana, debe ir acompañada de la conciencia de que los esfuerzos humanos son inútiles, si no cuentan con el apoyo de la gracia divina.
Muy cierto.
Nos comprometemos a:
- Denunciar el extremismo religioso y todo aquello que amenace nuestros lazos.
Se debería aclarar que el extremismo no es lo contrario del relativismo, sino la claudicación de la racionalidad, para dar paso a la imposición de los propios deseos; por eso el mejor antídoto contra el extremismo no es caer en el relativismo ideológico, que precisamente es el mejor aliado del anterior, por dejar paso libre al absolutismo de los deseos y los intereses, sino la fundamentación racional que contrarreste las pulsiones voluntaristas, pues ya se sabe que, cuando falla la fuerza de la razón, vence la sinrazón de la fuerza, toda vez que la razón podrá ser apagada, pero los deseos no pueden ser sofocados sino, en todo caso, encauzados por la razón, para que no terminen dominados por los ciegos sentimientos.
El pueblo judío nunca ha sido reemplazado por la Iglesia cristiana; la Biblia hebrea nunca ha sido reemplazada por el Nuevo Testamento, y la primera Alianza nunca ha sido reemplazada por la nueva.
Esto es una absoluta mentira, rebatida por el mismo san Pablo, que dijo: “Comprended, de una vez, que los que viven de la fe, ésos son los hijos de Abraham” (Gal 3, 7).
Mantener la vigencia salvífica del pueblo judío y de la primera alianza es inutilizar la redención de Cristo, constitutiva de la nueva y definitiva alianza, ¿o recusaremos también al apóstol, cuando dice: “Al hablar de una (alianza) nueva, declara anticuada la primera, de modo que lo que se hace anticuado, y envejece, está próximo a desaparecer” (Hb 8, 13)?
Nos comprometemos a:
- Revisar los textos litúrgicos, catequéticos y homiléticos para erradicar una teología de la sustitución;
Si la iglesia no es el pueblo de la nueva alianza, como dijo el concilio Vaticano II (Lumen gentium 9ss), entonces ya no tiene ningún sentido, porque el Dios único sólo tiene también un único pueblo, que seguiría siendo el anterior.
- Renunciar a la misión institucional de proselitismo entre los judíos, estando siempre dispuesto a dar testimonio personal de Jesús.
¿Habrá que condenar entonces a san Pablo, que, allá donde iba, siempre empezaba la evangelización, tratando de convertir a los judíos?, ¿o más todavía a san Pedro, que se dedicó preferentemente a éstos?; ¿acaso cabe salvación para nadie, si, de alguna manera, no se convierte a Cristo: único redentor?
Las reflexiones sobre las relaciones entre el islam y el cristianismo permiten a los cristianos cultivar sus relaciones dentro de las religiones abrahámicas.
Semejante expresión de “religiones abrahámicas” carece de todo sentido teológico, ya que sólo la fe cristiana entronca con aquel que creyó que en su descendencia serían bendecidas todas las razas de la tierra, mientras que el pueblo judío aún no ha reconocido al verdadero destinatario de las promesas, y el islam sólo mantiene una conexión legendaria, sin reconocer tampoco como a tal al único mesías.
Nos comprometemos a:
- Colaborar con los musulmanes en la causa de la paz contra el extremismo y el uso indebido de la religión.
Ignorar el carácter del islam como religión política con aspiraciones universales y totalitarias es una imperdonable necedad, y más cuando así se produce la total indefensión ante su carácter intrínsecamente violento, que es tan irracional como expansivo; con esto no pretendo denigrar a ningún musulmán, faltando a su dignidad personal, que es idéntica a la de cualquier otra persona, sino que únicamente indico lo que objetivamente aparece como imperativo en la doctrina islámica.
Nos comprometemos a:
- Defender la libertad de pensamiento, conciencia y religión, con el fin de construir juntos una Europa basada en los derechos y el bien común.
Queda muy bien hablar del libre pensamiento; pero es indicativo de no haber pensado mucho estimar que la libertad es propia del pensamiento y no de la voluntad, lo que hace que, en realidad, sea ésta la que termine imponiendo sobre aquél sus propios deseos irracionales.
Creyendo en la presencia vivificadora y redentora del Espíritu Santo en la creación, reconocemos la necesidad de una conversión ecológica, para reparar nuestra relación con toda la creación, recordando también que Cristo es «el primogénito de toda la creación» (Col 1,15).
Obviamente no se puede negar la importancia del respeto por la creación; pero hablar de una conversión ecológica, cuando todos conocemos el profundo sentido de la conversión en el cristianismo, sólo se puede entender como una trivialización nada inocente sino muy acorde con los actuales parámetros de la diabólica agenda globalista, lo que supone una nueva claudicación.
Para expresar nuestra reverencia y gratitud por la acción del Creador, animamos a las Iglesias a celebrar litúrgicamente la creación durante todo el año, especialmente en la fiesta de la creación (1 de septiembre) y durante el tiempo de la creación.
Sólo se celebra lo que tiene un sentido diectamente salvífico, porque la celebración litúrgica es una actualización del misterio salvífico, mientras que la creación de las cosas carece, por sí misma, de ese sentido directo; por tanto, sólo se puede vislumbrar aquí una intención tan aviesa como ladina: divinizar lo natural, para difuminar toda sobrenaturalidad.
Nos comprometemos a seguir trabajando para acoger con respeto y compasión a las víctimas de la migración forzada, ofreciéndoles la posibilidad de construir una nueva vida.
Aquí vemos otro punto de sometimiento a las directrices del globalismo, con la justificación de la inmigración masiva musulmana sobre Europa, para evitar que los estados ejerzan su legítimo derecho al control fronterizo.
Animamos a las iglesias y a los cristianos a no demonizar las nuevas tecnologías, sino a verlas como una oportunidad que invita al pensamiento crítico y a una mayor conciencia de la responsabilidad humana.
Como suele ocurrir con todo instrumento, su bondad o maldad dependerá del uso que se le dé; por eso es irresponsable excluir, de antemano, la posibilidad del uso malévolo, y más cuando ya se empieza entrando en el engaño lingüístico de hablar de “inteligencia artificial”, por cuanto la inteligencia sólo es propia del sujeto personal, mientras que lo demás son simples programas informáticos frente a los que no se puede bajar la guardia crítica.
Nota: Los artículos publicados como Tribuna expresan exclusivamente la opinión de sus autores y no representan necesariamente la línea editorial de Infovaticana, que ofrece este espacio como foro de reflexión y diálogo.
