TRIBUNA: La estrategia pastoral de silenciar a María

Por: José Gastón

TRIBUNA: La estrategia pastoral de silenciar a María

Causa profundo desconcierto y dolor que, en nombre de una supuesta prudencia pastoral, se minimice públicamente la grandeza de la Madre en la obra de la Salvación. ¿Cómo puede el autor de la Nota doctrinal mirar a los ojos al Hijo cuando se evita proclamar el papel singularísimo de Aquella que Él mismo nos dio por Madre al pie de la Cruz? Defender la verdad sobre María no es una cuestión secundaria: es honrar la voluntad del Redentor y custodiar la belleza del designio divino. Todo intento de reducir su misión resuena inevitablemente como una herida hecha al Corazón de Cristo, que la quiso inseparablemente unida a Él para nuestra salvación.

¿No hay aquí una tentación espiritual muy concreta: la acedia? Esa incapacidad de alegrarse por los bienes divinos, descrita por la tradición como tristeza ante lo santo. Cuando se vuelve molesta la grandeza de María aparece entonces una sutil malicia hacia los bienes del cielo, un rechazo velado a aquello que Dios ha querido honrar. Hay quienes, sin negarla abiertamente, parecen incomodarse ante la gloria que Dios ha otorgado a su María, como si su luz eclipsara a Cristo, cuando en verdad lo refleja y lo magnifica. Esa tristeza frente a la obra de Dios en María no proviene del Espíritu, sino de la resistencia humana —o peor aún, del enemigo— ante el esplendor del plan divino.

A lo largo de la historia de la Iglesia —como reconoce explícitamente la Nota doctrinal— la figura de María ha sido comprendida siempre en profunda relación con el misterio de Jesucristo. La piedad, la teología, la Tradición y el Magisterio la han venerado no solo como Madre del Señor, sino también como la asociada íntima y subordinada a su obra redentora. De esta tradición viva nacen títulos como Mediadora de todas las gracias y Corredentora, utilizados por papas, santos y doctores para expresar la participación singular de María en la economía de la salvación.

En tiempos recientes, en nombre de lo que algunos denominan “sensibilidad ecuménica” y “temor a posibles malentendidos”, ciertos sectores progresistas —hoy instalados en los más altos niveles jerárquicos de la Iglesia— han preferido limitar u omitir el uso público de estos títulos. No niegan la doctrina que los fundamenta (como reconoce la misma Nota de la CDF), pero se considera que su formulación podría “oscurecer” la única mediación de Cristo.

Nuestro propósito aquí es mostrar que el problema no reside en la verdad teológica —abundantemente fundamentada en el documento— sino en su interpretación y expresión pastoral, utilizada como caballo de Troya para reducir gradualmente la claridad doctrinal. Es necesario advertir el riesgo de que estas “opciones lingüísticas” terminen debilitando el contenido mismo de la fe.

¿El problema es teológico o hermenéutico?

Las reservas de la Nota hacia el título Corredentora no cuestionan su contenido, sino el modo en que puede ser entendido hoy.

Surge la primera confusión: el prefijo co- significa con, no igual a.
Cooperación subordinada, nunca paralela ni competitiva; no indica igualdad con Cristo, sino cooperación: «Con Cristo y siempre subordinada a Cristo».

Cristo es el único Redentor, causa primera y fuente absoluta de toda gracia. María es instrumento asociado y plenamente dependiente de Él.

Esta enseñanza no es accesoria ni meramente devocional: es doctrina segura, arraigada en la Tradición y sostenida por múltiples pontífices.

Si prestamos atención, el argumento que se esgrime es otro, el “riesgo de confusión”: que algunos creyentes interpreten a María como una “segunda redentora” en paralelo a Cristo. Aun concediendo que pueda darse tal malentendido -cosa que no creo posible-, lo decisivo es señalar que el debate no es dogmático, sino: hermenéutico (interpretación), lingüístico (claridad terminológica) y pastoral (recepción cultural y ecuménica)

Aquí se abre la cuestión decisiva: ¿Puede la “prudencia pastoral” convertirse en una norma que atenúe lo que la Iglesia ha enseñado durante siglos?

Cuando la pastoral se vuelve criterio normativo

Si se deja de emplear un título verdadero “para evitar confusiones”, el efecto real es: el debilitamiento de la catequesis, junto a un empobrecimiento de la fe del pueblo y el opacamiento del lugar único de María en la Redención.

Tal como enseña la Tradición: lex orandi, lex credendi. Lo que se deja de proclamar, se deja de creer.

El problema no es la verdad del título, sino el riesgo de que la pastoral termine normando la teología por omisión, como si la verdad dependiera de las sensibilidades cambiantes de la época. Ya conocemos esta dinámica: primero se afirma que la doctrina permanece intacta, pero luego la aplicación pastoral altera la percepción real de esa doctrina en el pueblo cristiano.

El caso reciente de Fiducia supplicans es paradigmático: se aseguró que el Magisterio sobre el matrimonio y la sexualidad no cambiaba, y sin embargo, bajo el argumento de una “pastoral de benevolencia”, se introdujo la bendición de uniones homosexuales, provocando en la conciencia común la impresión de un cambio doctrinal que oficialmente se niega.

Así funciona esta deriva: lo que se tolera pastoralmente acaba interpretándose como normativo en la fe, incluso si la teología afirma lo contrario. Del mismo modo, si se deja de proclamar a María como Corredentora —aunque se diga que la doctrina permanece— el resultado práctico será que el pueblo de Dios dejará de creer en lo que ya no se expresa.

Una pastoral de este tipo, que silencia la verdad, deja de ser pastoral: se vuelve traición.

Manipulación de los términos

El documento no yerra en su intención teológica, pero sí en su premisa lingüística y en su lógica argumentativa.

La premisa correcta sería: “Si existe riesgo de malentender el prefijo co-, expliquemos con claridad su subordinación a Cristo.”

Pero el razonamiento que sugiere la Nota es: “Como podría malentenderse, no usemos el término.”

Así, se convierte la posibilidad de confusión en argumento suficiente para descartar una expresión legítima usada durante siglos por la Iglesia.

Este criterio es insostenible: si se aplicara coherentemente, debería eliminarse la mayor parte del lenguaje teológico (Transubstanciación, Persona, Naturaleza, Sacrificio, etc.), pues todas requieren explicación. La fe se enseña: no se reduce a lo que no necesita aclaración.

El efecto doctrinal de silenciar un título verdadero

El abuso del lenguaje pastoral termina produciendo un desplazamiento del sensus fidei: lo que se deja de nombrar, deja de existir en la conciencia del pueblo cristiano. Incluso sin condenarlo formalmente, basta con evitarlo durante generaciones para erosionar su verdad en el plano eclesial: la pastoral se convierte en una norma negativa: “Esto no se dice”, aunque siga siendo verdadero. El tiempo se encargará de hacerlo desaparecer.

López Quintás describe este mecanismo de manipulación simbólica en cuatro pasos:

  1. Se etiqueta un nombre tradicional como “confuso”;
  2. Se evita su uso público;
  3. El pueblo concluye que es erróneo;
  4. La verdad queda marginada sin tocarla.

Lo que ya no se nombra, deja de existir para la conciencia.

En defensa de la legitimidad del término Corredentora

La afirmación de que el título Corredentora sería “inoportuno” por requerir explicaciones constantes no puede ser aceptada como criterio suficiente. Toda verdad profunda de la fe exige ser explicada: la Trinidad, la Encarnación, la Transubstanciación, la unicidad de Cristo como Mediador… Cada una de estas expresiones podría “generar confusión” sin la debida catequesis. La solución católica nunca consistió en suprimir términos profundos, sino en purificarlos y explicarlos fielmente.

Lejos de oscurecer la única Redención, el título Corredentora la ilumina con mayor fuerza: la obra de Cristo es tan perfecta que incorpora, sin necesidad pero con amor, la cooperación libre de una criatura.

Todo en María es de Cristo y conduce a Cristo. Su palabra en Caná —“Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5)— es la luz hermenéutica de su misión.

Por tanto, el empleo del título es teológicamente fecundo y expresa con precisión una verdad enseñada por la Iglesia; una verdad que no puede ser opacada ni relegada en nombre de la pastoral, sino que, por el contrario, debe nutrir y sostener toda acción evangelizadora, pues allí donde María es acogida y anunciada, Cristo es más plenamente reconocido y amado.

Conclusión

La Iglesia, o mejor, el Card. Fernández, puede matizar su lenguaje sin modificar la doctrina; pero la historia muestra que, cuando la pastoral condiciona el modo de expresar la fe, termina moldeando también su comprensión. Si, por prudencia mal entendida, se silencia lo verdadero, la verdad pierde su fuerza iluminadora.

Custodiar el título mariano de Corredentora —enseñado correctamente y en plena subordinación a Cristo— no es una exageración ni una concesión devocional, sino un acto de fidelidad al misterio tal como ha sido contemplado y proclamado por la Iglesia. Defender este nombre es defender la integridad del plan salvífico: allí donde resplandece la misión de María, se revela con mayor claridad la gloria del único Salvador.

¡Madre Corredentora y Mediadora de todas las gracias!

¡RUEGA POR NOSOTROS!

Tú cooperaste al misterio de nuestra salvación,
oh Madre del Salvador,
y fuiste para nosotros puente hacia Dios.

 

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