Hoy queda probado que la Iglesia admitió oficialmente lo que durante años denunciaron las víctimas del sacerdote Eleuterio “Lute” Vásquez Gonzáles: que la investigación eclesiástica dirigida bajo la autoridad del entonces obispo de Chiclayo, Robert Prevost —hoy Papa León XIV— fue una instrucción “muy mal hecha, llena de errores y superficialidad”, según reconoció el delegado eclesiástico Giampiero Gambaro, canonista y responsable oficial de la Iglesia en el caso Lute. Sus palabras, pronunciadas el pasado 23 de abril del 2025 ante las víctimas, constituyen la primera confirmación oficial de negligencia en la gestión del polémico expediente, y desmienten definitivamente la narrativa de quienes pretenden presentar aquel proceso como impecable y conforme al derecho canónico.
Durante años, las víctimas clamaron sin ser escuchadas que el caso Lute había sido tramitado sin investigación efectiva, sin testigos, sin revisión lugares, de pruebas ni interrogatorio serio al acusado. Ahora la propia Iglesia reconoce que fue así. Lo que se llamó “investigación previa” no pasó de ser un trámite superficial y deficiente, que dejó impune a un sacerdote pederasta acusado de abusos sexuales gravísimos contra menores. Y lo más grave es que, según admitió el propio instructor, la negligencia no se limitó al ámbito diocesano: alcanzó también a instancias de la Santa Sede, que cometieron errores y mostraron una sorprendente falta de rigor en la tramitación del expediente.
El cierre del caso por parte del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, invocando una supuesta prescripción conforme al derecho civil peruano, constituye uno de los puntos más desconcertantes de todo el proceso. El propio Gambaro reconoció que esa decisión fue “extrañísima”, ya que la Iglesia no aplica las prescripciones civiles a los delitos canónicos, y menos aún en casos de abusos, donde los límites temporales han sido expresamente derogados por el Papa Francisco. Archivar el caso con ese argumento no solo fue jurídicamente erróneo, sino también moralmente inaceptable, porque implicó enviar a las víctimas a una vía judicial claramente prescrita, privándolas de toda posibilidad de justicia. La contradicción es evidente: el mismo ordenamiento canónico que suprime la prescripción para los abusos fue ignorado en un caso que afectaba a quien hoy ocupa la Cátedra de Pedro.
Ante este panorama, la pregunta es inevitable: ¿qué debe hacer la Iglesia cuando un Papa, en su etapa anterior, incurre en un error grave de gestión? La respuesta es clara y evangélica: reparar. La fidelidad al Papa no consiste en negar sus faltas ni en justificar lo injustificable, sino en acompañarlo para corregir los errores cometidos. Nadie exige infalibilidad en la gestión humana de un obispo; la infalibilidad se limita a las definiciones solemnes de fe y moral, no a los actos administrativos o disciplinarios. Por eso, admitir que se actuó con negligencia no es una amenaza al papado, sino un acto de grandeza. El verdadero poder moral no se demuestra con el silencio, sino con la humildad de reparar.
La Iglesia se juega su credibilidad en su capacidad de reconocer el daño causado y reparar a las víctimas. No puede haber confianza sin verdad, ni autoridad sin justicia. Si el Papa León XIV desea que su pontificado sea recordado como un tiempo de purificación, el primer paso debe ser reconocer que en Chiclayo hubo un error muy grave en el caso Lute y ofrecer una reparación concreta a las víctimas. No se trata de juzgar el pasado con severidad, sino de sanar las heridas abiertas que todavía sangran. Negar el error es condenar a las víctimas a una segunda injusticia; repararlo es restituir la dignidad del ministerio y dar testimonio de Cristo en la verdad.
Cuando Infovaticana advirtió desde el primer momento sobre las irregularidades en el caso Lute, muchos reaccionaron con desdén o incluso con hostilidad, acusándonos de atacar al Papa o de sembrar división. Hoy los hechos nos dan la razón. No porque queramos tenerla, sino porque la verdad finalmente se impone. Nuestro propósito nunca fue cuestionar la autoridad del Papa, sino defender la justicia dentro de la Iglesia. Pero también nosotros debemos decirlo con humildad: no somos infalibles. En Infovaticana podemos cometer errores. A veces nos expresamos con excesiva dureza, otras veces hablamos con más pasión que prudencia. Y cuando eso ocurre, debemos ser los primeros en pedir perdón y en reparar el daño que nuestras palabras puedan causar. Defender la verdad no nos exime de la autocrítica, ni de la necesidad de conversión interior, seguro que superior a la que necesitan los demás. No obstante al denunciar este caso concreto se nos ha acusado – desde el Wall Street Journal hasta El País, pasando por la biografía autorizada del Papa- de formar parte de oscuras conspiraciones y de difundir mentiras y bulos. Pues bien, no era así. Lo que explicamos sobre el caso Lute lo reconocían las autoridades competentes de la propia Iglesia desde el principio.
El papolatrismo —esa tendencia a confundir la fe con la adoración de la figura papal, negando la posibilidad de error humano— no es católico. La Iglesia no enseña que el Papa sea impecable, ni que nosotros seamos jueces de su alma. Todos somos pecadores, todos necesitamos misericordia, todos podemos equivocarnos. Por eso no pretendemos juzgar sino que se repare a unas víctimas de abuso sexual que han sido tratadas públicamente de forma impropia. La fidelidad auténtica consiste en caminar juntos en la verdad, reconociendo nuestras faltas y buscando el bien de la Iglesia con corazón sincero.
El Papa León XIV tiene ante sí una oportunidad única para comenzar su primer año de pontificado con un gesto de auténtica renovación: reconocer los errores cometidos bajo su autoridad en Chiclayo y ofrecer reparación a las víctimas del sacerdote pederasta Eleuterio Vásquez. Sería un gesto de humildad y fortaleza que honraría a la Iglesia mucho más que cualquier intento de ocultamiento o campaña mediática absurda. Porque la grandeza del papado no reside en su perfección, sino en su capacidad de servir a la verdad, incluso cuando esa verdad le resulta dolorosa.
