Peor que la negación es el olvido;
más cruel la indiferencia que la muerte;
libra mi pecho de un semiquererte,
que es consentir un pecho adormecido.
No dejes que mi amor, desmorecido,
se olvide de tu amor agradecerte:
necesito de Ti, pues de mi muerte
sólo me salva quien me ha redimido.
¡Y Esa eres Tú, mi Madre y Compañera,
y mi Reina, y mi Dueña, y mi Señora,
mi Estrella vespertina y mañanera!
Recuerda del Calvario aquella hora
en que te hizo Jesús mi Medianera,
y de Su Redención… ¡Corredentora!
Mons. Alberto José González Chaves
