“Ninguna religión posee la verdad”: la reflexión del cardenal López Romero a propósito de Nostra Aetate

“Ninguna religión posee la verdad”: la reflexión del cardenal López Romero a propósito de Nostra Aetate

En el 60º aniversario de la declaración conciliar Nostra Aetate, el cardenal Cristóbal López Romero, arzobispo de Rabat, se pronunció en relación al diálogo interreligioso y la verdad del Evangelio. Desde Marruecos, el purpurado salesiano afirma que los cristianos deben “abandonar el falso esquema de religión verdadera y religión falsa”, porque —según sus palabras— “ninguna religión puede apropiarse de la verdad; es la verdad la que nos posee a todos”.

Una afirmación que, bajo la apariencia de apertura, supone una ruptura con la enseñanza constante del Magisterio católico: Cristo no es “una” verdad entre otras, sino “la Verdad” (Jn 14,6). Y la Iglesia, según el Concilio Vaticano II, sigue siendo “el único medio de salvación” instituido por el mismo Cristo.

De “Nostra Aetate” al nuevo lenguaje del pluralismo

El texto del cardenal López Romero se enmarca en la conmemoración de Nostra Aetate, la declaración promulgada por San Pablo VI el 28 de octubre de 1965, que marcó un punto de inflexión en las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. El documento conciliar, breve y prudente, exhortaba a los católicos a reconocer los “semillas del Verbo” presentes en otras tradiciones, sin renunciar a la misión evangelizadora.

Sin embargo, seis décadas después, lo que nació como una apertura pastoral parece haberse convertido en una reinterpretación teológica que diluye las fronteras entre fe y relativismo. La idea de que “todas las religiones son igualmente válidas” —aunque no se diga abiertamente— se ha infiltrado en ciertos discursos eclesiales bajo el lema de “fraternidad universal”.

El punto más controvertido: negar que haya una religión verdadera

Lo más alarmante del texto del cardenal López Romero es su afirmación de que “debe abandonarse el falso esquema de religión verdadera y religión falsa”. Según el purpurado, “ninguna religión puede proclamarse dueña de la verdad”, pues “la verdad es la que nos posee a todos”.

A primera vista, puede parecer una frase de buena voluntad, pero su contenido contradice la fe católica en su núcleo esencial: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn 17,3).

La Iglesia nunca ha entendido el diálogo interreligioso como renuncia a la verdad revelada, sino como búsqueda común bajo la luz de Cristo, único Salvador. De hecho, la declaración Dominus Iesus (2000), firmada por el cardenal Ratzinger y aprobada por San Juan Pablo II, advertía expresamente contra este error: “No se puede situar todas las religiones en el mismo plano, como si cada una fuera un camino igualmente válido de salvación”.

La “fraternidad universal” como nueva religión del mundo

El discurso del arzobispo de Rabat va más allá de una invitación al diálogo: plantea una visión horizontal de la fe, donde lo esencial ya no es Cristo sino la convivencia humana. La fraternidad universal se presenta como un fin en sí misma, una especie de “ética planetaria”, destinada a garantizar la paz y la supervivencia de la humanidad.

Pero esa visión —aunque parezca noble— corre el riesgo de sustituir el Evangelio por un humanismo sin trascendencia, donde Dios se diluye en un ideal de armonía colectiva. La misión evangelizadora deja de ser anuncio de salvación para convertirse en un esfuerzo sociológico de coexistencia global.

La Iglesia no puede renunciar a Cristo

En su reflexión, el cardenal López Romero invita a “aceptar un Dios que es de todos”, un Padre que “no pertenece a ninguna religión”. Pero el Evangelio no enseña un Dios impersonal o difuso, sino un Dios que se ha revelado concretamente en Jesucristo, que murió y resucitó para salvar al mundo. Ese es el núcleo de la fe que no puede negociarse.

La caridad no consiste en ocultar la verdad para no ofender, sino en anunciarla con amor y claridad. Dialogar con otras religiones no implica negar lo que Cristo ha revelado, sino proclamarlo con respeto y coherencia. Como enseñó el Concilio Vaticano II en Ad Gentes, “la Iglesia es misionera por naturaleza”, porque “el amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14).

Entre la diplomacia y la fidelidad

La voz del cardenal López Romero refleja una tendencia creciente en algunos sectores de la Iglesia: reemplazar la misión por la conversación, y la verdad por la simpatía. Pero la fraternidad sin verdad no es cristiana; es solo una versión espiritual del relativismo moderno.

Si Nostra Aetate buscó tender puentes, hoy se corre el riesgo de construirlos sobre arenas movedizas, donde la fe se diluye en un lenguaje humanitario que ya no confiesa a Cristo. El verdadero diálogo nace de la identidad, no del abandono de la verdad.

Y mientras algunos proponen “dejar atrás la idea de religión verdadera”, millones de cristianos perseguidos en el mundo siguen muriendo precisamente por confesarla.

Sobre el cardenal Cristóbal López Romero

Nacido en Vélez-Rubio (Almería) en 1952, el cardenal López Romero es salesiano, con una larga trayectoria misionera en América Latina y el Magreb.

Fue provincial de los salesianos en Bolivia y Paraguay, y en 2017 fue nombrado por el Papa Francisco arzobispo de Rabat, una diócesis minúscula en número de católicos pero con un papel simbólico relevante por su ubicación en el mundo musulmán.
En 2019 fue creado cardenal, un gesto con el que Francisco quiso subrayar su apuesta por una Iglesia del “diálogo y la periferia”.

Su diócesis cuenta con menos de 30.000 católicos en un país donde el 99% de la población es musulmana, y donde la Iglesia actúa bajo estricta vigilancia del Estado. En ese contexto, López Romero se ha destacado por un discurso centrado en la convivencia interreligiosa y la cooperación humanitaria, siguiendo la línea de la fraternidad humana de Abu Dabi.

Sin embargo, su visión, al insistir en borrar los límites entre verdad y error religioso, reaviva el debate teológico sobre hasta dónde puede llegar el diálogo sin comprometer la fe.

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