El Vaticano guarda silencio ante la muerte de monseñor Jia Zhiguo en China

El Vaticano guarda silencio ante la muerte de monseñor Jia Zhiguo en China

El 29 de octubre de 2025, falleció en China monseñor Giulio Jia Zhiguo, obispo de Zhengding, en la provincia de Hebei. Tenía 90 años. Su vida entera fue un testimonio de fidelidad a Roma y de resistencia frente al régimen comunista chino, que lo encarceló en repetidas ocasiones y lo mantuvo bajo confinamiento casi permanente durante décadas. Sin embargo, su muerte ha pasado prácticamente inadvertida en los medios oficiales del Vaticano. Ninguna nota, ningún recuerdo, ni una sola palabra en su memoria.

El silencio ha sido absoluto, y no pocos observadores —como el analista vaticano Specola— lo interpretan como un gesto de prudencia diplomática hacia Pekín, un silencio que, a la luz de la historia, resulta doloroso.

Cuando la diplomacia calla y el testimonio habla

El Cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, ha insistido repetidamente en que el acuerdo secreto entre la Santa Sede y el gobierno chino se halla en “continuidad” con la línea de San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sin embargo, los hechos parecen contradecir ese discurso.

Cuando en 2009 monseñor Jia fue arrestado una vez más por las autoridades comunistas, el Vaticano —entonces bajo el pontificado de Benedicto XVI— protestó públicamente, afirmando que tal acción “creaba obstáculos para el diálogo constructivo” que la Iglesia trataba de mantener con las autoridades chinas. Hoy, en cambio, ante su muerte, reina un silencio que parece dictado por la conveniencia diplomática, no por la caridad evangélica.

La memoria que no conviene recordar

Hace 25 años, el 1 de octubre del año 2000, San Juan Pablo II canonizó a 120 mártires chinos, hombres y mujeres que dieron su vida por confesar a Cristo. Fue un gesto valiente y profético: el Papa eligió precisamente el día nacional de la República Popular China para recordar al mundo que la verdad del Evangelio no se negocia.

Aquel acto costó tensiones con Pekín, pero honró a los mártires y a la Iglesia perseguida. Hoy, sin embargo, el aniversario de aquella canonización ha pasado en completo silencio, del mismo modo que la muerte de monseñor Jia ha sido ignorada. El contraste es doloroso: una Iglesia que antes se atrevía a proclamar la fe en voz alta, hoy prefiere callar para no incomodar al poder político.

El precio del silencio

La omisión no es solo comunicativa: es moral. Callar ante la muerte de un obispo que sufrió prisión, vigilancia y aislamiento durante medio siglo por fidelidad a Cristo y al Papa es un error que hiere la credibilidad de la Iglesia.

Los mártires no son obstáculos para el diálogo, sino su fundamento. La diplomacia puede ser prudente, pero nunca puede ser a costa del testimonio de los santos y confesores de la fe.

San Juan Pablo II no temió ofender a Pekín; prefirió honrar a los mártires. Benedicto XVI alzó su voz en defensa de los perseguidos. Hoy, en cambio, el silencio de Roma ante la muerte de un obispo fiel recuerda una peligrosa tentación: sacrificar la verdad en nombre de la diplomacia.

La voz que no deben silenciar los pactos

La muerte de monseñor Jia Zhiguo no es solo la de un obispo, sino la de un símbolo de fidelidad inquebrantable. Su vida fue un Evangelio vivido bajo persecución; su muerte, un reproche silencioso a la indiferencia del mundo y de parte de la Iglesia.

Los acuerdos y estrategias con el poder civil pueden tener su valor, pero ningún pacto justifica el olvido de los mártires. La Iglesia que calla ante sus testigos pierde su voz profética. Y la diplomacia que calla ante el sufrimiento de sus hijos termina vaciándose de alma.

El 29 de octubre de 2025, la Iglesia en China perdió a uno de sus pastores más fieles. Roma, en cambio, perdió una oportunidad de recordar al mundo que la fe vale más que cualquier tratado. Y los fieles del Hebei siguen repitiendo las palabras de su obispo: “La libertad del cristiano no depende de las paredes, sino de la fidelidad a Cristo”.

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