San Martín de Porres: la santidad del servicio

San Martín de Porres: la santidad del servicio

Cada 3 de noviembre, la Iglesia celebra la memoria de San Martín de Porres, uno de los santos más queridos de América Latina y ejemplo luminoso de humildad, servicio y amor a Dios. Nacido en Lima en 1579, en una época de fuertes divisiones raciales, fue hijo de un noble español y de una mujer negra liberta de Panamá. A pesar de las dificultades y del desprecio que sufrió por su origen, Martín nunca guardó rencor: respondió con mansedumbre, trabajo y una caridad sin límites.

Humildad que vence la injusticia

En el Perú colonial, el color de la piel marcaba el destino de las personas. Martín vivió en carne propia el rechazo, pero no permitió que el resentimiento lo dominara. Su vida fue una respuesta silenciosa al racismo y la desigualdad: no protestó con palabras, sino con obras de misericordia. Mientras otros se quejaban de las injusticias, él curaba, alimentaba, consolaba y rezaba.

Los pobres lo buscaban porque sabían que jamás los rechazaba. Los ricos acudían a él porque veían en su mirada una paz sobrenatural. Martín no distinguía entre blancos, negros, indios o mestizos; todos eran, para él, hijos de un mismo Padre. Por eso, su caridad no fue solo un acto de compasión, sino una afirmación profunda de la verdad cristiana: la dignidad humana nace del amor de Dios.

El santo de la escoba

Los frailes solían bromear con que Martín siempre tenía una escoba en la mano. Y con razón: pasaba largas horas limpiando, barriendo, ordenando. Pero aquella escoba, que muchos veían como símbolo de servidumbre, se transformó en emblema de santidad. Martín enseñó que la grandeza no está en ser servido, sino en servir.

Su servicio no se limitaba al convento. En las calles de Lima era conocido por su generosidad: recogía mendigos, cuidaba a enfermos, alimentaba a animales abandonados. Cuando alguien le preguntaba cómo encontraba tiempo para todo, respondía con sencillez: “El Señor me da el tiempo, y Él multiplica lo que es poco.”

Una caridad que cura el alma

Martín no solo curaba los cuerpos, sino también las almas. Su trato amable, su sonrisa serena y su espíritu de oración transformaban a quienes se le acercaban. Se decía que podía estar en dos lugares a la vez o que los animales le obedecían, pero su mayor milagro fue la caridad inagotable, capaz de vencer toda forma de división.

Su vida fue una encarnación viva del mandamiento de Cristo: “En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros.” (Jn 13, 35)

Herencia de un corazón universal

San Martín de Porres murió el 3 de noviembre de 1639, a los 60 años, con fama de santidad. En 1962, San Juan XXIII lo canonizó, llamándolo “el humilde hijo de la raza americana que supo abrir su corazón a todos”. Hoy es patrono de la justicia social, de la fraternidad y de la paz.

En un mundo que vuelve a dividirse por raza, ideología o clase, San Martín nos recuerda que la verdadera igualdad nace del amor cristiano. Su vida es una invitación a servir sin esperar reconocimiento, a mirar al prójimo con misericordia, y a transformar la sociedad desde la caridad.

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