¡Uf Josete, menos mal que no lo hizo en latín!

¡Uf Josete, menos mal que no lo hizo en latín!

Uf, menos mal. Porque si lo hubiera hecho en latín, entonces sí habría venido el castigo fulminante. Pero al parecer, mientras no se invoque el Dominus vobiscum, todo vale.

Vivimos tiempos fascinantes: se puede bendecir prácticamente cualquier cosa —parejas irregulares, animales de compañía o incluso automóviles recién comprados—, siempre y cuando se haga con sonrisa pastoral y micrófono inalámbrico. Lo que no se puede es celebrar misa ad orientem, ni usar casulla romana, ni pronunciar más de tres frases seguidas en la lengua que durante siglos fue sagrada.

Porque eso sí escandaliza.

El nuevo criterio parece ser sencillo: los pecados graves se gestionan con “acompañamiento”, pero el latín con sanción inmediata. Y así nos va. A la misericordia infinita con los que reinterpretan la moral le acompaña la tolerancia cero con los que aman la liturgia.

Menos mal, insisto, que no lo hizo en latín. Si llega a decir Benedicat vos omnipotens Deus, entonces sí, habría caído todo el peso de la Curia. Pero mientras se mantenga en el registro inclusivo y en el tono espontáneo, puede bendecir lo que quiera.

Es el milagro de la Iglesia sinodal: todo es flexible, salvo el latín.

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