Roma volvió a convertirse en escenario de luces, pantallas y música juvenil con el Vitae Fest 2025, un evento promovido por la Vitae Global Foundation y avalado por el Vaticano como parte del Jubileo 2025. El encuentro, celebrado el 25 de octubre en el Parco Schuster, reunió a miles de jóvenes bajo el lema “Don’t burn bridges, become one” (“No quemes puentes, conviértete en uno”). En la práctica, un festival con estética de concierto y retórica espiritual, presentado como la gran apuesta eclesial para acercarse a la llamada Generación Z.
Entre los artistas invitados destacaron Benji & Fede, Aka 7even, Settembre, Mimi, Lowrah, W1nk0 y el sacerdote brasileño DJ Padre Guilherme, quien animó el escenario mezclando música electrónica con mensajes sobre la paz y la unidad. Durante el evento se propuso formar una “cadena de corazones” —catena di cuori— como símbolo de unión entre personas y culturas. El ambiente fue de entusiasmo y celebración, más cercano a un concierto veraniego que a una jornada de reflexión espiritual.

El evangelio bajo los focos
El director del festival lo resumió con sinceridad: “Es un festival para los jóvenes, para la Generación Z, los menores de 30 años. Es el único festival enfocado en los no creyentes… En este mundo polarizado queremos proponer un mensaje de reconciliación”.
Según explicó, el proyecto nació en 2012 con un grupo de creyentes que buscaban “poner el mensaje de Jesús en un lenguaje que los no creyentes pudieran entender”. Antes de llegar a Roma, el Vitae Fest ya había pasado por México en mayo, y sus organizadores pretenden llevarlo por distintos países.
La intención puede parecer noble, pero el método suscita serias preguntas. ¿Acaso el Evangelio necesita reinventarse para ser comprendido? ¿No basta con predicar a Cristo, con claridad y sin adornos?
El problema no es hablar de Jesús en un escenario: el problema es convertirlo en parte del espectáculo. La fe católica siempre ha evangelizado a través de la belleza, pero no de la banalidad. No necesita humo, luces de neón ni coreografías para conmover el corazón del hombre. Cristo no llamó a los suyos con guitarras eléctricas, sino con la fuerza de la verdad que libera.
La pastoral del espectáculo
Desde el macroevento “Grace for the World” en septiembre, parece que al Vaticano le ha quedado gustando la fórmula: un gran escenario, artistas de renombre, mensajes genéricos sobre la paz, la inclusión y la fraternidad. Todo cuidadosamente empaquetado con estética de festival internacional.
Pero detrás de ese despliegue se esconde una inquietante confusión: se confunde evangelización con marketing religioso. Se sustituye el anuncio del pecado y de la redención por eslóganes emocionales. Se cambia la catequesis por el show.

Esta es la nueva pastoral del espectáculo, que busca ser moderna a toda costa y que mide su éxito en términos de audiencia y redes sociales. Pero una Iglesia que intenta competir con el mundo en su propio terreno —la imagen, la emoción y la novedad— está destinada a perder. Porque su fuerza no está en el impacto visual, sino en el poder silencioso de la Verdad.
No hace falta reinventar la rueda
La Iglesia no necesita “nuevos lenguajes” para evangelizar. Lo que necesita es volver a confiar en el único lenguaje que convierte: Jesucristo mismo, Palabra viva y eterna.
Cada intento de “actualizar” el mensaje del Evangelio para hacerlo más atractivo termina debilitando su contenido. Se busca adaptarlo a los gustos del público, cuando en realidad el alma humana no necesita entretenimiento: necesita salvación.
En vez de intentar reinventar la rueda, el Vaticano haría bien en recordar que la Verdad no pasa de moda. La Verdad —Cristo— no necesita escenografía. Basta un corazón dispuesto, un confesionario, una misa reverente, una homilía clara y fiel. Eso transforma vidas. Lo otro solo entretiene por un rato.
El riesgo de vaciar el mensaje
El Vitae Fest 2025 fue, sin duda, una demostración de buena voluntad. Pero también un síntoma preocupante de la deriva cultural que afecta a la Iglesia contemporánea: la tentación de parecer relevante a costa de perder profundidad.
En nombre de la “reconciliación” se evita hablar del arrepentimiento; en nombre de la “inclusión” se calla el llamado a la conversión; en nombre de la “espiritualidad juvenil” se sustituye la Cruz por la coreografía.
Y así, poco a poco, se diluye lo que hace única a la fe católica: su capacidad de tocar el alma, no con fuegos artificiales, sino con la gracia.
