Por su interés para muchos fieles en todo el mundo, transcribimos en español el sermón pronunciado por el Cardenal Burke en la Solemne Misa Pontifical celebrada el sábado 25 de octubre en la basílica de San Pedro.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Es para mí motivo de gozo profundísimo ofrecer la Misa Pontifical en el Altar de la Cátedra de San Pedro como culminación de la Peregrinación Summorum Pontificum de 2025. En nombre de todos los presentes, expreso un agradecimiento de corazón a quienes han trabajado con tanta diligencia y acierto para hacer posible la Peregrinación. Ofrezco la Santa Misa por los fieles de la Iglesia en todo el mundo, que se esfuerzan por salvaguardar y promover la belleza del Usus Antiquior del Rito Romano. Que la ofrenda de la Misa Pontifical de hoy nos anime y fortalezca a todos en el amor a nuestro Señor Eucarístico, quien, por la Tradición Apostólica y con un amor infalible e inconmensurable hacia nosotros, renueva sacramentalmente su Sacrificio del Calvario y nos alimenta con el fruto incomparable de su Sacrificio: el Alimento Celestial de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Ofreciendo en sábado la Santa Misa de la Santísima Virgen María, contemplamos el Corazón Doloroso e Inmaculado de Nuestra Señora, asunta en gloria y que no cesa de latir de amor por nosotros, los hijos que su Divino Hijo confió a su cuidado maternal mientras agonizaba en la Cruz. Cuando Nuestro Señor pronunció las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo… He ahí a tu madre» a su Madre y a San Juan Apóstol y Evangelista, al pie de la cruz, expresó una realidad esencial de la salvación que estaba alcanzando para nosotros: la plena cooperación de su Madre, la Santísima Virgen María, en su obra salvífica.
Dios Padre, en su plan todo amoroso para nuestra salvación eterna, concedió que la Santísima Virgen María, desde el mismo instante de su concepción, participara de la gracia de la salvación que su Divino Hijo consumaría en el Calvario. Por su Inmaculada Concepción, María fue totalmente de Cristo y, en Cristo, totalmente para nosotros desde el primer momento de su ser. La mediación de nuestra salvación por el Corazón Doloroso e Inmaculado de María queda ejemplificada en las últimas palabras de la Virgen Madre del Salvador que registran los Evangelios. Las dijo a los sirvientes del vino en las bodas de Caná, que acudieron a ella angustiados por la falta de vino suficiente para los invitados de los recién casados. Ella abordó su gran apuro conduciéndolos a su Divino Hijo, también invitado a las bodas, con la instrucción maternal: «Haced lo que Él os diga».
Estas sencillas palabras expresan el misterio de la Maternidad Divina por el cual la Virgen María se convirtió en Madre de Dios, trayendo al mundo a Dios Hijo encarnado para nuestra salvación. Por ese mismo misterio, ella sigue siendo el cauce de todas las gracias que, de modo incesante e inconmensurable, manan del Corazón traspasado y glorioso de su Divino Hijo hacia los corazones de sus hermanos y hermanas —adoptados por el Bautismo— mientras peregrinan por la tierra hacia su morada definitiva con Él en el Cielo. Somos hijos e hijas de María en su Hijo, Dios Hijo encarnado. Con cuidado maternal, ella atrae nuestros corazones a su glorioso Corazón Inmaculado y los lleva hacia Él, hacia su Sagrado Corazón, y nos instruye: «Haced lo que Él os diga».
En la Santísima Virgen María vemos «la manifestación creada más perfecta» de la eterna Sabiduría de Dios, Dios Hijo, el Verbo que actúa desde el principio de la creación y ordena todas las cosas y, por encima de todo, el corazón humano según la perfección de Dios, «tanto porque es la “esclava” particularmente fiel del Señor como porque en ella, como Madre de Cristo, el plan divino ha encontrado su cumplimiento».Ella es, con las palabras inspiradas del Eclesiástico, «la madre del amor hermoso, y del temor, y del conocimiento, y de la santa esperanza». Nos llena de esperanza que Nuestro Señor, la Sabiduría divina encarnada, escuchando las oraciones de la Madre de la Divina Gracia, que está siempre en su presencia, tenga también misericordia de nuestra generación, restaurando el orden amoroso escrito por Dios en la creación, escrito por Dios, sobre todo, en cada corazón humano. Esforzándonos a cada momento por reposar nuestros corazones en el Corazón traspasado y glorioso de Jesús, anunciamos al mundo la verdad de que la salvación ha venido al mundo. Unidos de corazón al glorioso Corazón Inmaculado de María, atraemos a otros hacia Cristo, plenitud de la misericordia y del amor de Dios en medio de nosotros, en su santa Iglesia.
Celebramos este año tanto el centenario de la aparición del Niño Jesús, junto con Nuestra Señora de Fátima, a la Venerable Sierva de Dios Sor Lucía dos Santos, el 10 de diciembre de 1925, como el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quas Primas del Papa Pío XI, estableciendo la Fiesta de Cristo Rey del Cielo y de la Tierra en la Iglesia universal, el 11 de diciembre de 1925. Damos así testimonio de la verdad de que Nuestro Señor Jesucristo es el Rey de todos los corazones por medio del Misterio de la Cruz, y de que su Madre Virgen es la mediadora por la cual Él conduce nuestros corazones a habitar cada vez más plenamente en su Sacratísimo Corazón.
En la aparición a la Venerable Sierva de Dios Sor Lucía dos Santos, Nuestro Señor nos mostró el Corazón Doloroso e Inmaculado de Nuestra Señora, cubierto de muchas espinas por nuestra indiferencia e ingratitud, y por nuestros pecados. De modo particular, Nuestra Señora de Fátima desea protegernos del mal del comunismo ateo, que aparta los corazones del Corazón de Jesús —la única fuente de salvación—, y que conduce los corazones a la rebelión contra Dios y contra el orden que Él ha puesto en su creación y ha escrito en el corazón de todo hombre. Mediante sus apariciones y el mensaje que confió a los pastorcitos santos Francisco y Jacinta Marto y a la Venerable Lucía dos Santos —mensaje para toda la Iglesia—, Nuestra Señora abordó también la influencia de la cultura atea dentro de la propia Iglesia, llevando a muchos a la apostasía, al abandono de las verdades de la fe católica.
Al mismo tiempo, Nuestra Señora nos instruyó a hacer reparación amorosa por nuestras ofensas al Sagrado Corazón de Jesús y a su Inmaculado Corazón mediante la Devoción de los Primeros Sábados; es decir, el Primer Sábado de cada mes: confesar sacramentalmente nuestros pecados, recibir dignamente la Sagrada Comunión, rezar cinco decenas del Santo Rosario y acompañar a Nuestra Señora meditando los misterios del Santo Rosario. Del mensaje de Nuestra Señora se desprende claramente que sólo la Fe —que sitúa al hombre en la relación de unidad de corazón con el Sagrado Corazón de Jesús por la mediación de su Inmaculado Corazón— puede salvar al hombre de los castigos espirituales que la rebelión contra Dios trae necesariamente sobre sus autores y sobre toda la sociedad y la Iglesia. La Devoción de los Primeros Sábados es nuestra respuesta de obediencia a nuestra Madre del cielo, que no dejará de interceder por todas las gracias que tanto necesitamos nosotros y nuestro mundo. La Devoción no es un acto aislado, sino que expresa un modo de vida: la conversión diaria del corazón al Sacratísimo Corazón de Jesús, bajo la guía y el cuidado maternos del Corazón Doloroso e Inmaculado de María, para gloria de Dios y salvación de las almas.
Cuando reflexionamos sobre la rebelión contra el buen orden y la paz con que Dios dota a cada corazón humano —rebelión que conduce al mundo, e incluso a la Iglesia, a una confusión y división cada vez mayores, a la destrucción de los demás y de uno mismo— comprendemos, como comprendió el Papa Pío XI, la importancia de nuestro culto a Cristo bajo el título de Rey del Cielo y de la Tierra. Tal culto no es una ideología. No es el culto a una idea o a un ideal. Es comunión con Cristo Rey, especialmente por la Santísima Eucaristía, por la cual se entiende, se abraza y se vive nuestra propia misión real en Él. Es la realidad en la que estamos llamados a vivir: la realidad de la obediencia a la Ley de Dios, escrita en nuestros corazones y en la misma naturaleza de todas las cosas. Es la realidad de nuestros corazones, unidos al Inmaculado Corazón de María, reposando cada vez más plenamente en el Sacratísimo Corazón de Jesús.
La Misa Pontifical se ofrece hoy según la Forma más antigua del Rito Romano, el Usus Antiquior. La Iglesia celebra el 18.º aniversario de la promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum, por el que el Papa Benedicto XVI hizo posible la celebración regular del Rito de la Misa según esta forma, usada desde la época del Papa San Gregorio Magno. Privilegiados de participar hoy en el Santo Sacrificio de la Misa, no podemos dejar de pensar en los fieles que, a lo largo de los siglos cristianos, se han encontrado con Nuestro Señor y han profundizado su vida en Él mediante esta venerable forma del Rito Romano. Muchos se inspiraron para practicar la santidad heroica, hasta el martirio. Quienes somos lo bastante mayores como para haber crecido dando culto a Dios según el Usus Antiquior no podemos dejar de considerar cómo nos inspiró a mantener fija la mirada en Jesús,[6] especialmente al responder a nuestra vocación en la vida. Por último, no podemos dejar de dar gracias a Dios por el modo en que esta venerable forma del Rito Romano ha conducido a la fe y ha profundizado en la vida de fe a tantos que han descubierto por primera vez su incomparable belleza gracias a la disciplina establecida en Summorum Pontificum. Damos gracias a Dios porque, a través de Summorum Pontificum, toda la Iglesia avanza hacia una comprensión y un amor cada vez mayores del gran don de la Sagrada Liturgia tal como se nos ha transmitido, en línea ininterrumpida, por la Sagrada Tradición, por los Apóstoles y sus sucesores. A través de la Sagrada Liturgia —nuestra adoración de Dios «en espíritu y en verdad», Nuestro Señor está con nosotros del modo más perfecto posible en esta tierra. Es la expresión más excelente de nuestra vida en Él. Contemplando ahora la gran belleza del Rito de la Misa, quedemos inspirados y fortalecidos para reflejar esa belleza en la bondad de nuestra vida diaria bajo el cuidado maternal de Nuestra Señora.
Levantemos ahora nuestros corazones, unidos al Inmaculado Corazón de María, hacia el Corazón traspasado y glorioso de Jesús, abierto para nosotros en el Sacrificio Eucarístico por el cual Él hace sacramentalmente presente su Sacrificio del Calvario. Elevemos nuestros corazones, colmados de tantas alegrías y dolores, a la fuente infalible de la Divina Misericordia y del Amor, confiando en que en el Corazón Eucarístico de Jesús seremos confirmados en la paz y fortalecidos para llevar la cruz de nuestros dolores con la confianza de la Virgen María. Así, bajo la mirada maternal constante y misericordiosa de la Santísima Virgen María, avancemos fiel y de todo corazón por el camino de nuestra peregrinación terrena hacia nuestra morada definitiva en el Cielo.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
