En tiempos de confusión doctrinal y crisis eclesial, resurgen con fuerza las palabras de quienes, mucho antes de nosotros, parecieron advertir lo que ahora contemplamos con nuestros propios ojos. Una de esas almas privilegiadas fue Marie-Julie Jahenny, mística bretona nacida en 1850 y fallecida en 1941, considerada por muchos como la gran profetisa de Francia.
Educada en la fe viva del pueblo bretón, ingresó muy joven en la Tercera Orden franciscana y ofreció su vida en reparación por los pecados del mundo. A los veintitrés años recibió los estigmas de Cristo, que conservaría hasta su muerte, junto con otras señales del sufrimiento redentor: las llagas de la corona de espinas, las marcas en los hombros y las heridas de los azotes. Durante décadas, según múltiples testimonios médicos, sobrevivió únicamente con la Sagrada Eucaristía.
Marie-Julie fue también una voz profética. Anunció con exactitud las dos guerras mundiales, la elección de san Pío X, la persecución de la Iglesia y los castigos que sufriría Francia por su apostasía. Pero su mirada no se detuvo en su siglo: se adentró, con estremecedora precisión, en lo que parecen ser nuestros días.
La advertencia: una Iglesia oscurecida
Entre sus visiones más célebres está el diálogo entre Cristo y Lucifer, en el que el enemigo declara su propósito: atacar la Iglesia, derribar la cruz y propiciar la negación de la religión católica. San Miguel Arcángel le reveló que “Satanás tomará posesión de todas las cosas terrestres por algún tiempo” y que “toda benevolencia, fe y religión verdadera serán sepultadas como en una tumba”.
La mística francesa describe una oscuridad espiritual y doctrinal que cubriría el mundo, dejando casi borrada la fe y confundidos incluso a los fieles. Pero añade también la promesa de la victoria final: después del aparente triunfo del mal, Cristo congregará a sus ovejas dispersas y hará resurgir a la Iglesia humillada.
La profecía del “nuevo ritual”
El 27 de noviembre de 1902 y el 10 de mayo de 1904, Marie-Julie afirmó haber recibido del Cielo una revelación sobre una “nueva misa”. Según sus palabras, los enemigos de la fe “trabajan en estructurar, bajo la influencia del enemigo de las almas, una nueva misa que contenga conceptos odiosos a mis designios”.
Se le mostró un tiempo en que muchos sacerdotes celebrarían “sin Mí”, mientras otros, fieles, resistirían. Profetizó incluso que un Papa intentaría rectificar en el último momento, pero no sería obedecido: obispos y clero exigirían mayor “libertad” hasta llegar a la rebelión abierta. Entonces, escribió, “una horrorosa religión reemplazará a la religión católica”.
Sus palabras sobre la liturgia resultan especialmente llamativas: habló de “nuevos dispensadores de nuevos sacramentos”, “nuevo bautismo” y “nuevas órdenes religiosas” creadas por Satanás. Lo que parecía imposible a inicios del siglo XX hoy se percibe como una advertencia sobre la autodemolición litúrgica y doctrinal que sufre la Iglesia.
El martirio del Papa
“Veo unos pájaros blancos llevando en sus picos jirones de su carne chorreando sangre… Veo las manos de Pedro traspasadas por los clavos como las de Dios… Veo sus vestiduras hechas garras…”
Así describió, en un éxtasis del 4 de noviembre de 1880, el sufrimiento del Papa como reflejo del martirio de la Iglesia misma: desgarrada desde dentro y abandonada por muchos de sus hijos.
Los tres días de oscuridad
Junto a Ana María Taigi y el padre Pío de Pietrelcina, Marie-Julie habló de los célebres tres días de oscuridad: una catástrofe física y espiritual durante la cual “los demonios serán soltados y ejecutarán a todos los enemigos de Cristo”.
Según su visión, la oscuridad cubrirá el mundo jueves, viernes y sábado —días del Santísimo Sacramento, de la Santa Cruz y de la Virgen María—, y solo las velas de cera benditas darán luz. Nadie deberá mirar al exterior ni abrir ventanas. “El cielo se incendiará, la tierra temblará y los mares se levantarán”, escribió. Tres cuartas partes de la humanidad perecerán, y solo quienes hayan permanecido fieles proclamarán después la gloria de la Cruz.
Un mensaje para hoy
A más de un siglo de sus revelaciones, las palabras de Marie-Julie Jahenny parecen resonar con nueva fuerza. La confusión doctrinal, la profanación litúrgica, la tibieza del clero y la burla de los sacramentos parecen haber alcanzado su punto culminante.
Y, sin embargo, sus profecías no son anuncio de desesperación, sino de purificación: tras la noche vendrá la aurora, y la Iglesia, oculta y humillada, resurgirá purificada para que Cristo reine de nuevo. Quizá sea hora de volver los ojos a los profetas que nos advirtieron no para asustarnos, sino para llamarnos a la conversión y a la fidelidad.
