La IA cruza el umbral de lo distinguible por el ojo humano
por INFOVATICANA |
En apenas unas semanas, el mundo ha cruzado un umbral que muchos temían y pocos estaban realmente preparados para afrontar. Con la última versión de Sora, el generador de video mediante inteligencia artificial de OpenAI, el ojo humano ha dejado de ser capaz de distinguir la realidad de la simulación. Ya no hablamos de animaciones imperfectas ni de trucos visuales: las imágenes generadas por IA son, literalmente, indistinguibles de las grabadas por una cámara real.Las consecuencias son inmediatas y profundas. En los últimos días, grandes medios de comunicación han difundido —sin saberlo— falsedades creadas por inteligencia artificial: imágenes falsas del robo en el Louvre, manifestaciones inexistentes, declaraciones falsas de políticos y celebridades, e incluso escenas de desastres que nunca ocurrieron. Todo tan verosímil, tan perfectamente iluminado y natural, que millones de personas lo comparten convencidas de su autenticidad.El fenómeno ha alcanzado también al mundo religioso. En las redes circulan videos del Papa pronunciando discursos que jamás existieron: palabras dulces, ingenuas, cargadas de sentimentalismo, que imitan con precisión su voz, sus gestos y su tono pastoral. Algunos alcanzan millones de interacciones antes de que alguien logre desmentirlos. El cardenal Raymond Burke, víctima de deepfakes que le atribuían críticas desmedidas al Santo Padre, tuvo que salir a aclarar públicamente que jamás había pronunciado esas palabras.Incluso escenas conmovedoras, como monjas bautizando a moribundos en hospitales, han sido enteramente fabricadas por algoritmos. Millones de fieles se emocionan, discuten, opinan sobre el derecho de cualquier persona a impartir el sacramento del bautismo en caso de riesgo de muerte… y no se dan cuenta de que debaten sobre una ilusión.
Estamos entrando en una era de posverdad radical, donde la evidencia visual —la base sobre la que se asentó el periodismo moderno— deja de ser prueba de nada. La confianza se convierte en un bien escaso: ya no bastará con “ver para creer”. Hará falta volver a los principios elementales del discernimiento, a las fuentes, al contexto, a la mediación de instituciones que todavía conserven credibilidad.
Paradójicamente, en medio del colapso informativo que generan las redes, los medios tradicionales y los portales con criterio vuelven a tener una misión esencial: ser filtros, no solo de información, sino de verdad. No como censores, sino como custodios del sentido común. La tecnología de Sora nos confronta con una pregunta teológica y moral de fondo: si ya no podemos confiar en los sentidos, ¿dónde situamos la verdad?