León XIV reafirma la centralidad moral del matrimonio y la dignidad de la maternidad ante los docentes del Instituto Juan Pablo II

León XIV reafirma la centralidad moral del matrimonio y la dignidad de la maternidad ante los docentes del Instituto Juan Pablo II

El Papa León XIV recibió esta mañana en audiencia a los docentes y estudiantes del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia, con motivo del inicio del nuevo año académico y del Jubileo. En su discurso, el Pontífice ofreció una reflexión de fondo sobre la dimensión moral y social de la familia, subrayando que el bienestar de los pueblos se mide ante todo por el modo en que permite a las familias «vivir bien y tener tiempo para sí mismas».

El Papa destacó que el Instituto, fundado por san Juan Pablo II tras el Sínodo de 1980, debe mantenerse fiel a su vocación original: formar teológicamente a quienes sirven a los esposos y a las familias en todo el mundo. Esa misión, dijo, consiste en «sostener, defender y promover la familia mediante un estilo de vida coherente con el Evangelio», integrando la teología con las ciencias humanas sin renunciar a la verdad revelada.

La familia como fundamento moral de la sociedad

León XIV recordó que la familia no es un mero dato sociológico, sino la «primera célula de la sociedad» y la «escuela originaria de humanidad». Por eso pidió que el estudio teológico de la familia se inserte en el corazón mismo de la doctrina social de la Iglesia, y que ésta, a su vez, se enriquezca con la experiencia cotidiana de las familias. «La calidad de la vida social y política de un país —dijo— se mide de modo particular por cómo permite a las familias vivir bien, tener tiempo para sí y cultivar los lazos que las mantienen unidas».

Defender la maternidad como don y esperanza

El Papa dedicó un pasaje especialmente significativo a la maternidad y paternidad, recordando que «la vida humana es don y debe ser acogida siempre con respeto, cuidado y gratitud». Citó con afecto unas palabras de su predecesor, el Papa Francisco, a las mujeres embarazadas, pero fue más allá al pedir políticas concretas que restituyan a la maternidad su plena dignidad, tanto en el ámbito civil como en el eclesial. «La maternidad y la paternidad —afirmó— no son cargas que gravan a la sociedad, sino esperanza que la renueva».

El Pontífice lamentó que muchas madres vivan la gestación en soledad o marginalidad, y exhortó a los gobiernos, las comunidades cristianas y las instituciones educativas a comprometerse de modo efectivo en la protección de la vida y el acompañamiento de las familias.

El desafío pastoral ante los jóvenes

En el ámbito pastoral, León XIV reconoció la dificultad de muchos jóvenes para comprender o aceptar el matrimonio sacramental, pero subrayó que «el Señor continúa llamando al corazón de cada hombre y mujer». Invitó a los teólogos y pastores a enraizar su reflexión «en el diálogo orante con Dios» y a encontrar «palabras nuevas» que alcancen las conciencias sin traicionar la verdad del Evangelio. Rechazó así tanto el moralismo rígido como el sentimentalismo vacío, proponiendo un realismo cristiano que conjugue fidelidad doctrinal y cercanía pastoral.

Teología viva y sinodalidad familiar

El Papa alentó a la comunidad académica a continuar el camino sinodal dentro de la formación, aprendiendo de la misma realidad que estudian: «las familias —dijo— son lugares privilegiados donde se aprende el amor, la confianza, el perdón y la reconciliación». Pidió una teología «interdisciplinar e inspirada por el Espíritu Santo», que viva la verdad y no se limite a hablar de ella.

Concluyó impartiendo su bendición apostólica y animando a profesores y alumnos a iniciar el año académico «con esperanza, sostenidos por la gracia del Espíritu de verdad y de vida».

Discurso íntegro del Papa León XIV:

(Traducción del texto original en italiano)

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡La paz esté con vosotros!

¡Buenos días, buenos días, good morning!

Queridos hermanos y hermanas,

Con alegría os doy la bienvenida a vosotros, que formáis la comunidad académica internacional del Instituto Teológico Juan Pablo II para las ciencias del matrimonio y de la familia. Saludo al Gran Canciller, el cardenal Baldassarre Reina, al presidente, monseñor Philippe Bordeyne, a los vicerrectores de las secciones fuera de la Urbe, a los profesores, a los benefactores, a todos vosotros, queridos estudiantes, junto con los antiguos alumnos venidos de varios países con ocasión del Jubileo. ¡Sean todos bienvenidos!

En los distintos contextos sociales, económicos y culturales, son diversas las desafíos que nos interpelan; en todas partes y siempre, sin embargo, estamos llamados a sostener, defender y promover la familia, ante todo mediante un estilo de vida coherente con el Evangelio. Sus fragilidades y su valor, considerados a la luz de la fe y de la sana razón, comprometen vuestros estudios, que cultiváis por el bien de los novios que se convierten en esposos, de los esposos que se convierten en padres y de sus hijos, que son para todos promesa de una humanidad renovada por el amor. La vocación de vuestro Instituto, nacido de la visión profética de san Juan Pablo II a raíz del Sínodo de 1980 sobre la familia, aparece así aún más clara: constituir un único cuerpo académico distribuido en los diversos continentes, a fin de responder a las exigencias de formación estando lo más cerca posible de los cónyuges y de las familias. De este modo, se pueden desarrollar mejor dinámicas pastorales adecuadas a las realidades locales e inspiradas por la tradición viva de la Iglesia y por su doctrina social.

Participando en la misión y en el camino de toda la Iglesia, vuestro Instituto contribuye a la inteligencia del magisterio pontificio y a la constante actualización del diálogo entre la vida familiar, el mundo del trabajo y la justicia social, afrontando cuestiones de viva actualidad, como la paz, el cuidado de la vida y de la salud, el desarrollo humano integral, el empleo juvenil, la sostenibilidad económica, la igualdad de oportunidades entre hombre y mujer, todos factores que influyen en la elección de casarse y de engendrar hijos. En este sentido, vuestra misión específica concierne a la búsqueda y al testimonio común de la verdad: al realizar esta tarea, la teología está llamada a confrontarse con las diversas disciplinas que estudian el matrimonio y la familia, sin contentarse con decir la verdad acerca de ellos, sino viviéndola en la gracia del Espíritu Santo y siguiendo el ejemplo de Cristo, que nos reveló al Padre con las acciones y con las palabras.

El anuncio del Evangelio, que transforma la vida y la sociedad, nos compromete a promover acciones orgánicas y concertadas en apoyo de la familia. La calidad de la vida social y política de un país, de hecho, se mide de modo particular por cómo permite a las familias vivir bien, tener tiempo para sí mismas, cultivando los lazos que las mantienen unidas. En una sociedad que a menudo exalta la productividad y la velocidad en detrimento de las relaciones, se vuelve urgente devolver tiempo y espacio al amor que se aprende en familia, donde se entrelazan las primeras experiencias de confianza, de don y de perdón, que van a constituir el tejido de la vida social.

Recuerdo con emoción las palabras de mi predecesor, el Papa Francisco, cuando se dirigió con ternura a las mujeres en espera de un hijo, pidiéndoles que custodiaran la alegría de traer al mundo una nueva vida (cf. Amoris laetitia, 171). Sus palabras encierran una verdad simple y profunda: la vida humana es don y debe ser siempre acogida con respeto, cuidado y gratitud. Por ello, ante la realidad de tantas madres que viven el embarazo en condiciones de soledad o de marginalidad, siento el deber de recordar que la comunidad civil y la comunidad eclesial deben comprometerse con constancia para devolver a la maternidad su plena dignidad. Para tal fin, se necesitan iniciativas concretas: políticas que garanticen condiciones de vida y de trabajo adecuadas; iniciativas formativas y culturales que reconozcan la belleza de engendrar juntos; una pastoral que acompañe a las mujeres y a los hombres con proximidad y escucha. La maternidad y la paternidad, así custodiadas, no son en absoluto pesos que gravan sobre la sociedad, sino una esperanza que la refuerza y la renueva.

Queridos profesores y estudiantes, vuestra contribución al desarrollo de la doctrina social sobre la familia corresponde a la misión confiada a vuestro Instituto por el Papa Francisco en la carta Summa familiae cura, allí donde escribía: «La centralidad de la familia en los itinerarios de conversión pastoral de nuestras comunidades y de transformación misionera de la Iglesia exige que —también a nivel de formación académica— en la reflexión sobre el matrimonio y la familia no falten nunca la perspectiva pastoral y la atención a las heridas de la humanidad». En estos años vuestro Instituto ha acogido las indicaciones de la Constitución apostólica Veritatis gaudium, para una teología que cultive un pensamiento abierto y dialógico, una cultura «del encuentro entre todas las auténticas y vitales culturas, gracias al recíproco intercambio de sus respectivos dones en el espacio de luz abierto por el amor de Dios por todas sus criaturas» (n. 4b). Por esto buscáis ejercer, a la luz de la Revelación, un método inter y transdisciplinar (cf. ibid., 4c). En esta perspectiva, la consolidada base de estudios filosóficos y teológicos se ha enriquecido en la interacción con otras disciplinas, permitiendo explorar importantes ámbitos de investigación.

Entre ellos quisiera recordar, como compromiso ulterior, el de profundizar el vínculo entre familia y doctrina social de la Iglesia. El recorrido podría desarrollarse en dos direcciones complementarias: insertar el estudio sobre la familia como capítulo imprescindible del patrimonio de sabiduría que la Iglesia propone sobre la vida social y, recíprocamente, enriquecer tal patrimonio con las vivencias y dinámicas familiares, para comprender mejor los mismos principios de la enseñanza social de la Iglesia. Esta atención permitiría desarrollar la intuición, recordada por el Concilio Vaticano II y varias veces reiterada por mis predecesores, de ver en la familia la primera célula de la sociedad en cuanto escuela originaria y fundamental de humanidad.

En el ámbito pastoral, además, no podemos ignorar las tendencias, en tantas regiones del mundo, a no apreciar, o incluso a rechazar el matrimonio. Quisiera invitaros a estar atentos, en vuestra reflexión sobre la preparación al sacramento del Matrimonio, a la acción de la gracia de Dios en el corazón de cada hombre y de cada mujer. Incluso cuando los jóvenes toman decisiones que no corresponden a los caminos propuestos por la Iglesia según la enseñanza de Jesús, el Señor continúa llamando a la puerta de su corazón, preparándolos para recibir una nueva llamada interior. Si vuestra investigación teológica y pastoral se arraiga en el diálogo orante con el Señor, encontraréis el valor para inventar palabras nuevas que puedan tocar profundamente las conciencias de los jóvenes. De hecho, nuestro tiempo está marcado no sólo por tensiones e ideologías que confunden los corazones, sino también por una creciente búsqueda de espiritualidad, de verdad y de justicia, sobre todo entre los jóvenes. Acoger y cuidar este deseo es para todos nosotros una de las tareas más hermosas y urgentes.

Quisiera animaros, finalmente, a proseguir el camino sinodal como parte integrante de la formación. Especialmente en una universidad internacional es necesario ejercitar la escucha recíproca para discernir mejor cómo crecer juntos en el servicio del matrimonio y de la familia. Recurrid siempre «a la vocación bautismal, poniendo en el centro la relación con Cristo y la acogida de los hermanos, a partir de los más pobres» (Discurso a la Diócesis de Roma, 19 de septiembre de 2025). De este modo, haréis como sucede en toda buena familia, aprendiendo de esa misma realidad que queréis servir. Como afirma el Documento final de la última Asamblea del Sínodo de los Obispos, «las familias representan un lugar privilegiado para aprender y experimentar las prácticas esenciales de una Iglesia sinodal. A pesar de las fracturas y sufrimientos que las familias experimentan, siguen siendo lugares en los que se aprende a intercambiar el don del amor, de la confianza, del perdón, de la reconciliación y de la comprensión» (n. 35). Hay realmente mucho que aprender en lo que respecta a la transmisión de la fe, la práctica cotidiana de la escucha y de la oración, la educación para el amor y la paz, la fraternidad con el migrante y el extranjero, el cuidado del planeta. En todas estas dimensiones, la vida familiar precede a nuestro estudio y lo instruye, especialmente a través de testimonios de dedicación y de santidad.

Queridos estudiantes, queridos profesores, comenzad por tanto con esperanza el nuevo año académico, ciertos de que el Señor Jesús nos sostiene siempre con la gracia de su Espíritu de verdad y de vida. Sobre todos vosotros imparto de corazón la bendición apostólica. Gracias.

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