Ansiosos por nuevos cimientos

Ansiosos por nuevos cimientos

Por Michael Pakaluk

Si se le pregunta a un católico instruido cuáles son las dos enseñanzas principales de la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891), y sabe algo sobre este texto fundamental de la doctrina social moderna de la Iglesia, probablemente dirá que aprueba los sindicatos y formula el principio del salario justo o “salario familiar”.

La doctrina del salario familiar es, en efecto, importante, incluso si hoy no puede aplicarse fácilmente en los Estados Unidos debido a las costumbres y leyes laborales actuales. La doctrina sostiene que contratar a un padre de familia es, en realidad, contratar a una familia entera, no a un mero individuo, y que, por tanto, debe pagársele un salario suficiente para mantener a una familia numerosa, y que le permita además ahorrar algo para adquirir bienes con el tiempo, suponiendo que su familia viva con modestia y prudencia.

En cuanto a las asociaciones de trabajadores mencionadas en la encíclica, no existen principalmente para la negociación colectiva, y “deben prestar especial y principal atención a los deberes de la religión y la moral” (n. 57).

A pesar de que alabamos Rerum Novarum como un documento fundacional, puede juzgarse con razón que ambas enseñanzas han sido en gran medida abandonadas.

Pero estas no son las dos enseñanzas principales de la encíclica, que son, más bien, las siguientes:

(1) El socialismo es un error desastroso que asfixia las fuentes de la riqueza y destruye a la familia.
(2) Ninguna solución al “problema del trabajo y del capital”, ni a ningún otro problema social grave, es posible sin un renacimiento del cristianismo.

León XIII no definió el socialismo como la mera “propiedad estatal de los medios de producción”, sino como una filosofía que niega que el individuo y la familia sean realidades previas al Estado. En particular, niega la autoridad del padre de familia, quien —dice el Papa— tiene sobre los recursos de su hogar un derecho tan legítimo como el del propio Estado.

León aborda el socialismo en varias de sus encíclicas y lo considera el gran peligro de su tiempo. Sería ingenuo pensar que un desafío tan profundo a la civilización cristiana quedó resuelto por las reformas de tipo fabiano que condujeron al Estado del bienestar.

Más bien, en nuestro uso del dinero fiduciario, en las políticas de la “Gran Sociedad” (que debilitaron a la familia), y en la pretensión del Estado de redefinir el matrimonio, vemos esa misma filosofía socialista.

¿Quién sostiene hoy que los límites del poder fiscal del Estado están fijados por el derecho natural y por los derechos previos de la familia como sociedad verdadera? ¿O quién considera que las transferencias masivas de riqueza —como la Seguridad Social— son un regalo, y no un supuesto “derecho”, es decir, un reclamo de los ancianos jubilados sobre los recursos de las familias jóvenes?

Por tanto, no, el socialismo que preocupaba a León XIII no ha desaparecido.

En cuanto a la segunda idea verdaderamente principal, sería difícil afirmar que condiciona hoy nuestra interpretación de la doctrina social católica. Invito a los lectores a releer los párrafos 16 al 30 de la encíclica: “Ninguna solución práctica se hallará sin la intervención de la religión y de la Iglesia”, insiste León, “y todos los esfuerzos de los hombres serán vanos si excluyen a la Iglesia.” (n. 16) ¿Lo creemos realmente?

León destaca con razón la gloria de las obras de la Iglesia en favor de los pobres —hospitales, escuelas, hospicios—, pero subraya que la fe cristiana es esencial.

El cristianismo nos enseña que la igualdad social que buscan las ideologías modernas es inalcanzable: “Todo esfuerzo contra la naturaleza es inútil,” dice León (n. 17). También nos exhorta a abandonar los sueños utópicos, pues “los dolores y dificultades de la vida no tendrán fin en la tierra; las consecuencias del pecado son amargas y pesadas, y acompañarán al hombre mientras viva.” (n. 18)

La fe en la vida eterna implica relativizar las preocupaciones materiales: “En cuanto a las riquezas y demás bienes que los hombres llaman deseables —dice León—, tanto si los tenemos en abundancia como si carecemos de ellos, no afecta a la felicidad eterna.” (n. 21)

Además, el cristianismo nos enseña a valorar correctamente: “El verdadero valor y la nobleza del hombre radican en sus cualidades morales, es decir, en la virtud. […] La virtud, además, es herencia común de todos los hombres, igualmente al alcance de ricos y pobres.” (n. 24)

Y la moral cristiana es prácticamente necesaria para que los pobres salgan de la pobreza: “La moral cristiana, cuando se practica de modo completo, lleva por sí misma a la prosperidad temporal […] hace que los hombres suplan la falta de medios mediante la economía, les enseña a contentarse con una vida frugal y, además, los mantiene alejados de los vicios que devoran no sólo las rentas pequeñas, sino también las grandes fortunas.” (n. 28)

Al mismo tiempo, León califica de “pagano” el intento de sustituir la caridad cristiana por “un sistema de asistencia organizado por el Estado.” (n. 30)

En resumen, enseña León XIII: “Cuando una sociedad perece, el consejo saludable que hay que dar a quienes quieren restaurarla es llamarla a los principios de donde surgió.” (n. 27)

Por eso me incomoda ver a católicos que esperan con entusiasmo una nueva encíclica “fundacional” sobre temas como la “revolución de la inteligencia artificial”. En parte, me incomoda porque sería demasiado pronto: Rerum Novarum llegó un siglo después de iniciada la Revolución Industrial.

Lo único que preveo con claridad del giro masivo hacia la IA es una enorme burbuja de inversión que probablemente estallará en pocos años.

Pero, sobre todo, me pregunto: ¿por qué sentimos tanta ansiedad por establecer nuevos cimientos, cuando hemos estado tan ocupados ignorando los primeros?

Sobre el autor

Michael Pakaluk, especialista en Aristóteles y miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino, es profesor de Economía Política en la Busch School of Business de la Universidad Católica de América. Vive en Hyattsville, Maryland, con su esposa Catherine —también profesora en la Busch School— y sus hijos. Su colección de ensayos The Shock of Holiness (Ignatius Press) está disponible, y su próximo libro The Company We Keep será publicado por Scepter Press. También contribuyó a Natural Law: Five Views (Zondervan, 2024), y su obra más reciente, Be Good Bankers: The Economic Interpretation of Matthew’s Gospel, salió en marzo con Regnery Gateway.

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