La indignación se ha encendido en el País Vasco después de que el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) denunciara que Bizkaia Irratia, emisora vinculada al Obispado de Bilbao, emite un programa cultural dirigido por Mikel Albisu, alias Mikel Antza, antiguo jefe político de ETA. La noticia ha caído como una bomba en la opinión pública porque, lejos de tratarse de un espacio neutral o privado, se trata de una plataforma asociada a la Iglesia, cuya misión debería ser la defensa de la verdad, la justicia y la memoria de las víctimas.
Un terrorista con micrófono y fondos públicos
El programa se titula Irakurrieran y se presenta como una iniciativa literaria en colaboración con la Asociación de Escritores en Euskera. Según ha trascendido, cuenta además con financiación de la Diputación Foral de Bizkaia, que ha destinado 53.000 euros a actividades culturales de este tipo para el año 2025. El problema, sin embargo, va mucho más allá de lo económico. La polémica surge porque quien conduce este espacio no es un ciudadano cualquiera, sino quien fue durante años uno de los máximos dirigentes de una organización terrorista que asesinó a casi 900 personas, secuestró a decenas y dejó un reguero de dolor en miles de familias españolas.
El escándalo moral para la diócesis
Que esta figura aparezca ahora dirigiendo un programa cultural no sólo resulta ofensivo para las víctimas, sino que adquiere tintes de escándalo eclesial al tener lugar en una emisora vinculada al Obispado de Bilbao. La Iglesia, que tiene como misión la defensa de la vida y la dignidad de cada ser humano, debería ser garante de la memoria de quienes sufrieron la violencia de ETA. En cambio, con esta decisión aparece como una institución complaciente, que ofrece su propio espacio de comunicación para rehabilitar públicamente la imagen de un exterrorista que nunca ha mostrado arrepentimiento ni ha pedido perdón a las víctimas.
El dolor de las víctimas: memoria silenciada
COVITE ha sido claro en su denuncia. Recuerdan que Mikel Antza jamás ha realizado una revisión crítica de su pasado ni ha manifestado empatía alguna hacia las víctimas. Sin embargo, se le presenta hoy como un “intelectual comprometido con la cultura”, como si su biografía criminal pudiera borrarse a través de un micrófono y un programa literario. Para las víctimas del terrorismo, que todavía sufren el peso del olvido institucional y el abandono social, este gesto es un agravio intolerable: ven cómo la memoria de sus seres queridos se relativiza y cómo sus verdugos son insertados en la vida pública sin un mínimo gesto de arrepentimiento.
Normalización del terror y blanqueamiento cultural
El problema no se limita al caso concreto de Mikel Antza. La participación de un exjefe de ETA en un espacio cultural financiado con dinero público y emitido desde un medio diocesano refleja un proceso más amplio de blanqueamiento. Se normaliza a quienes representaron la estrategia del terror, presentándolos como agentes culturales respetables, cuando en realidad su pasado está marcado por la sangre y la violencia. De esta forma, el relato del terrorismo se va deformando: las víctimas son relegadas y los victimarios encuentran espacios para reposicionar su imagen.
Un error pastoral y de coherencia institucional
Desde la perspectiva de la Iglesia, este caso es una muestra de incoherencia grave. La diócesis de Bilbao, al permitir que su emisora sirva de altavoz a un exdirigente de ETA, no sólo comete un error pastoral, sino que socava la confianza de los fieles. La misión de la Iglesia es dar testimonio de la verdad y acompañar a quienes sufren, no colaborar —aunque sea indirectamente— en la legitimación cultural de quienes nunca se han arrepentido de haber destruido vidas humanas en nombre del odio.
Conclusión
La denuncia de COVITE recuerda algo elemental: sin verdad, justicia y memoria no hay reconciliación posible. No se trata de negar la posibilidad de conversión de un terrorista, pero esa conversión exige arrepentimiento y petición de perdón. Nada de eso ha ocurrido en este caso. Que una emisora diocesana preste su plataforma a quien nunca ha renunciado públicamente a la violencia es una traición a las víctimas y un escándalo para los fieles. La diócesis de Bilbao tiene el deber moral de rectificar, porque no se puede construir cultura sobre el silencio de los inocentes asesinados.
