Claves para acoger al Papa León XIV y su forma de gobernar

Claves para acoger al Papa León XIV y su forma de gobernar

Oración inicial. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos. Ave María purísima.El curso pasado quise dedicarlo a algunos personajes de la historia de la Iglesia, sobre todo del primer milenio hasta el siglo X. ¿Por qué? Porque la situación de la Iglesia y del mundo era tan compleja que me pareció útil mostrar ejemplos concretos de cómo, en situaciones nunca iguales pero sí parecidas, ha habido personas que han sabido seguir al Señor y llegar a la santidad: cómo se puede andar sobre las aguas incluso cuando el mar está encrespado.

La última meditación del curso pasado se dio en el contexto de la muerte de un Papa, Francisco, y de la elección de un Papa nuevo, León XIV. Aquella meditación estuvo dedicada a hablar de lo que entonces podíamos saber de él. Una cosa es la biografía y otra ver por dónde va, cuál es su alma y cómo quiere gobernar la Iglesia.

Quiero empezar esta primera meditación continuando aquel hilo. Desde el 8 de mayo han pasado ya casi seis meses; sabemos más que en los primeros días. Más que datos, me interesa cómo un católico debe vivir este momento con la llegada de un nuevo Papa, y cómo debe vivirlo un pastor. ¿Cómo hemos de vivir laicos y pastores esta situación distinta? No digo mejor o peor, pero sí distinta de la que teníamos antes, que a su vez fue distinta cuando, para sorpresa de todos, Benedicto XVI dimitió.

Rasgos del Papa León XIV más allá de la biografía

Es norteamericano. No todos los norteamericanos son iguales, como tampoco todos los españoles o colombianos; pero hay rasgos comunes. Es un norteamericano marcado también por Hispanoamérica: vivió muchos años como sacerdote misionero y luego como obispo en Perú. Eso ha impreso en él un carácter, sin borrar su raíz norteamericana.

No responde al estereotipo del blanco, rubio y de ojos azules. En su sangre hay mezcla: por parte de su madre, antecesores posiblemente criollos, con ascendencia hispana. Es un típico norteamericano en el sentido de ser hijo de inmigrantes que se abrieron camino con dificultades en tierra y lengua nuevas. Ese dato ayuda a entender su personalidad.

Tiene buena formación, especialmente en Derecho Canónico: licenciado y doctor. Ser canonista marca: un profundo respeto a la ley y a su cumplimiento. La ley puede cambiarse —y el Papa puede hacerlo dentro de límites—, pero no puede incumplirse. Cámbiala, pero no la incumplas.

Ha tenido experiencia de gobierno: fue superior general de los agustinos. Un general conoce el mundo, viaja, enfrenta problemas de la vida religiosa de hoy: envejecimiento, cierre de conventos, crisis ligada a los abusos de algunos pocos. Todo esto lo ha hecho un hombre de gobierno.

Después fue obispo en Chiclayo (Perú), donde es muy querido: el cariño del pueblo indica que lo hizo bien. Durante la pandemia salió con la custodia, solo y a distancia de quienes le acompañaban, a llevar el Santísimo por las calles. Demuestra fe, amor a la Eucaristía y valor. Muchas iglesias se cerraron; él salió con el Santísimo.

Tiene experiencia de curia: dos años como prefecto del Dicasterio para los Obispos. Poco tiempo, pero suficiente para conocer algo de cómo se trabaja en el Vaticano.

Más en profundidad, percibo que es un hombre profundamente religioso, marcado por la espiritualidad de san Agustín: lo cita continuamente y ha dicho que seguirá siendo agustino toda su vida. Es consciente de los problemas de la Iglesia y los sintetiza en tres ideas:

  1. Cristo en el centro. Si Cristo no está en el centro, el problema fundamental —la pérdida de la fe— no desaparece.
  2. Unidad de la Iglesia. Cristo en el centro y todos unidos. Reconoce que la Iglesia está dividida —no en dos, sino en muchos grupos— y se propone trabajar por la unidad. Pero la unidad no puede ser un pacto político de cesiones mutuas donde la verdad sea la víctima.
  3. Misión. Es misionero: fue misionero en Perú como sacerdote y como obispo. Consciente del declive —caída de la práctica, cierre de iglesias y conventos, descenso de vocaciones—, quiere lanzar a la Iglesia hacia la misión. Pero no hay misión sin unidad, ni evangelización sin Cristo en primer lugar, Maestro que enseña. Nadie puede corregir al Hijo de Dios.

Ha recuperado el título de Vicario de Cristo. No es el superior de Cristo, sino su vicario: el primer servidor del mensaje, encargado de confirmar a los hermanos en la fe. Las ovejas son de Cristo, no del cura, del obispo o del Papa.

Nuestra actitud: creyentes, no ideólogos

¿Qué hemos de hacer laicos y pastores en este momento? Acercarnos al Papa y a la Iglesia con perspectiva de creyentes, no ideológica. La ideología —ser conservador o liberal— tiñe las gafas y deforma la mirada, empuja a fijarse solo en lo que no gusta y a atribuir maldad al otro.

La perspectiva correcta: Soy católico. Creo en Dios. Creo que Jesucristo es Dios. Desde ahí, confianza en Dios. ¿Quién soy yo para juzgar? se entiende bien: juzgo actos, no personas; el interior lo juzga Dios. Confío en Dios, piloto de la nave de la Iglesia, que la ama infinitamente más que nosotros y no la abandona, por turbulento que haya sido el pasado reciente.

Esa confianza genera humildad: no entenderé todo. Gobernar una Iglesia dividida y extendida por todo el mundo es dificilísimo. Demos al Papa un voto de confianza. El riesgo hoy es que cada católico se convierta en superpapa, pretendiendo que el Papa dé razón de cada decisión a cada fiel. Eso es imposible y destructivo.

La confianza en Dios no excluye la crítica; la exige cuando es necesaria, pero sin servilismo. Obediencia no es servilismo. No puedo aceptar nada que contradiga a Cristo: el Papa es el primer testigo de la fe, no el dueño de la fe. Se puede decir en esto creo que se equivoca sin faltar al respeto.

La Virgen, modelo de caridad y unidad

Pensemos en la Virgen ante una Iglesia primitiva también dividida (judíos y gentiles). ¿Qué hace una madre cuando sus hijos se enfrentan? Une. No mete cizaña. Si corrige, lo hace con amor. Nos falta esto: decimos cosas verdaderas sin amor, y entonces destruimos.

Una madre destaca lo positivo del ausente y, si debe corregir, lo hace en privado y con cariño. Así debemos hablar del Papa: ver lo bueno que hace cada semana, aunque haya cosas con las que no coincidamos. No llevar las armas siempre cargadas.

Ejemplos y prudencia

Amoris laetitia tuvo muchas cosas extraordinarias y un punto discutido que dio pie a abusos. No podemos mirar con gafas oscuras y disparar a todo. Vivimos un clima de guerra civil eclesial; se impone predicar la paz y bajar las armas, sin dejar de decir —con amor— lo que haya que decir.

También hace falta prudencia comunicativa en el Papa: las ruedas de prensa improvisadas son arriesgadas para quien representa a cientos de millones. Es razonable pensar y revisar respuestas sobre asuntos gravísimos antes de pronunciarlas.

Conclusión: fe, humildad, caridad

Acercarnos al Papa y a la Iglesia como creyentes: confianza en Dios; voto de confianza al Papa; crítica cuando sea necesaria, sin servilismo y con caridad. Dios ha puesto a este hombre al frente de la Iglesia; es profundamente religioso, ama a Jesucristo y busca la unidad. El riesgo es una unidad política que sacrifique la verdad; por eso debemos rezar, hablar con amor y ver lo bueno que se hace.

Esta semana, por ejemplo, ha habido un magnífico mensaje ante el presidente de la República Italiana en defensa de la familia; una afirmación clara de que la sinodalidad no puede tocar la autoridad del obispo (y, en consecuencia, del párroco); y un mensaje sobre el hambre en el mundo. Si solo me fijo en lo malo, enfermo el alma y me arrogo una superioridad que no me corresponde.

Vamos a acercarnos con fe y caridad. Si hay algo que decir, digámoslo con amor.

Oración final. Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ave María purísima.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando