Por Casey Chalk
Hubo un tiempo en que los católicos alemanes lucharon por la fe. Hace ciento cincuenta años, la mitad de los obispos de Prusia fueron encarcelados, al igual que cientos de sacerdotes parroquiales, dejando más de mil parroquias sin pastores. Todos ellos se negaron a cooperar con las leyes prusianas —conocidas como las “Leyes de Mayo”— destinadas a sofocar la independencia de la Iglesia católica en favor de una versión “ecuménica” del protestantismo. Los laicos católicos alemanes respondieron ofreciendo refugio a los sacerdotes perseguidos, pagando las multas impuestas por el Estado y comprando en subastas los muebles de los obispos. Y aquello era solo el comienzo.
Como explica Roger Chickering en su reciente libro The German Empire, 1871–1918, esta batalla entre el Estado alemán y los católicos se gestó durante años y muestra una Iglesia en Alemania ortodoxa, piadosa y profundamente fervorosa. No sólo contrasta con la Iglesia alemana actual —que sufre una grave sangría de fieles—, sino que también explica por qué la experiencia de los católicos germano-estadounidenses fue tan vibrante, dando a la Iglesia santos como San Juan Nepomuceno Neumann y Santa Marianne Cope.
El conflicto comenzó en 1837, cuando el gobierno prusiano encarceló al arzobispo de Colonia por una disputa sobre los matrimonios mixtos entre católicos y protestantes. En las décadas siguientes, el catolicismo alemán se reavivó. En 1844, más de medio millón de católicos peregrinaron a Tréveris para venerar la Sagrada Túnica de Cristo. Además, el número de organizaciones religiosas aumentó de forma espectacular: entre 1837 y 1864, los monasterios bávaros se quintuplicaron.
Esto inquietó a muchos protestantes alemanes —especialmente a los liberales y a los funcionarios del gobierno— que creían que la unificación alemana y la herencia de la Reforma protestante requerían la destrucción del poder de Roma en Alemania. Pensaban que debilitar a la Iglesia católica eliminaría un “intruso extranjero” del cuerpo político alemán, considerado un vestigio supersticioso del pasado, y daría paso a una Iglesia nacional protestante unificada.
Desafortunadamente para los católicos, los liberales protestantes y sus aliados gozaban de mayoría en el Reichstag del recién fundado Imperio alemán en 1871, y usaron su poder para introducir un artículo en el código penal federal que imponía hasta dos años de prisión a cualquier clérigo que abordara asuntos políticos de manera “perturbadora del orden público.” Este párrafo del púlpito fue el disparo inicial de lo que llegó a conocerse como la “guerra cultural” o Kulturkampf.
Una serie de leyes anticatólicas siguió a esa medida. Una ley permitía al Estado destituir a clérigos de sus cargos como inspectores escolares locales. Otra prohibía que las órdenes religiosas impartieran clases en las escuelas del Estado. Otra más expulsó a los jesuitas y a otras órdenes de Alemania. Varias exigían que el clero estudiara exclusivamente en universidades alemanas y que aprobara un “examen de cultura”, del que los teólogos protestantes estaban exentos. Además, las decisiones disciplinarias papales quedaron sujetas a la supervisión del Estado prusiano.
En respuesta, el Papa Pío IX declaró que la obediencia de los católicos al poder civil era válida solo mientras el Estado no ordenara nada contrario a los mandamientos de Dios ni a la Iglesia. En 1873, los obispos prohibieron a los católicos cumplir las Leyes de Mayo. El Parlamento prusiano no se amedrentó: prohibió todas las órdenes religiosas y estableció el matrimonio civil obligatorio. Como señala Chickering, “los liberales abandonaron sus propios ideales políticos, esta vez los de tolerancia religiosa, libertad de reunión y protección igualitaria ante la ley.”
Para 1876, los doce obispos católicos de Prusia estaban en prisión o en el exilio. Aproximadamente 200 sacerdotes fueron multados o encarcelados, junto con más de un centenar de editores católicos. Veinte periódicos católicos fueron clausurados.
Ese mismo año, se reportaron apariciones marianas en Marpingen, en la región de Sarre prusiana. Más de 100.000 peregrinos acudieron al lugar, que fue llamado el “Lourdes alemán.” (Las investigaciones eclesiales —la última concluida en 2005— determinaron que “los hechos de Marpingen no pueden confirmarse como de origen sobrenatural.”)
Sea cual fuere la veracidad de las visiones, la persecución solo fortaleció a los católicos alemanes. Boicotearon las celebraciones nacionales del Día de Sedán —conmemoración de la victoria prusiana sobre Francia en 1870—, al que los católicos llamaron “Día de Satán.” En fiestas como Corpus Christi, ocuparon los espacios públicos con procesiones, manifestaciones y festivales. Políticos católicos como Ludwig Windthorst, gran adversario de Otto von Bismarck, movilizaron asociaciones locales para aumentar la representación católica en el parlamento. El Partido de Centro Católico casi duplicó sus escaños en el Parlamento prusiano, convirtiéndose en la segunda fuerza política.
A mediados de la década de 1870, las élites prusianas comprendieron que el catolicismo político no sería derrotado fácilmente. “El catolicismo se había convertido en una realidad política tenaz y duradera en la nueva Alemania, una presencia parlamentaria significativa,” escribe Chickering. De hecho, los periódicos católicos pasaron de 126 en 1871 a 221 en 1881 y 446 en 1912. El rey Guillermo I de Prusia temía que los ataques liberales contra la Iglesia católica la hubiesen transformado de un agente de orden social en una fuerza subversiva.
Aun así, algunas leyes anticatólicas sobrevivieron, aunque aplicadas de manera irregular, como el párrafo del púlpito, la ley contra los jesuitas y la ley de expatriación. Sin embargo, el tamaño, el dinamismo y la cohesión del catolicismo alemán se reforzaron en gran parte por el Kulturkampf. “Las imágenes de la Iglesia católica alemana como una fortaleza sitiada o un bastión resistiendo al mundo persistieron hasta bien entrado el siglo XX.”
Aunque ese fruto es menos visible en la Iglesia alemana actual, sin duda sobrevive entre millones de católicos estadounidenses descendientes de aquellos hombres y mujeres valientes. Es una lección esperanzadora en un tiempo en que muchos católicos enfrentan un entorno cultural y político hostil: a veces la persecución política contra la Iglesia produce el efecto contrario, galvanizando a los fieles y profundizando su compromiso con la fe.
Sobre el autor
Casey Chalk es autor de The Obscurity of Scripture y The Persecuted. Colabora con Crisis Magazine, The American Conservative y New Oxford Review. Tiene títulos en historia y educación por la Universidad de Virginia y una maestría en teología por Christendom College.
