La politización de la muerte: cuando el Estado usurpa lo sagrado

La politización de la muerte: cuando el Estado usurpa lo sagrado

Desde siempre, religión y política han estado más entrelazadas de lo que el hombre moderno quiere reconocer. La religión, ocupada en la vida eterna, y la política, limitada al orden temporal, forman un binomio en permanente tensión. Cuando se prescinde de la trascendencia, la política degenera en puro cálculo terrenal y pierde su orientación hacia el bien común. No es casualidad que Benedicto XVI recordara que la fe libera a la política de los mitos ideológicos que hoy la intoxican.

El consenso como mito

En la política contemporánea, todo se somete al consenso, incluso aquello que no depende de pactos: la vida, el sexo, la muerte. Aristóteles ya advertía que la convención no convierte en justo lo que es contrario a la naturaleza. El problema es que, al reducirlo todo a acuerdos, se sustituye la verdad por votaciones, y el resultado no es justicia sino mera aritmética parlamentaria. El consenso, convertido en dogma, se erige como una religión secular que ahoga la esperanza y vacía de sentido el más allá.

La biopolítica de la muerte

La política, arrastrada por las bioideologías, ha pasado a gestionar la vida como si fuera un laboratorio: ingeniería educativa, propaganda mediática y manipulación genética. Y cuando se politiza la vida, inevitablemente se politiza también la muerte. Lo que siempre fue experiencia común, íntima y universal, ahora se convierte en objeto de legislación estatal, en un expediente administrativo más. Esta apropiación no es otra cosa que totalitarismo: la absorción de lo humano por la máquina del poder.

Democracias sovietizadas

Roca denuncia un fenómeno inquietante: las democracias liberales de Occidente se parecen cada vez más al comunismo que decían combatir. La llamada “tanatodemia” es el signo de nuestros tiempos: un Estado que legisla sobre el inicio y el fin de la vida como si de permisos burocráticos se tratara. Al secularizar la muerte, se elimina la esperanza y se absolutiza la justicia humana, incapaz de ofrecer más que soluciones temporales y parciales. Un mundo que pretende fabricarse su propia justicia es, en palabras de Benedicto XVI, un mundo sin esperanza.

De la filiación divina a la pseudopaternidad estatal

El Estado moderno se presenta como un padre que otorga y retira derechos a voluntad. Pero no es un padre, sino un simulacro de paternidad. Mientras la religión recordaba al hombre que era hijo de Dios, la política secular lo convierte en hijo del Estado. De ahí que la fórmula evangélica “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” haya sido sustituida por un inquietante “Al César lo que es del César, y al César lo que es de Dios”. La consecuencia es clara: el Estado fagocita lo común, incluso la muerte, y la convierte en asunto público, arrebatándola a su dimensión íntima y universal.

En Derecho a vivir, Álvaro Roca desenmascara la gran mentira de nuestro tiempo: que la muerte pueda ser legislada, administrada y repartida por decreto. Su denuncia es clara: al politizar la muerte, el Estado pretende usurpar lo sagrado, reduciendo lo más humano a simple trámite. Un libro imprescindible para comprender cómo la cultura de la muerte se disfraza de democracia y derechos.

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